Francisco Ortiz Pinchetti
27/10/2017 - 12:03 am
El «Beto» Anaya, entre Salinas y AMLO
Hace rato que el «Beto» prestó las siglas de su partido a López Obrador “para lo que se le ofrezca
Me asombra la vehemencia con la que Andrés Manuel López Obrador sale a defender a su aliado Alberto Anaya Gutiérrez, dueño del Partido del Trabajo. El tabasqueño pareciera dispuesto a jugar una carta crucial para su carrera por la Presidencia de la República, en la que ha invertido casi dos décadas de su vida, cuando en realidad el apoyo del PT a su candidatura le representaría un porcentaje insignificante de la votación nacional. No me checa.
López Obrador calificó como una persecución contra el PT las acusaciones por fraude en contra del líder del partido en Aguascalientes. A través de las redas sociales el aspirante a la presidencia por Morena, escribió que las acusaciones en contra de Héctor Quiroz –quien fue detenido el lunes por las autoridades por su presunta participación en un fraude de 100 millones de pesos–, nacen por la declinación de ese partido a favor de la maestra Delfina en las pasadas elecciones en el Estado de México.
“El candidato del PT en Edomex declinó a favor de la maestra Delfina; EPN (Enrique Peña Nieto) se enfadó. Ahora persiguen a los dirigentes del PT. Los defenderemos”, escribió el Peje en su cuenta de Twitter.
El «Beto» Anaya, como se conoce al dirigente único del PT desde su fundación, hace 27 años, tiene una historia pública que no abona precisamente a su honestidad y menos a su independencia. Lo más difícil de entender ante la actitud de AMLO, es la certidumbre de que ese partido fue creación en 1990 del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, el mismísimo innombrable, jefe de la mafia del poder, con el objetivo de dividir a la izquierda. Anaya Gutiérrez, dirigente del Frente Popular Tierra y Libertad en Monterrey, fue el escogido para ese proyecto político, de cuya instrumentación se encargó personalmente Raúl Salinas de Gortari, el hermano incómodo.
«Beto», originario de Aguascalientes, fue compañero y amigo de estudios de CSG en la década de 1960 en la entonces Escuela Nacional de Economía de la UNAM, y de ahí viene también su cercanía con Raúl. La relación entre ambos ha sido reconocida por el propio dirigente petista, al declarar sin ambages que “de su amistad con ellos no tiene nada de qué avergonzarse”.
Con el tiempo el PT, que en un principio recibió amplio apoyo económico y político del salinato, se convirtió luego en una exitosa franquicia electoral, hoy ya sumamente devaluada, que ha producido a sus propietarios vitalicios un ingreso sorprendente. Según datos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE), entre 1997 y 2017 han recibió de financiamiento público más de 5 mil millones de pesos. En 2018 recibirá otros 118.4 millones de pesos.
Pero eso es sólo por la vía de las prerrogativas legales. Ahora se sabe que también han disfrutado de canonjías millonarias otorgadas por el gobierno federal y por administraciones estatales de las que a nadie han informado. Ahora sabemos que en los últimos ocho años, el PT ha recibido 4 mil 163 millones de pesos en fondos federales por manejar centros educativos que hoy están en la mira de la PGR. La dependencia investiga a líderes de ese instituto político por un presunto lavado de 100 millones de pesos entregados por el Gobierno de Nuevo León a los Centros de Desarrollo Infantil (Cendis).
La franquicia PT no tiene escrúpulos ideológicos ni partiditas. A lo largo de su historia se ha aliado indistintamente lo mismo con el PRD que con el PRI o el PAN y con Morena, como ocurrió este año en el Estado de México y como ocurrirá en las elecciones presidenciales de 2018. Alberto Anaya ha sido tres veces diputado federal (1994-1997, 2000-2003 y 2012-2015) y dos veces senador de la República (1997-2000 y 2006-2012), siempre por la vía plurinominal. Es decir, durante 18 años ha sido legislador federal… sin haber ganado una sola elección. Y seguramente espera llegar otra vez al Senado por el mismo camino en 2018, a los 72 años de edad.
Ahora atribuye las acusaciones contra dirigentes del partido a represalias por su verticalidad política. “Estamos ciertos en que el verdadero origen del problema es la molestia del gobierno federal que está presionando al Partido para que renuncie a su alianza con el proyecto de Andrés Manuel López Obrador”, indicó el «Beto» Anaya muy en serio.
Tuvo la cara dura de denunciar el uso de la PGR como “instrumento de persecución, chantaje y represión política contra las fuerzas de oposición, estamos claros que también somos objeto de estos condenables ataques”. Y aseguró que esta persecución se debe que el PT fue el único que no firmó el Pacto por México y estuvo en contra de la reforma educativa, de la privatización del petróleo y se opusieron al gasolinazo. Como si eso hubiera tenido alguna repercusión.
Hace rato que el «Beto» prestó las siglas de su partido a López Obrador “para lo que se le ofrezca”, a cambio de salvar su registro como partido político. Así, le permitió al Peje repartir a su arbitrio entre sus cercanos las candidaturas plurinominales petistas para la Cámara de Diputados y el Senado de la República. Gracias a ello pudo AMLO contar con un grupo parlamentario postizo en la Cámara Alta en la actual legislatura, encabezado por otro aliado suyo de gran prestigio político en el país: Manuel Bartlett Díaz.
La verdad es que la posible aportación electoral del PT no parece ser siquiera significativa. No pinta. Ya ocurrió, a escala, en el Edomex. Su peso electoral a nivel nacional no llega a un dos por ciento de las preferencias, según diversas encuestas. Y es más: el desprestigio de ese partido y de sus dirigentes, ahora involucrados en un fraude, podrían restarle en vez de sumarle.
¿Cómo explicarse entonces que el aguerrido y experimentado pelotero de Macuspana se vaya con esa bola mala? El Peje se ha visto habilidoso en los varios casos recientes de corrupción atribuidos a militantes y candidatos de Morena e inclusive a personajes cercanos a él. Ha sabido nadar de muertito y dejar pasar acusaciones y evidencias. Ahora en cambio parece ir a poner él solito la cabeza –y su cuantioso capital político– en momentos cruciales del proceso electoral, para defender a sus indefendibles cuates. A mí, perdón, eso me huele a otra cosa que a una simple solidaridad con sus aliados electorales. Válgame.
@fopinchetti
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