Una novela ligera y divertida que envuelve los recuerdos de una infancia marcada por el abuso. Un libro palpitante que explora el tema del abuso infantil por parte de miembros de la Iglesia.
Ciudad de México, 17 de junio (SinEmbargo).- Por mi gran culpa (Grijalbo) es una ópera prima pero tiene la sabiduría de un hombre atribulado por una sensación que viene de la niñez.
Es como una especie de catarsis, algo que estuvo ahí para ser lanzado en algún momento de la vida y con ello calmar las aguas interiores, las culpas máximas de callarse y hacer como que todo está bien, tranquilo.
El abuso de los chicos por la Iglesia, parece ser en este libro divertido y atento algo común, algo que parece estar a la orden del día y que no conmueve nada de la rutina escolar.
Sin embargo, las cosas comienzan a estar torcidas cuando el padre Anselmo, tan ameno, se deja masturbar por la prima del protagonista, que ya de grande se convertirá en monja, gorda y no tendrá juicio sobre su verdugo.
El hombre que abusó del protagonista se retirará a su casa de campo, no saldrá muerto por su abusado y todo en la vida parecerá normal.
La culpa es de quien está golpeado por una mano voraz, a la que nadie frena. Así nos educaron en el catolicismo.
Dice Javier Martínez Staines: a pesar de ser agnóstico, a pesar de ser ateo, hay algo en mí como la culpa que trasciende toda creencia religiosa. Esas son las cosas en esta novela.
“Tantas cosas ocurrieron después por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, que comenzó a resultar insuficiente la repetición del estribillo. Había que comenzar a memorizar los rezos completos”, dice el autor.
–Por mi gran culpa es una gran novela, sobre todo para ser la primera
–Para mí fue escribir en varios momentos, con muchas interrupciones, que finalmente cuando hago una pausa de mi trabajo, me fui de México tres meses, abocado a terminar la novela. Me encontré con algo súper grande, fuera de mi control y me dediqué, a lo mejor con la deformación periodística aplicada a la novela, a sentir que estaba llevando demasiado lejos a los personajes, reduje y la dejé lo más compacta que pude para que no se perdiera el núcleo central de la historia. Pudiera yo hacer ese inserto de la culpa a partir de los ojos de un joven.
–¿Por qué no lo hiciste totalmente autobiográfico?
–Creo que fue a Memo Arriaga al que lo escuché de que si El Salvaje no era totalmente autobiográfico, sino “experiencial”, yo la veo igual. Evidentemente hay muchos rasgos vividos por mí, pero no es totalmente autobiográfico porque no hay personajes que existan alrededor, lo que ocurre en la novela son hechos reales y uno de esos hechos lo viví yo y claramente el personaje central, el entorno familiar del personaje central, sí tienen muchos trazos autobiográficos.
–Por mi gran culpa es el reflejo de una culpa que uno tiene a pesar de considerarse atea…
–Si yo hubiera escrito esta novela unos años atrás probablemente me hubiera quedado un relato muy maniqueo. Porque hubiera estado con muchos residuos de esa batalla. Como finalmente lo tuve y lo experimenté por vivir en una familia súper regida por estos valores religiosos y un marco escolar afín, es decir, por partida doble los golpes, la verdad es que me sentí escribiéndolo bastante a distancia. Ya en el refugio de lo agnóstico y demás, pero claramente en este país hay muchísimo más de lo que creemos con ese marco de rígido, el retrato de que hago yo ahí probablemente cubra más del entorno clasemediero de México; justamente porque las escuelas privadas son en su mayoría religiosas, o son los padres o es el entorno escolar, pero tienes ese aura que no se ha perdido y en ese entorno se vuelve todo muy complicado. Porque denunciar o hablar de ese tema pone en riesgo los valores familiares, constituye un cisma que un jovencito no sabe cómo abordar.
–Hablas de que hay curas buenísimos, como ese mostrarse de una forma y ser de otro…
–Sí, un doble filo que también me tocó vivir. En el propio entorno familiar, ese lado de jesuitas, de personajes incluso metidos en la Teología de la Liberación, cumpliendo con una consigna de no evangelizar a la gente sino de meterse a las comunidades y de apoyarlas, que me parecía interesante para no tener un tema maniqueo simplemente en contra de la iglesia, una figura abstracta.
–¿Tú crees que esta educación religiosa determina políticamente todo lo que es México?
–En gran medida sí. Como casi todo en México todo es por debajo de la superficie, creo que es una manera cercana del sistema de castas en la India. Se disecciona así la sociedad. Es el acceso a la educación privada, que te pone en un entorno relativamente económico de la gente con la que convives y los amigos que te acompañan durante toda la vida son con quienes se hacen los negocios, están los contactos, los demás son “la masa”, los que nos tienen que ayudar. Yo creo que desde ahí hay todo un tema y claramente, todo este manejo “burgués” de la religión, también lo tiene. Es como una manera de justificar todo lo otro.
