Tomás Calvillo Unna
10/05/2017 - 12:00 am
Con lupa ver el país y con el telescopio también
Al ver con lupa el país, podemos comprender que estamos atrapados en una dinámica política demencial, por decir lo menos. Desde los ámbitos locales hasta los nacionales, facciones importantes de las élites económicas y políticas prefirieron elegir aliarse con el crimen y no con la democracia.
Al ver con lupa el país, podemos comprender que estamos atrapados en una dinámica política demencial, por decir lo menos. Desde los ámbitos locales hasta los nacionales, facciones importantes de las élites económicas y políticas prefirieron elegir aliarse con el crimen y no con la democracia.
El personaje híbrido que surgió por todos lados, el “polinarco”, expresa esa simbiosis bastante siniestra que garantiza reducción o cancelación y olvido de impuestos, apoyos a discreción para el crecimiento de la riqueza vía los bienes raíces, flujo de recursos monetarios, liquidez y demás favores económicos, jurídicos y políticos. A ello se suma la seguridad para las familias de empresarios y políticos que participen en ese orden paralelo que ha penetrado a las élites del poder, aprovechando las reformas económicas que desmantelaron al estado desde hace décadas.
La globalización fortaleció al crimen abriéndole nuevos mercados y facilitando su inserción en redes internacionales. Los procesos de urbanización acelerada y la hipercultura tecnológica incrementaron el mercado de las drogas, la clientela creció al ritmo de la era digital; un tema de salud se convirtió en una cuestión penal y represiva provocando la expansión en los subsuelos sociales de la distribución de los estupefacientes.
El reclutamiento de consumidores jóvenes pertenecientes a las élites por parte de los carteles, ha fortalecido esos vínculos en la cúspide de la pirámide social que como un fractal se multiplica por todas las poblaciones.
La democracia quedó acotada y convertida cada vez más en un parapeto que justifica un cierto juego político, que permite de vez en vez, ciertos reacomodos en los grupos de poder. En realidad ningún partido político escapa a esta condición, y al igual que todo el país nos reconocemos atrapados en un sistema poroso que se sostiene en parte por flujo de recursos provenientes de la ilegalidad y el crimen.
Tamaulipas es el caso emblemático, pero no hay estado que se salve de esta condición. Unos más, unos menos.
Las clases medias, antaño motor de cambios, en esta nueva y desafiante sociología de la cotidianidad, se han mimetizado con la cultura tecnológica masiva del entretenimiento.
Ya no es un partido el domingo, son tres o cuatro diarios, no es un torneo son 5 o 6, no es uno o dos deportes, son diez, no es un concierto de música, son decenas de géneros musicales y festivales. No es una telenovela, son múltiples series a la hora deseada. No es una noticia de un país de oriente, son centenas de todo el mundo.
El silencio desapareció al igual que el vacío, a todas horas hay que decir algo, ver algo, comunicar algo. La clase media más que ninguna está realizada en su ego. El mundo de la imagen es el suyo. Hasta ahí llega su espíritu democrático, su solidaridad no sólo en México, sino en la mayor parte de los países. Pero en México, cuando despierta de esa hipnosis y se focaliza en un cambio posible, la violencia se le aparece enfrente o a sus espaldas con virulencia; entonces, toma conciencia en corto de esa estructura criminal de facciones políticas y económicas entrelazadas, que cierran filas usando ministerios públicos y demás instrumentos para lo que sea necesario; incluso para cercenar la esperanza de los ciudadanos.
Lo más penoso, es que en las contiendas políticas que se avecinan se minimice todo ello o de plano se ignore (ahí están Iguala, ejemplo local, Tamaulipas, Veracruz, ejemplo regional, Nayarit, un estado, etc.). No se puede seguir pensando que es un problema de candidatos o partidos (que ciertamente son parte del problema) cuando se trata de un tema sistémico.
Es decir esta contaminación habita en los poros de la sociedad. Por eso el trabajo democrático inicia en la localidad, y a partir de ella las cosas pueden ser distintas. Por eso el 2018 es una moneda en el aire, con incertidumbre mayúscula y hasta el momento sin rumbo alguno. Habrá al menos que articular la fragmentación con la palabra, con un lenguaje que convoque con claridad y que reconozca la magnitud del problema en que nos hemos metido como país; y esta no es una tarea de un partido o de un candidato si no de muchos ciudadanos, muchas organizaciones, muchos candidatos.
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