Dolia Estévez
06/10/2017 - 12:00 am
Dormir con el enemigo
De mayor interés me parece abordar la reticencia de la clase política a definir ciertos actos de violencia extrema como terrorismo. Donald Trump dijo que abrir fuego contra miles de civiles indefensos en el festival musical de Las Vegas era un «acto de maldad». Al día siguiente, la palabra «terrorismo» era trending topic en Twitter, aunque los políticos evitaron usarla, con la excepción de un puñado de legisladores demócratas.
Washington, D.C.— Francamente cansa volver a escribir sobre el tema de las armas. Son demasiadas veces. Esta vez me rehúso a ser parte de un debate que hace tiempo considero estéril. Me niego a volver a exponer los mismos argumentos contra el acceso ilimitado a las armas de fuego. ¿Para qué? Nada cambia. No hay voluntad política. Los intereses financieros del poderoso lobby armamentista y la guerra cultural que instiga han rebasado a las instituciones. La gente regresará a su rutina. Habrá otra masacre. En otro lugar. Con otras víctimas. Otro vez el debate. La misma película reciclada. Ya me sé el final.
De mayor interés me parece abordar la reticencia de la clase política a definir ciertos actos de violencia extrema como terrorismo. Donald Trump dijo que abrir fuego contra miles de civiles indefensos en el festival musical de Las Vegas era un «acto de maldad». Al día siguiente, la palabra «terrorismo» era trending topic en Twitter, aunque los políticos evitaron usarla, con la excepción de un puñado de legisladores demócratas.
La negativa tiene que ver con la redefinición del concepto tras los ataques terroristas del 2001. Se cree que para ser considerado un acto de terrorismo, el o los autores deben ser musulmanes o individuos con vinculados internacionales. De ahí que a muchos les cayó el anillo al dedo cuando el grupo extremista islámico ISIS se adjudicó (sin presentar pruebas) la autoría de los actos en Las Vegas. Alex Jones, fundador de Infowars, publicación promotora de las teorías de la conspiración, dijo que los responsables eran terroristas de ISIS, banqueros «globalistas», la izquierda y el movimiento antifascista. Sin embargo, el FBI descartó a ISIS, al señalar que el grupo extremista tiene un largo historial de alegatos falsos. El más reciente, el ataque en el Puente de Londres en junio de este año.
Lo cierto es que las autoridades siguen sin dar con la causa. Stephen Paddock, el hombre anglosajón que mató a 59 personas y dejó heridas a más de 500 el domingo en la noche, rompió patrones. Tenía 64 años. No era musulmán, inmigrante o descendiente inmediato de inmigrantes. Según su hermano, era millonario. No tenía antecedentes criminales o de trastorno mental.
Baja las leyes federales, las recurrentes matanzas en Estados Unidos no son tipificadas automáticamente como actos terroristas. El código federal toma en cuenta el móvil no el tamaño de la masacre. Para ser terrorismo doméstico, debe haber motivación política, ideológica o religiosa. El terrorismo es definido como «el uso ilegal de la fuerza y la violencia contra personas o propiedades para intimidar o presionar al gobierno, la población civil…con el propósito de promover metas políticas o sociales».
Bajo esa explicación se puede argumentar que fue político el origen de la violencia del supremacista blanco que en agosto pasado atropelló a una mujer durante una manifestación contra el racismo en Charlottesville. Sin embargo, ni ese ni otros actos de terrorismo doméstico, muy probablemente perpetrados con intenciones políticas o sociales como el racismo, han sido codificados de terrorismo. De hecho, después de 2001, las autoridades no han presentado ninguna acusación por terrorismo doméstico.
El profesor David C. Rapoport, reconocido experto sobre terrorismo de la Universidad de California y fundador de la publicación Terrorism and Political Violence, a quien consulté para efectos de esta columna, explica: «Hasta lo que sabemos, el asesino no tenía móviles políticos, aunque posteriormente podríamos enterarnos que sí. No obstante, fue un homicida múltiple, un criminal, pero no un terrorista».
Uno de los primeros actos que los académicos definen como terrorismo se dio hace casi siglo y medio. En 1878, en la Rusia zarista, la menchevique Vera Zasulich, autora y traductora de la obra de Karl Marx, atentó contra la vida de Fyodor Trepov, Gobernador de San Petersburgo. En el juicio, se le preguntó por qué soltó el revolver antes de matar a Trepov. «No soy criminal—soy terrorista», respondió. Es decir, logrado el objetivo de llamar la atención, Zasulich consideró innecesario extremar la violencia matándolo. Rapoport me dijo que en el mundo actual no se espera que los terroristas se auto limiten como Zasulich.
Rapoport no considera que las matanzas que han generado psicosis de terror colectivo hagan necesario redefinir el concepto. «No, la cantidad de victimas no es, y no creo que jamás sea, un criterio para la definición legal de terrorismo». Explicó que el terror es una «reacción emocional» que toma formas diversas y que puede ser producida por personas y circunstancias que no necesariamente llamaríamos terroristas o terrorismo. Pese a la interpretación ortodoxa a la que se aferran los académicos, Rapoport concede que la violencia en Las Vegas produjo un gran terror, «aun cuando los tribunales no hubieran juzgado a su autor como terrorista».
Al margen de la estrecha y contraproducente definición de las leyes y los especialistas, la masacre de civiles en Las Vegas fue obra de un terrorista doméstico. El enemigo está en casa. Quiera o no reconocerlo, Estados Unidos duerme con él.
Twitter: @DoliaEstevez
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