–¿Por qué nadie se refiere, se preocupa, por la educación pública en México?
–Tanto desde el mundo de vista empresarial como la clase política, en general, vienen todos de la educación privada. La educación pública es la que genera los obreros, es como una suerte de cultura de castas. Cuando se habla de la famosa Reforma Educativa, allí ya se habla de la educación pública, un ente súper abstracto, en manos de los sindicatos, en reparto de cuotas y yo creo que de fondo lo que realmente hay una consigna no escrita de mantener idiota a la gente. Mientras peor educada esté, más difícil es que entiendan que la capacidad que puede tener de generar un cambio en este país.
–¿Vas a dedicarte a la literatura para siempre?
–Nada me gustaría más. Te diría que en el origen de mi vida, es eso lo que siempre quise. Lo que siempre me gustó más, lo que siempre cuando era niño me lo proponía, tengo algunas noveletas infantiles y juveniles que alguna vez revisé y suben las hormigas de lo cursis que son. Mirando las revistas de análisis, Vuelta, Proceso, Plural, de repente me metí en el periodismo, pero de pronto esta novela era como un gusano que necesitaba publicar. Tengo proyectos en mente y demás, ojalá que pueda tener el tiempo.
–¿Hubo algo en el periodismo que te hiciera sentir orgulloso?
–Sí, muchas cosas. Hubo un momento que me hizo sentir orgulloso un grupo de gente talentosa, conmigo alrededor, en la revista Expansión. En un momento además sumamente indispensable, porque fue la crisis del ’94, del ’95, de ahí hasta el final del siglo XX se convirtió en una empresa privada, en un proyecto independiente y libre, pudiendo ejercitar consignas reales de periodismo. Mucha riqueza de análisis, de propuesta, de meter todos los temas hacia otra perspectiva, se logró además desenquistar un proyecto que le dio muchos años de mucha alegría a esa marca. Por supuesto, una satisfacción enorme aunque muy poco duradera, fue la obsesión personal de lanzar la revista Soho y de estimular mucho la crónica que me parece que es uno de nuestros géneros en riesgos de extinción.
–Ahora, ni Soho ni Gatopardo tienen éxito, ¿verdad?
–Soho Colombia tuvo mucho éxito al principio, pero ahora no. Gatopardo se quedó en una revista de culto de unas poquísimas personas y para mi gusto en una parcela demasiado comercial.
–Ahora con la muerte de Javier Valdez Cárdenas el periodismo se ha puesto sumamente peligroso…
–Sí, es verdad. Mi mundo ha estado un poco lejano a eso, pero fíjate que hace poquito dando una charla me preguntaba la gente si había tenido esa sensación. Había una amenaza, siempre la ha habido, justamente recuerdo en Expansión, se hizo un tratado de libre comercio con Costa Rica y encontramos, haciendo una investigación, una cláusula muy extraña que daba una suerte de exclusividad a una sola compañía, para la importación y la exportación de azúcar, y jalando muchas hebras dimos con los documentos y la exclusividad la tenía Carlos Hank, que era el Secretario de Comercio de Salinas. Y lo publicamos. Yo me imagino que en la época actual o no lo publicas o lo publicas y te matan. Entonces, lo que recibimos en esa época fue un arreglo de flores, inmenso, la mitad de una mesa de juntas, con una nota que decía: “He leído con mucha atención, todo aquello tan inesperado que publican”, firmado: Carlos Hank. Me acuerdo que me asusté con esto y le dije a Germán Dehesa, que siempre se lo extraña, y él me contestó: Yo llevo tres jardines del mismo personaje y todavía no me sacan de la carretera. Ahora uno como periodista tiene la amenaza de la violencia institucional, de la violencia organizada, que además tiene muchísimos puntos de unión con la oficial, y el que azota a todos los ciudadanos que es la violencia común. Muchas veces uno se pregunta si valía la pena estar en esto, en esto del periodismo.
–Además de los nexos, también debe de haber gobernantes que no saben qué hacer con el narco
–Es verdad. Es difícil demostrar esos nexos y no estamos para lanzar acusaciones al aire, pero también creo que hay muchos gobernantes que no saben que hacer.
–Hay muchos periodistas que como tú hacen sus propuestas independientes, ¿no se pueden unir para dar respuestas al periodismo de la época?
–Creo que sí debe de haber. Me parece una muy buena idea. Hay muchas iniciativas, difícilmente hay perspectivas económicas que nos permitan decir esto va por un camino humilde pero seguro o estable y sí creo que estamos hablando de proyectos independientes, todos muy interesantes.
–Pedir la publicidad oficial, por ejemplo. Es de todos. No es de los medios hegemónicos
–Efectivamente. Es una manera de contraer compadrazgos. Es algo tan importante, si va a haber publicidad oficial tiene que haber un reparto transparente de la publicidad oficial. Y también apelar a la publicidad privada, como algo más de prestigio, que le haría muy bien promover en nuestros productos.