Dolia Estévez
04/08/2017 - 12:00 am
Profeta de mal agüero
o más probable es que el Congreso la rechace. Sin embargo, hay que preguntarse: ¿Quién propagandizó la falacia de que una sociedad estadounidense multicultural y multiétnica representa una amenaza a los valores «americanos» de libertad, equidad, individualismo, democracia y constitucionalismo?
Washington— En consonancia con su política de «salvar la identidad» de la raza blanca y los «valores americanos», esta semana Donald Trump respaldó un anteproyecto de ley que busca reducir en 50 por ciento las visas para los inmigrantes legales, las llamadas tarjetas verdes. Trump dijo que la legislación restablecería los «lazos de confianza sacros» entre «América» y sus ciudadanos.
Lo más probable es que el Congreso la rechace. Sin embargo, hay que preguntarse: ¿Quién propagandizó la falacia de que una sociedad estadounidense multicultural y multiétnica representa una amenaza a los valores «americanos» de libertad, equidad, individualismo, democracia y constitucionalismo?
El 23 de julio, The Washington Post publicó una amplia reseña postmortem sobre la obra de Samuel Huntington, prolífico autor y mentor de dos generaciones de prominentes académicos y políticos. En ella, Carlos Lozada, editor de la sección dominical sobre literatura, muestra que el influyente politólogo de la Universidad de Harvard anticipó el surgimiento de un movimiento nativista y antiinmigrante como el que coronó a Trump en el trono presidencial.
Según Lozada, Huntington pronosticó que el choque doctrinal se daría en la segunda y tercera décadas del siglo 21. Es decir, ahora. Trump podrá decir que es un hombre practico, al margen de toda influencia intelectual, dice Lozada, pero lo cierto es que es «esclavo de un científico político difunto». La presidencia de Trump es la América que vaticinó Huntington.
Hasta aquí lo publicado por The Washington Post.
Hay apreciaciones de Huntington que son indisputables. Por ejemplo, su afirmación de que los mexicanos rechazan el «individualismo», es decir, la independencia y autosuficiencia personales, que es uno de los valores más preciados de la cultura anglosajona. En Estados Unidos, las personas se prueban, en sus éxitos y fracasos, por lo que son capaces de hacer por sí solos. En México, hay alternativas al individualismo y se valora el conocerse a través de los demás. Se dice que los estadounidenses se emborrachan para olvidar y borrar, mientras que los mexicanos lo hacemos para confesarnos con alguien y compartir secretos.
Es posible que Trump, quien no lee libros, nunca se haya interesado en la obra de Huntington y que la coincidencia de planteamientos sea solo eso. O que las ideas que Huntington propagó universalmente a través de libros, ensayos y como catedrático de Harvard durante más de medio siglo, encontraron eco entre los seguidores de Trump indirecta o directamente. O tal ves a través de personajes letrados como Steve Bannon.
Tuve oportunidad de hablar con Huntington dos veces. En la primera entrevista, en 1993, Huntington era un hombre optimista para quien el naciente TLCAN tendría el efecto de «reducir las diferencias culturales» entre los países signatarios, de tal suerte que México dejaría de ser una nación «desgarrada» entre dos culturas (la latinoamericana y la norteamericana).
«México ya escogió—me dijo—el grupo dominante (Carlos Salinas de Gortari y los poderes facticos) ha dicho que quiere ser parte de América del Norte». Explicó que los mexicanos podrán seguir hablando español y comiendo tacos, y aseguró que la «civilización recipiente» (Estados Unidos) veía con buenos ojos la idea de «incorporar» a México.
Pero en la segunda entrevista, cuatro años antes de su muerte en 2008, el profesor había cambiado de opinión y, con ello, el centro de gravedad del dilema que inventó: el país «desgarrado» entre dos culturas (la anglosajona protestante y la mestiza católica) ya no era México sino Estados Unidos; el tema ya no era la «amalgamación cultural» sino la «asimilación» de millones de mexicanos que, según Huntington, se negaban a hablar inglés, dejar de ponerle chile a las hamburguesas y sustituir a la Virgen de Guadalupe por Madona.
Huntington acababa de publicar un polémico ensayo en Foreign Policy, cuya portada tenía la imagen de un hombre con rasgos indígenas, vestido de traje y con la bandera estadounidense. El desafío de la inmigración hispana, alertó, amenaza con dividir a Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos idiomas. Huntington no vivió para escuchar los ecos de sus prejuicios en boca del presidente de Estados Unidos.
En la entrevista, Huntington favoreció un programa de «americanización», similar al que existió antes de la Primera Guerra Mundial cuando los inmigrantes europeos eran «asimilados», incluso mediante tácticas «desagradables». Tachó a los inmigrantes mexicanos de pobres y atrasados. En el pasado, dijo, han habido inmigraciones similares, como la italiana e irlandesa pero, a diferencia de la mexicana, no eran numerosas y se dispersaban por todo el país. Negó ser racista y criticó a los intelectuales de «probeta» para quienes la «americanización» es «una mala palabra».
Huntington me dijo que el TLCAN era culpable de que los mexicanos no se hubieran «americanizado». Así es, pese al TLCAN y los sueños primermundistas de Salinas, seguimos hablando español y poniéndole chile a las hamburguesas. En cuanto a la Virgen de Guadalupe y Madona tengo mis dudas.
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