Debía ser en Latinoamérica dónde renaciera la esperanza, no sólo para los progresistas, sino también para los que sostenemos que la política, el Estado de Derecho y los derechos humanos son indivisibles.
Escribo estas líneas el domingo 18 por la tarde, cuando todavía la derecha financiera ecuatoriana se resiste a reconocer la victoria de Lenin Voltaire Moreno, la persona más modesta y sencilla que puede oponerse al arrogante y abusivo Donald Trump, un símbolo humanista en contra del pensamiento y la acción discriminatoria.
Datos sólidos de los medios cercanos a la elección aseguran que Moreno lleva la delantera por más de 10 puntos a su adversario Guillermo Lasso, lo que le garantiza el poder ser Presidente de la República del Ecuador y continuar la revolución ciudadana que ha impulsado Rafael Correa.
La mejor opción para aquella nación centroamericana, y para el resto del continente reside en él, vicepresidente en el periodo de Correa e impulsor de las ideas progresivas del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
Es un derechohumanista reconocido internacionalmente por su defensa sistemática y permanente de los derechos de las personas con alguna discapacidad, una de las áreas menos glamorosas de los derechos humanos, y por la que además fue propuesto para el Premio Nobel de la Paz, siendo tal vez el único candidato que haya sido nominado antes de ser presidente (ni siquiera Mandela lo fue).
Él mismo sufre de una discapacidad motora: en 1998 fue asaltado y el delincuente le disparó, dejándolo con secuelas permanentes.
Votar en Ecuador por Lenin Moreno significa votar en América contra Trump: un electorado latinoamericano está gritando contra quien pretende desconocer los derechos humanos que se grabaron para la historia después de la Segunda Guerra Mundial.
