La demagogia patriotera, aunque suele ser divertida, es peligrosa.
Hoy diputados, funcionarios y partidos, hacen espectaculares declaraciones para defender a los indocumentados que sean expulsados de Estados Unidos y anuncian apoyos para los que lleguen a nuestro país.
Seamos sinceros y digámosles la realidad que los va a recibir.
Los indocumentados que regresan al país de la mano del servicio de migración estadounidense, quedan a mitad de algún puente de cruce entre El Paso y Ciudad Juárez; desde ahí caminan confundidos entre los fronterizos que cruzaron para realizar sus compras y los que fueron a trabajar o estudiar; y son recibidos por los policías fiscales, que los tratan como si hubiesen regresado de las compras y les decomisan cualquier objeto valioso que carguen a menos que paguen impuestos o la correspondiente mordida.
Es falso que vayan a recibir algún trato especial porque la rutina de ingreso al país es caótica y, como dice un amigo sindicalista, “ellos lo complican todo para robar a gusto”.
Después de que los migrantes repatriados cruzan el primer filtro de corrupción llegan a las calles más complicadas de la ciudad: la Zona Centro está tomada por el Cártel de Juárez, policías y soldados que conviven simbioticamente, y el área del cruce de Zaragoza por la gente de «El Chapo» y las mismas corporaciones de seguridad pública.
Un migrante repatriado y un pingüino en el desierto lucen igual de confundidos. Ellos traen maletas y bolsas en sus manos y andan con la cabeza inclinada, buscando algo que les indique a dónde ir.
No hay ninguna oficina cercana que los oriente y los uniformes de los policías federales y municipales, del Ejército y de los migras mexicanos los asustan en lugar de generar confianza ya que, una vez que un migrante es detectado, muchas veces es detenido y interrogado como si fuera un delincuente; los repatriados que ya conocen el sistema saben que la mordida es el mejor salvoconducto en el país.
Ya que han logrado librarse del segundo filtro, caminan por las calles preguntando a los juarenses por la Casa del Migrante, una de las escasas opciones que ofrece la Iglesia mexicana al lado de algunas fundaciones para recibir a migrantes con rumbo al norte o al sur; pero este refugio está a varios kilómetros de distancia de cualquier punto de entrada al país. Es falso que el Gobierno tenga refugios o lugares de hospedaje para los migrantes repatriados porque como decía Héctor Suárez: “No hay”.
Digámosles la verdad, ellos sólo contarán con el apoyo de sus familiares en México y sólo les serán útiles las amistades que puedan localizar o tener a la mano en Ciudad Juárez.
Otro engaño demagógico es lo dicho por el secretario de Gobernación, asegurando que sólo ingresarán al país los mexicanos.
Los filtros migratorios están diseñados para evitar que los centroamericanos se acerquen a la frontera con Estados Unidos sin documentación o sin la mordida requerida para el agente en turno; los filtros para ingresar al país en la zona de cruce peatonal o vehicular en el norte no existen ni hay quién le pregunte a los que ingresan sobre su nacionalidad o solicite sus documentos de identidad y pasaporte.
Desde la crisis de los feminicidios en los 90, las organizaciones de derechos humanos exijimos que migración mexicana identificara a los que ingresan al país porque estábamos seguros que entre ellos venían criminales, violadores y hasta asesinos seriales que podrían tener órdenes de búsqueda o aprehensión en Estados Unidos, pero nunca lo quisieron hacer y aún hasta la fecha no hay algún encargado de supervisar quiénes ingresan por Ciudad Juárez.
Otro mito es el apoyo en EU para que les respeten el debido proceso; a un indocumentado lo detienen y le dan dos alternativas: aceptar la deportacion voluntaria o un año en la carcel hasta la audiencia de juicio. Unos 980 de cada mil aceptan la repatriación voluntaria.
Seamos sinceros y apoyémoslos en sus verdaderas necesidades, todos los que hemos vivido esa situación.