El 19 de septiembre de 1989 la vida de de Rafael Rocha cambió. Él decidió prepararse formalmente para seguir el camino del rescate de víctimas, al tomar distintos cursos que le ayudaron a especializarse y aprender nuevas técnicas.
Desde entonces, ha viajado por varios países con el deseo de salvar y ayudar a quienes lo necesitan, en rescates tras los atentados de 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York, en el huracán «Katrina» de 2005 y en el terremoto de 2010 en Haití.
Por Carolina Endara
MEXICO, 7 oct (Xinhua) — Hace 32 años, sobre los escombros del edificio Nuevo León en la Ciudad de México, Rafael Rocha encontró la vocación a la que pensó dedicarse el resto de su vida: salvar a víctimas de desastres.
Durante el sismo del 19 de septiembre de 1985, Rocha, entonces de 19 años de edad, manejaba su vehículo por Valle de Aragón, en el noreste de la Ciudad de México.
Recuerda que todo se movía, las calles crujían y se sentía como si se abrieran.
Dejó el vehículo con su hermano e inmediatamente se fue a buscar a su padre, para saber si se encontraba bien.
Tras corroborar el bienestar de su familia, conversó con su papá, y le dijo que él quería ayudar, que se iba a la sede de la Cruz Roja, que no se preocupara, ya que se mantendría en contacto.
Rafael, quien se consideraba «un chavo normal», trabajaba como encargado de iluminación de un «sonido», término utilizado en México para referirse al negocio de amenizar eventos con música, luces y un animador al micrófono.
Una vez en la Cruz Roja, lo subieron a una camioneta «pick-up» y junto a decenas de jóvenes emprendió el viaje por calles de la capital para llevar víveres, medicamentos y otros insumos a los afectados por el sismo.
En el traslado iba llorando por su ciudad, entre escombros, el ruido de las sirenas y personas asustadas. «Parecía que nos habían bombardeado».
Dejaron la ayuda en los dos primeros puntos que se le habían designado a su cuadrilla. Al llegar al tercer punto y entregar la ayuda, sus compañeros subieron a la camioneta, pero él no.
Rafael logró percibir que entre los escombros de ese lugar se escuchaban voces de personas atrapadas.
Sus compañeros lo incitaban a que regresara al vehículo, pero él insistió en no hacerlo y quedarse para intentar ayudar a las víctimas.
Con esta decisión, se estrenaba en el oficio que iba a realizar el resto de su vida.
El 19 de septiembre, en el edificio Nuevo León de la unidad habitacional Tlatelolco, Rocha iniciaba su carrera como «Topo».
Rocha cuenta que en las primeras noches tras el sismo varias personas ayudaban a rescatar a las víctimas entre los escombros; algunos permanecían en el lugar, dormían en las aceras y comían lo que les llevaban.
Fue entonces cuando un doctor que se encontraba ayudando en la zona y quien diariamente era testigo de los esfuerzos incansables de este grupo de individuos se animó a reunirlos y pedir una carpa especial para ellos, con catres, herramientas y mejor comida.
Con una sonrisa en el rostro y mirando al horizonte, Rocha recuerda que hace 32 años el nombre se los puso la gente.
Los llamaron «topos» al verlos cavar túneles entre los escombros y a ellos les gustó.
En ese momento Rocha no lo sabía, pero trabajaba entre los escombros de uno de los edificios emblemáticos de aquella tragedia, el Nuevo León de Tlatelolco, en un zona fuertemente golpeada en 1985, donde otros 12 edificios también resultaron afectados.
Pasada la emergencia, Rocha decidió prepararse formalmente para seguir el camino del rescate de víctimas, al tomar distintos cursos que le ayudaron a especializarse y aprender nuevas técnicas.
Desde entonces, ha viajado por varios países con el deseo de salvar y ayudar a quienes lo necesitan, en rescates tras los atentados de 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York, en el huracán «Katrina» de 2005 y en el terremoto de 2010 en Haití.
Sin embargo, en 2015 los rescates terminaron cuando Rocha perdió el interés en todo, su pasión y vocación se esfumó.
La vida de valentía y aventura de Rocha se sostenía fuertemente en dos pilares básicos para él: su religión y su esposa Yuly, quien desafortunadamente murió a causa de cáncer y complicaciones renales.
Rocha cuenta que desde ese momento todo en la vida le dejó de importar y se sumió en una profunda depresión.
«No pude hacer el rescate de mi vida», lamentó.
El 19 de septiembre de 2017, cuando Rocha sintió el sismo de 7.1 grados, empezó a escuchar dos voces.
Una retumbaba en su cabeza desde hace dos años, era la depresión que le decía que no se meta, que no era su problema, que siga siendo indiferente a todo, la otra le decía «¿Qué esperas?». Escuchó a la segunda.
Sin equipo y «vestido de civil» corrió hacia el edificio colapsado entre las calles de Zapata y Petén, de donde rescató con vida a dos mujeres.
Una de ellas es Leonor Hernández, de 48 años de edad, con quien días después se reúne en una sala de un hospital público de la Ciudad de México y le sostiene la mano mientras ella le agradece haberla rescatado y salvado la vida, con solo una clavícula rota.
La otra víctima es una mujer cuya familia se siente muy feliz por poder tenerla para festejar sus 84 años de vida.
Los días siguientes al sismo Rocha trabajó como voluntario en otras zonas afectadas, en busca de sobrevivientes y en la recuperación de cuerpos.
Le impacta que la historia se haya repetido el mismo día, 32 años después, pero le sorprende aún más ver la misma reacción de los mexicanos.
Cuenta que lo importante para él no son los aplausos de la gente cuando se rescata a una víctima con vida, pues no considera que sean suyos, sino de todo México, un país cuya solidaridad y corazón por segunda vez lo han inspirado a darle un giro a su existencia.
Rocha mantiene la mirada triste de quien se aferra a vivir a pesar de sentir que lo ha perdido todo, pero en ella se ven luces de esperanza de mejores días por venir cuando dice: «Sacar gente viva es un milagro, estoy conmovido por el corazón de México que está vivo y lo hacemos todos, definitivamente voy a volver a los rescates, debo volver a mi trabajo».