Tomás Calvillo Unna
01/02/2017 - 12:00 am
Conversaciones con Javier Sicilia
(Segunda parte) TC.- Hablando de una conciencia colectiva, da la impresión de que hoy en México ante la irrupción de Trump, se aprecia un muro más que virtual dentro de la sociedad mexicana que separa a la mayoría de la gente de una parte significativa de la elite económica y política del país. Para esta última […]
(Segunda parte)
TC.- Hablando de una conciencia colectiva, da la impresión de que hoy en México ante la irrupción de Trump, se aprecia un muro más que virtual dentro de la sociedad mexicana que separa a la mayoría de la gente de una parte significativa de la elite económica y política del país. Para esta última (ahí están las declaraciones que han hecho) Trump es en realidad un gran negociador, en cambio para muchísimos ciudadanos es un depredador que cercena la Paz y los derechos humanos y reedita las pesadillas del fascismo.
Qué respuesta dar cuando el país está fracturado así: entre la inconsciencia de la élite y la conciencia de la gente que busca no sólo defenderse sino expresar el alma de la propia nación, un alma que nos ha sido expropiada por el discurso no sólo insensible si no también insensato de los de arriba, para recordar aquel título de Mariano Azuela que hablaba de los de abajo.
JS.- Me parece que la fractura entre los de arriba y los de abajo es ya absoluta. Los de arriba, que sólo piensan en términos de macroeconomía y de progreso, están destruyendo cualquier forma de vida, ya sea natural o humana. Atrapados en la velocidad de producciones y consumos cada vez más tecnologizados y virtuales, la realidad se les presenta como una pura instrumentalidad que sirve para aumentar esa productividad y ese consumo sin fin ni límites, como sucede en esa cosa llamada la computadora y el Internet.
Los de abajo, en cambio, sufren sus consecuencias: destrucción cada vez mayor del ambiente, de las culturas y sus economías de soporte mutuo, aumento de los desplazamientos forzados –migrantes–, de las redes de trata para la esclavitud laboral o sexual, de desapariciones y, por lo mismo, un aumento de negocios que Iván Illich llamó contraproductivos, o, para usar tus palaras, depredadores, es decir, que sólo sirven para la destrucción y la muerte: los que ya he nombrado, y que son ilegales, como la trata y la extorsión, o legales, como policías, cárceles, jueces, fuerzas armadas o construcciones de muros como el que pretende hacer Trump sobre los 3,169 kilómetros que hay entre nuestros países .
Por desgracia, Tomás, la mayor parte de los de abajo, a pesar de sufrir las consecuencias de la locura de los de arriba, de manifestar su malestar de muchas maneras y de exigir un cambio, queda atrapada en la lógica –si a eso podemos llamar lógica— de los de arriba: dependientes de sus ocurrencias y, por consiguiente, fracturados en nuestra indignación.
Lo podemos ver con mucha claridad. Por un lado los zapatistas, por el otro Cuauhtémoc Cárdenas y el movimiento Por México Hoy, los migrantes, cuyo rostro más visible es Solalinde, Raúl Vera y la Constituyente Ciudadana-Popular, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y la centenas de asociaciones de víctimas y de derechos humanos, los diversos movimientos que ha suscitado el llamado “gasolinazo”, etcétera.
Allí, en esos movimientos está lo que yo he llamado desde 2011 la reserva moral del país. Ellos, en sus coincidencias, que son muchas, tienen la clave para refundar el país y crear una política verdaderamente humana y, para retomar nuestra conversación anterior, proporcional, es decir, una política de los límites que permita lo que los zapatistas no han dejado de repetir, “un mundo donde quepan muchos mundos”. Lo que faltaría es que toda esa reserva moral se uniera para realmente hacerlo. La moneda sigue estando en el aire, pero el tiempo se compacta.
TC.- La dislocación de los ritmos naturales de la vida que la tecnología y su velocidad producen confundiendo los sentidos del tiempo mismo, encuentra su expresión más contundente en la arena de la política donde los twitters de Trump, pretenden definir los rumbos de las relaciones entre las naciones. El Twitter con su incapacidad de reflexión tensa los procesos institucionales y los equilibrios e imponen los instintos, ambiciones y desmanes de una personalidad que ignora su responsabilidad como presidente de la nación más poderosa militarmente.
