El martes, cuando la tierra comenzó a moverse en la Ciudad de México, hubo caos: la gente lloraba, intentaba comunicarse con sus seres queridos, los autos se detuvieron lo mismo que el transporte público, millones de personas caminaron horas por calles y avenidas para llegar a sus hogares.
Con el sismo de 7.1 grados vino también el crujir de edificios, el estruendo de los vidrios rotos y, en decenas de casos, derrumbes y destrucción. Las ambulancias ya no pararon de sonar y a más de 72 horas de la sacudida siguen sonando en la capital del país.
Con el pasar de los días se han descubierto también inmensos daños en casas y edificios. Hay miles de personas en las calles y viviendo con familiares y amigos, tras ser desalojados de sus viviendas que han quedado con serios daños estructurales.
Ahora, los vecinos temen que la necesidad y el propio Gobierno los impulse a endeudarse, pedir créditos hipotecarios y, otra vez, generar el círculo de corrupción entre inmobiliarias, bancos y funcionarios que otorgan permisos irregulares.
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Ciudad de México, 21 de septiembre (SinEmbargo).– Con el terremoto, el Gobierno «se sacó la lotería», dice Pedro, un habitante de la colonia Roma y líder de los vecinos que ocupan un edificio en la calle de Chiapas. Ahora, afirma, «lo que vendrá son las presiones para que pidamos crédito, para que nos endeudemos para comprar casa o departamento, y los ganones van a ser las constructoras, los bancos y los funcionarios corruptos que dan los permisos».
Molesto, triste y decepcionado tras recibir la noticia de que ya no podrá entrar a su departamento debido al inminente riesgo de derrumbe, aconseja a sus vecinos:
«No pidamos ningún crédito, hay mucho dinero que han donado otros países y artistas ¿Eso dónde va a quedar? No vamos a endeudarnos, vamos a reclamar lo que es nuestro. Mi temor es que, de nuevo, el Gobierno de la Ciudad de México y también el federal hagan grandes negocios con las carencias de los ciudadanos», dice el líder vecinal.
Pedro insiste en la reunión de vecinos que ellos y la construcción –ahora acordonada varios metros alrededor con una cinta plástica de color rojo con la leyenda «peligro»– merece apoyo.
«Un poco de todo ese dinero tiene que quedar aquí, tienen que ayudarnos a reconstruir nuestro edificio», afirma en una reunión improvisada, luego de enterarse que –por seguridad– queda prohibido entrar a sus hogares.
«¿Dónde van a quedar todos esos millones que donó Salma Hayek, por ejemplo? ¿Qué va a pasar con toda la ayuda que han mandado y están mandando otros países?», cuestiona. La actriz mexicana, por ejemplo, donó 100 mil dólares para los esfuerzos que Unicef realiza en la zona de desastre.
Minutos antes, Pedro y un ingeniero habían entrado al inmueble para examinarlo. Una decena de vecinos los esperaban con zozobra alrededor de la zona acordonada. El veredicto del experto fue «peligro de derrumbe, nadie puede ingresar». La incredulidad y la tristeza se apoderó de sus rostros.
«¿Puedo entrar por un par de bolsas con documentos? Es muy rápido no tardo más de tres ó cinco minutos», pide un vecino. El especialista lo impide. «No, es muy peligroso. Nadie puede ingresar, el edificio podría caer», le dice. El residente insiste, pero su esfuerzo es inútil. Finalmente, todos comprenden y aceptan el destino de su patrimonio.
–¿Qué propone, ingeniero? –pregunta una de las vecinas.
–Derrumbe –responde sin dudar el especialista.
FAMILIAS SIN CASA, AHORA SEPARADAS
En ese lugar, Berenice, una joven secretaria, vivía hasta hace 48 horas con su madre y su pequeña hermana de cinco años.
Mientras recorremos la avenida Insurgentes a la altura del Metrobús Chilpancingo y nos adentramos en la colonia Roma, las imágenes se repiten por todos lados: ventanas rotas, banquetas repletas de vidrios, edificios agrietados y acordonados, pedazos de concreto en el asfalto.
También cuadrillas de jóvenes caminando, con cascos y palas en mano; motocicletas, autos y camionetas circulando atestadas de víveres para los damnificados. En medio de la desgracia, sus acciones son la esperanza.
Hace tres días, cuando la tierra comenzó a moverse, hubo caos, la gente lloraba, intentaba comunicarse con sus seres queridos, los autos se detuvieron, sus conductores bajaban incrédulos.
Vino el crujir de los edificios, el estruendo de los vidrios rotos y los sollozos. Luego el silencio, gente fuera de sí, con la mirada perdida deambulando, buscando cómo llegar a casa, atrapados en las calles, sin medios de transporte ni señal para los teléfonos móviles. De nuevo el caos, ambulancias que no paran y que no han callado desde entonces.
Desde que nació, hace 22 años, Berenice ha vivido en ese edificio ubicado en la calle Chiapas y pronto lo verá reducido a un montón de escombros. Además, su familia tuvo que dividirse: su madre se fue con familia de Tehuacán, Puebla; su hermanita con su padre y ella con su novio.
«Es muy doloroso ver cómo de un momento a otro nos quedamos sin casa», comparte y seca con su mano las lágrimas que inevitablemente recorren sus mejillas.
