El desaire de Trump a México diciendo que si Peña Nieto no aceptaba pagar el muro no tenía caso que fuera a la reunión en Washington, le dio la oportunidad a nuestro Presidente de mostrar fortaleza y convocar a la unidad nacional.
Aunque aún había dudas en el equipo burocrático del Presidente, y en él mismo, finalmente no quedó otra alternativa más que enfrentar lo que han venido evitando desde que el magnate anunció sus pretensiones de ser candidato a la presidencia estadounidense en 2016.
Fueron horas de gloria para el Presidente y muchos mexicanos se emocionaron y desempolvaron su traje de patriotas, pero no pasaron 24 horas cuando EPN comunicó con gusto que había tenido una larga conversación telefónica con Trump y habían convenido no mencionar públicamente el tema del muro y el pago de la construcción del mismo.
Y otra vez se vuelve a quedar solo.
No es posible pactar el silencio de un tema tan discriminatorio para el país, un proyecto que no forma parte de la agenda binacional y que supone una inversión millonaria de nuestra parte.
¿El Presidente ignora que para pagar un solo metro del muro, la Cámara de Diputados debe aprobar en el presupuesto de egresos del 2018 una partida especial para el pago de una obra: hecha en Estados Unidos, por decisión de una autoridad extranjera y para discriminar a los mexicanos? La otra alternativa legal sería que México y Estados Unidos firmaran un tratado internacional para la construcción conjunta de ese muro y que fuera aprobado por el Senado.
El Presidente debió ser claro: “es imposible tratar ese asunto”, porque no se puede legitimar un compromiso de tal naturaleza.
Acordar que ninguna de las partes hablará en público sobre el tema es aceptar que sí se puede discutir, e incluso llegar a un acuerdo, siempre y cuando se mantenga en secreto, y no son pocos los pactos ocultos que se han firmado entre México y Estados Unidos. Muchos historiadores han insistido que el precio que pagó Obregón porque fuera reconocido su Gobierno fue la renuncia al desarrollo industrial del país en los tratados de Bucareli.
Es increíble la novatez, ignorancia y falta de carácter y de oficio del cuerpo diplomático de México, ¿qué no habrá alguien que le diga al Presidente que empezar a discutir el color del monstruo es aceptar que existe el monstruo? ¿Acaso los que nos gobiernan están convencidos que México es tan débil como ellos?
Si hay infinidad de casos diplomáticos en los que una inocente entrevista significó reconer las intenciones beligerantes de una de las partes, entonces ¿qué prisa tiene México de establecer relaciones amistosas con alguien que apenas está consolidando su poder en su país y que ya enfrenta serios problemas para estructurar su Gobierno?
No advierten que lo del muro fue propaganda.
¿Ignoran que México no sólo es dependiente de Estados Unidos, sino que ambos países son interdependientes y que la diplomacia real se opera con las grandes trasnacionales que no reaccionan intempestivamente? Las reglas de la diplomacia global consisten en: “Negociar con inteligencia y firmeza sólo lo negociable, y ser intransigente en lo no negociable”.
Realmente nos frustra experimentar que, como en aquel concurso televisivo donde la concursante ganadora era «reina por un día», parece que tuvimos «Presidente por un día».