Jorge Zepeda Patterson
05/11/2017 - 12:00 am
¿En qué se parecen el PRI y Hollywood?
El Hollywood que ha hecho de la cosificación de la mujer una mina de enriquecimiento, que rentabiliza y prostituye el sentimentalismo o la belicosidad hasta convertirlos en valores universales, ahora convertido en alter ego justiciero. Hipocresía sin memoria. El mismo PRI, que se apresta a exigir a sus gobernadores ingentes recursos para financiar por debajo de la mesa la campaña presidencial que se avecina, levanta el dedo flamígero y acusador para castigar a sus hijos caídos en desgracia.
Me parece muy sano que el escándalo sobre los abusos cometidos por Harvey Weinstein esté provocando un alud de denuncias de casos similares en el mundo. El hecho de que inclusive el todopoderoso productor de Hollywood haya mordido el polvo, ha estimulado a víctimas de otros abusadores a salir de su silencio y a exhumar agresiones cuyas secuelas no se han borrado. El fotógrafo Terry Richardson y los actores Kavin Spacey y Dustin Hoffman han sido acusados de utilizar poder e influencia para hacer avances impropios a jóvenes, algunos de ellos cuando aún eran menores de edad. Ben Affleck y Oliver Stone tuvieron que salir al paso de sendos testimonios de mujeres cuyos senos aseguraron haber sido manoseados en plan de fiesta pero sin que mediera su consentimiento.
El resultado de estas denuncias es variopinto; algunas terminarán en tribunales y otras, la mayoría, se agotará en los medios. En el caso de Weinstein y Kavin Spacey el asunto podría culminar en la cárcel y por lo pronto han sido separados de sus respectivos proyectos: el productor, despedido de su propia empresa; Spacey, de la exitosa serie House of Cards. Para Hoffman y casos aparentemente de “menor gravedad” el asunto al parecer no pasará de un linchamiento mediático, pero uno que marcará al resto de sus vidas. Los méritos del actor que protagonizó El Graduado y Rain Man pasarán a segundo plano por los siglos de los siglos frente al abuso cometido. Hay personas cuya existencia queda definida por una frase o por un instante (de gloria o tragedia). Y desde luego no estoy justificando el comportamiento de Weinstein y Spacey quienes, todo indica, recurrieron sistemáticamente de su influencia para hostilizar sexualmente a jóvenes en situación vulnerable emocional y profesionalmente hablando. Pero sí de celebridades, como Hoffman, que ha sido acusado de haber hecho comentarios inapropiados de índole sexual hace 32 años en presencia de una menor. Por lo menos hasta donde se sabe.
Hay pues una parte sana en todo el revuelo que ha causado el affaire Harvey. En muchos países han surgido sitios virtuales, blogs y páginas de Facebook, para que las víctimas se atrevan a denunciar a hombres y mujeres de poder que han cometido abusos similares. Se ha abierto una muy intoxicada caja de Pandora.
Pero también hay algo deleznable en la militancia hipócrita con la que el stablishment ha emprendido esta cruzada punitiva. Hollywood convertida súbitamente en una dama puritana e indignada como si nunca hubiese sabido de los desmanes imperdonables de uno de sus principales faraones. Los pecados de Harvey Weinstein, el hombre más poderoso en los estudios fílmicos, fueron tolerados durante décadas porque a nadie le convenía malquistarse con el influyente productor. Pero una vez que el asunto encendió a las redes sociales, Hollywood actúo con toda la ferocidad e impiedad con la que suele devorar y luego escupir a sus hijos caídos. El arte de execrar sus propios pecados para fingir de nuevo una virginidad prístina que en realidad nunca ha existido.
Toda proporción guardada me recuerda el ascenso y caída de los gobernadores como los Duarte en Veracruz y Chihuahua, y de Borge en Quintana Roo. Durante seis años robaron todo y sin medida, y a plena luz del día. Hostigaron a periodistas y activistas (muertos incluidos) hicieron del patrimonio público un coto personal, usaron y abusaron. Fueron denunciados mediáticamente una y otra vez, pero el sistema se cerró en su defensa. No obstante, una vez que dejaron el poder y ya no fueron requeridos (era notable su aporte al financiamiento ilegal de las campañas), sus ex colegas se volvieron contra ellos y los convirtieron en detritus, en parias objeto de desprecio e indignación. Los mismos que antes los consideraban orgullosos representantes del nuevo PRI, ahora hablan de ellos como anomalías ultrajantes, como seres impresentables en la escena pública. Eliminados de la foto oficial, los rostros sobrevivientes se presentan a sí mismos como una familia feliz, decente y depurada de toda mácula.
El Hollywood que ha hecho de la cosificación de la mujer una mina de enriquecimiento, que rentabiliza y prostituye el sentimentalismo o la belicosidad hasta convertirlos en valores universales, ahora convertido en alter ego justiciero. Hipocresía sin memoria. El mismo PRI, que se apresta a exigir a sus gobernadores ingentes recursos para financiar por debajo de la mesa la campaña presidencial que se avecina, levanta el dedo flamígero y acusador para castigar a sus hijos caídos en desgracia.
En suma, útil y necesario ventilar las prácticas viciadas e inaceptables que libera esa caja de Pandora recién abierta. Pero eso no puede hacernos olvidar las infamias permanentes y cotidianas que comete la mano que finalmente ha aceptado abrir esa caja. ¿No creen?
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net
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