También expone lo difícil que fue responderle a la pequeña Paola cuando preguntó por qué no podía entrar a su casa a sacar sus juguetes y crayolas.
«Ella no entendía, sólo quería subir al departamento por sus muñecas. Le dijimos que era riesgoso entrar allí, que simplemente no podíamos meternos».
Rememora lo que ha visto en las últimas horas en las noticias: el tema que los partidos políticos se niegan y dudan en donar parte del presupuesto destinado a las campañas del año próximo.
«Con eso deberían ayudarnos a reconstruir nuestro patrimonio, al final del día, son nuestros impuestos. No es más importante una ‘pinche’ elección que la vivienda de miles y miles de personas», dice con enojo.
Si tuviera enfrente a Enrique Peña Nieto, Presidente de México, qué le dirías, se le pregunta.
«Que no se haga pendejo, que nos ayude», responde de inmediato.
Hasta ese momento, el único instituto político que había aceptado donar era Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Ayer, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se dijo dispuesto a entregar 25 por ciento de lo que recibirá para la campaña electoral de 2018. El jueves –alrededor de las 6:30 de la tarde– y a través de un comunicado, el tricolor informó sobre la renuncia a 258 millones de pesos otorgados por el Instituto Nacional Electoral (INE) «en apoyo a la reconstrucción y a los damnificados por los sismos».
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NIÑOS SOLOS EN REFUGIOS
Un par de salones y un pasillo del centro deportivo Junior Club se encuentran acondicionados para dar refugio a quienes perdieron su patrimonio. Giovanni de Luna, director del lugar, afirma que la noche del terremoto, cerca de 70 personas pasaron la noche allí.
Opera también como centro de acopio, la ayuda no para de llegar, la gente se entrega por completo a su labor, cadenas humanas pasan de mano en mano paquetes de despensas, de agua embotellada, arman paquetes donde incluyen galletas, torta, alguna fruta y algo para calmar la sed. Llenan camionetas.
Los salones lucen a reventar, más de 250 personas no cesan en su labor: saben que su país los necesita más que nunca.
Eran alrededor de las 5 de la tarde cuando el personal administrativo había informado que las personas damnificadas llegaban al albergue sólo a dormir, durante el día salían a trabajar o a arreglar asuntos de sus viviendas.
Un joven y una niña juegan a la pelota entre colchonetas, cobijas, paquetes de papel de baño y algunos juguetes dentro de la ludoteca del club deportivo.
–Hola, ¿cómo están? ¿Vienen a acompañar a algún voluntario? –se les pregunta.
–No –responden inmediatamente en coro.
–¿Entonces?
–Nos quedamos sin casa –dicen ambos.
El joven de 15 años juguetea con la pelota mientras mira el suelo que el 19 de septiembre se sacudió con furia. Sentado entre las colchonetas, recuerda que ese día a la 1:14 de la tarde se preparaba para ir a la escuela.
«Todo se movía y se caía. Salí corriendo y me agarré de un barandal. Pensé: ‘esto [el edificio] se va a caer’. Tuve mucho miedo». Platica que abandonó su departamento para resguardarse en el pasillo del edificio que –le ha contado su abuela– soportó el terremoto de 1985.
Por su mente pasaron doña Adela, su abuela; Cecilia, su madre, y Lorena, su hermanita. Entró a su casa y buscó su teléfono móvil para llamarlas, pero el agresivo movimiento telúrico lanzó decenas de objetos al piso. El aparato no apareció por ningún lado.
El adolescente salió cuidadosamente de aquél edificio de ocho pisos. Pedazos de paredes y techos, pequeñas nubes de polvo e incertidumbre llenaron el ambiente.
Caminó a la Parroquia de la Divina Providencia, situada en la calle Quintana Roo, a poco más de un kilómetro de distancia. Preguntó por su abuela, quien había asistido horas antes al recinto para apoyar en el armado de despensas que serían enviadas a los damnificados de Chiapas y Oaxaca, estados azotados por un terremoto apenas días antes.
La señora Adela ya no estaba allí, había vuelto a casa. Se encontraron, se abrazaron y Daniel fue en busca de Lorena a la primaria en la que estudia, en la colonia vecina. Todo en orden, finalmente la familia se completó cuando doña Cecilia regresó sana y salva del centro Santa Fe, donde trabaja como vendedora en una zapatería.
Daniel espera que el Gobierno mexicano «no se haga güey con todo el dinero que se ha donado» y que, por el contrario, sea destinado a la reconstrucción de las viviendas de las familias que lo perdieron todo.
Doña Adela llora desconsolada al recordar que el hogar que ha habitado durante un cuarto de siglo, será demolido: «nos quedamos en la calle, le pedimos al Gobierno que nos ayude porque ya no tenemos dónde vivir».
Desde el miércoles pasado, Daniel y Lorena pasan el día en el albergue temporal, su abuela va y viene de la iglesia, su madre vuelve de trabajar cuando cae la noche.
«Ni modo, mi hija se va a trabajar porque tiene que mantener a sus dos hijos. Casi no ha dormido desde el martes», lamenta la señora Adelina.
Nota de Redacción: Los nombres reales de las personas han sido sustituidos por otros por petición expresa y con el fin de evitar entorpecer las negociaciones de la reconstrucción de sus viviendas, que se llevarán a cabo con las autoridades.