Los actores políticos en México se entrampan en esa precipitación y no encuentran su propio tiempo político para responder con claridad y firmeza. Como salirse de ese juego perverso de pretender reducir la realidad a los instintos y fobias expresados en instantes digitales que van marcando los pasos hacia el precipicio de la violencia.
JS.- El pasado viernes 27 de enero presentamos en la Casa de la Cultura de San Luis Potosí tu libro de poesía, Pausada tinta. Allí hablé del lenguaje. Si recuerdas, y claro que lo recuerdas, cité a Octavio Paz. Paz decía –y esto es algo absolutamente verdadero—que el mundo humano está hecho de palabras.
En ellas está el significado y el sentido de la vida. Todo, desde nuestras relaciones más íntimas, hasta las máquinas, pasando por la vida social y política, es un mundo de palabras que se encarnan en vida humana. Cuando ese universo se corrompe, es decir, pierde la profundidad de sus significados, las sociedades, decía Paz, “se pierden y se prostituyen”, es decir, entran en la anomia, en el caos en la violencia. Los medios de comunicación, independientemente de sus virtudes, tienen ese sesgo destructivo del lenguaje: reducen la profundidad y la complejidad de la cultura humana, a un mensaje relámpago, a una ocurrencia y nos introducen en la violencia y el caos.
¿Qué se puede decir sobre la vida, por ejemplo, política en 140 caracteres? A menos que se sea un gran poeta o un maestro del haikú como Basho, sólo se pueden decir ocurrencias, pendejadas o insultos, nada que tenga que ver con la densidad del sentido. Los Twitter de Trump son de esa especie: basura lingüística y, por lo mismo, basura política que ahondan en la violencia y el malestar que los de arriba, a los que Trump, Peña Neto o Videgaray pertenecen, no han dejado de generar en su estrechez lingüística.
El problema es que la gran mayoría de la gente, como te decía, está demasiado pendiente de ello. En lugar de devolverse a la densidad de la vida política, de dialogar con la reserva moral del país y buscar la unidad que nos lleve a reconstruir a la nación, en lugar de volver a la densidad de la palabra y de la vida social y política, preferimos entramparnos en lo que un loco va a decir en cualquier momento en 140 caracteres y someter nuestra vida, nuestra palabra y nuestro sentido a eso.
Con ello, sólo le hacemos el juego a la violencia y a la estupidez. La mejor manera de contrarrestar a Trump es reconstruir el lenguaje político y encarnarlo en la realidad. Las idioteces de Trump sólo son peligrosas en la medida en que las creemos y las tomamos como verdad. Calles, el general, tenía una sentencia magnífica que habría que aplicar con Trump; la majadería hay que usarla cuando precisa algo: “Hacerle caso a pendejos es engrandecerlos”.
Hacerle caso a Trump, estar pendiente de las ocurrencias que la velocidad del Twitter disemina y reaccionar igual que él, es no sólo engrandecerlo, es convertirnos en imbéciles como él. Contra ello, la grandeza, la densidad y la dignidad del lenguaje y de la acción política, es decir, el regreso a la proporción, a la Pausada tinta como dice el título de tu más reciente libro de poemas. Contra la velocidad de un loco en un Porsche, la sabia lentitud del que camina y reconoce los meandros y la profundidad y la grandeza del mundo que hay que preservar.
TCU.- El 2017 es ya un año cargado no solo de contenido histórico cabalístico (cien años de la Constitución Mexicana) sino también de la urgencia ciudadana –recordar aquel discurso tuyo en el Zócalo de hace seis años donde se hablaba de la emergencia nacional- una condición que nos obliga a encontrar nuevas rutas para el país entero; nada sencillo con la fragmentación política actual. ¿Por dónde ir ahora? cuando los movimientos sociales y las elecciones tendrán que encontrar un nuevo equilibrio, para decirlo en lenguaje político puro: construir una dialéctica democrática que permita a la nación evitar el colapso.
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