Gustavo De la Rosa
04/07/2017 - 12:00 am
La ética de la élite: Robar, mentir, espiar, desaparecer
Reflexionando sobre el discurso de Peña Nieto parece ser que, así como en el catecismo nos enseñaron los 10 mandamientos como los máximos valores morales cristianos, la élite política quiere implantar su propio decálogo.
Reflexionando sobre el discurso de Peña Nieto parece ser que, así como en el catecismo nos enseñaron los 10 mandamientos como los máximos valores morales cristianos, la élite política quiere implantar su propio decálogo.
Hace meses el presidente nos sorprendió al explicar que la corrupción en México es cuestión cultural, sugiriendo así que es natural vivir entre, y convertirnos en, corruptos y corruptores.
En esta ciudad (Ciudad Juárez) hay más de 200 mil trabajadores industriales y 150 mil en comercio y servicios; todos ellos trabajan más de ocho horas diarias y terminan su jornada sin robar un tornillo o una chuleta del comedor, porque si lo hacen los despiden o hasta encarcelan; en cambio los gobernadores y altos funcionarios roban no tornillos sino tractores y jets, no chuletas sino cientos de vacas, ranchos, bancos y no les sucede algo.
Los primeros siguen el catecismo católico, los segundos la ética priista.
En los juicios orales, si algún testigo miente para proteger a su compadre de que sea encarcelado, puede terminar haciéndole compañía tras las rejas; sin embargo todos los políticos nos mintieron diciendo que las reformas estructurales iban a cambiar la realidad nacional para bien, y hasta la fecha sólo ha sido para mal.
Se denuncia internacionalmente que se espía a los periodistas y defensores de derechos humanos y el presidente ordena investigar a los ciudadanos para que no anden levantándole falsos al Gobierno; y ante la evidencia seria de que algunos funcionarios están violando los derechos humanos de defensores y periodistas, EPN aparece diciendo: “En México todo mundo interviene los teléfonos ajenos, (es cultural)… hasta espían los celulares del presidente de la República”.
Eso me recuerda cuando el servicio postal aconsejaba que no se enviaran billetes en las cartas, porque los empleados podían robarse el efectivo.
La élite del poder no comprende que los periodistas auténticos, que publican la verdad, son indispensables para el mismo funcionamiento de las instituciones públicas; no advierte que la vigilancia ciudadana es la que les permite contener las ambiciones de sus propios subalternos, ni que la prensa honorable es una aliada fundamental en el ejercicio de Gobierno.
Los altos funcionarios tampoco advierten que una correcta actuación de los defensores de los derechos humanos y de los jueces federales de amparo es indispensable para que funcione en la práctica el Estado de derecho.
No entienden que México seguirá siendo un país de tercera mientras no controle los abusos y los excesos cometidos por la burocracia en su desenvolvimiento cotidiano.
No, ellos consideran que los periodistas honestos y los auténticos defensores derechohumanistas son sus enemigos, porque les impiden trabajar conforme a su voluntad y ocurrencias en los problemas públicos, y les exigen que cumplan el principio que construyó el Estado de derecho: Los funcionarios sólo pueden hacer lo que la ley les faculta expresamente.
Con todo esto en cuenta, parece que el nuevo decálogo mexicano es: Robarás, mentirás, espiarás, matarás, desaparecerás, defraudarás, encubrirás, extorsionarás, abusarás y votarás por el PRI, por sobre todas las cosas.
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