Durante buena parte de su etapa Say No More, Charly García apuntó más a lograr un concepto unificador ante cada nuevo disco que al hecho de que la obra estuviera compuesta por buenas canciones. Incluso, subía la apuesta cada vez más, hasta límites ridículos como -en la época del regreso de Sui Generis- que hubiera dos álbumes sonando en diferentes niveles, cuando lo que se escuchaba en realidad era un despelote al que costaba encontrarle sentido.
Ciudad de México, 18 de marzo (SinEmbargo).-De allí que el título de su disco de regreso hiciera prever un desatino similar. Random, sin embargo, tiene muy poco de azarozo y nada de “conceptual”: se trata, simplemente, de un buen álbum de canciones. Diez, para más datos. Todas firmadas por García. Y con su sello inconfundible, más allá del paso del tiempo y de los estragos en su salud.
Lo primero que hay que sortear, de todas maneras, es el estado de la garganta de Charly García. En “La máquina de ser feliz”, que inicia el álbum, se escucha a un anciano con la voz retocadísima, al punto de que por momentos se hace difícil reconocerlo. Pero las canciones pasan y, de algún extraño modo, el oído se acostumbra al modo en que García puede sonar hoy, y empieza a cobrar más importancia lo que el hombre tiene para decir. Que es bastante y variopinto, íntimo y global, trascendente y mundano, por momentos profundo y en otros más cerca de la diatriba de red social a las 3 A.M. que de “Viernes 3 A.M.”.
Random arranca como una continuación “saynomorizada” de la banda sonora de Pubis angelical, ésa que compartía cassette con Yendo de la cama al living. Pero cuando entra la batería y el coro, el panorama cambia: “La máquina de ser feliz” plantea la “inocencia artificial” como inútil bálsamo ante el dolor (“la felicidad no existe en soledad”, reflexiona Charly), con una melodía sencillamente hermosa y la voz de Rosario Ortega mejorando el espectro sonoro. Enseguida, una “sirena” plantea una situación diferente: “Ella es tan Kubrick”, llena de referencias cinematográficas (y mención a Fabi Cantilo), rockea sin demasiada intensidad y no descolla por su letra, pero las capas de pianos y teclados tiran ganchos para la atención por todos lados.
“Primavera” se sostiene en un banjo juguetón y teclados que entran y salen de plano aportando variedades de colores, mientras Charly tira frases brillantes (“Ahora que estoy rehabilitado / saldré de gira y otra vez / me encerrarán cuando se acabe / y roben lo que yo gané”) mezcladas con esa arrogancia tipo “A los jóvenes de ayer” que ya no le sienta nada bien. Lo de la “gramática de vegetal” de los celulares suena a «hombre viejo gritándole a las nubes» y que termine diciendo “hoy yo estoy más joven que ayer”, más allá de la cita a Bob Dylan, queda un tanto extemporáneo si se considera que viene de una operación de cadera…
De todas maneras, pasado y presente son temas inevitables cuando se habla de García, por lo inmenso de su obra y por sus erráticos años cercanos, y él mismo los aborda en más de una ocasión en Random. Incluso desde lo musical, porque hay ciertas marcas registradas de diferentes épocas suyas que se cruzan hasta conformar una personalidad abarcativa en tiempo presente. “Rivalidad”, uno de los mejores temas del disco, insiste en que “nunca jamás” van a conseguir cambiarlo, sobre una base con percusión que lleva a los años en que Prince era faro de modernidad para el cantante (revisar “Fanky”). La canción está llena de detalles sonoros y arreglos de un preciosismo propio del mejor Charly, que potencian una melodía de por sí hermosa.
“Otro” prueba el camino de un rock en el que toda la instrumentación se encolumna detrás del 4×4 de la batería, hasta desembocar en una coda de psicodelia random que se hace más interesante en cada escucha. La segunda parte del disco arranca casi con un dúo de voces entre García y Rosario Ortega en “Lluvia”, sobre una de esas baladas con teclados que terminan convertidas en himnos dentro de la discografía del músico. Los dos minutos y monedas de “Believe” proponen lo opuesto: energía pop con la permanente influencia de los Byrds. Y “Los amigos de Dios” trae otra vez el aura de Prince y la crítica -esta vez a los pastores televisivos de la trasnoche-, entre lo irónico y la crudeza: no cuesta demasiado imaginarlo enojado ante la sarta de mentiras catódicas, pero que esa temática se convierta en un tema suyo en 2017…
“Hay cada turro en la televisión”, retoma Charly en “Spector”, cuyo ritmo remite al célebre productor, aunque sin wall of sound audible, justo antes del notable cierre con “Mundo B”. “El pasado no me condena / El presente no me da pena / El futuro está asegurado / Y los muertos están comprados por / Él!”, reflexiona García, en una de síntesis brutal de su aquí y ahora, antes de que su voz comience a aparecer en distintos planos dentro de las nubes de teclados citando a los Beatles, su primera y máxima influencia: “I wanna hold your hand / She loves you yeah yeah yeah”, musita. Y entonces, para Charly el pasado está en el lugar correcto y el presente es continuo, que es una forma de decir que el futuro no para de llegar.
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