Lo que inició como un proyecto para rehabilitar la zona agrícola del sur de la ciudad, se convirtió en un modelo de negocio que busca beneficiar a pequeños productores y consumidores, al facilitar el acceso a frutas y verduras de origen agroecológico y a la vez capacitar a los campesinos que habían abandonado esta práctica por los bajos suelos.
Ciudad de México, 27 de enero (SinEmbargo).– «Lo que pretendemos es convertirnos en una plataforma para que los pequeños productores puedan encontrar un canal directo de venta a un precio más justo y poner esos productos más accesibles para el consumidor, para quien quiera comer más sano, cambiar de hábitos, consumir local, regenerar las finanzas. Es un proyecto integral que a través de la agricultura orgánica busca solucionar varios problemas», dice Antonio Murad, uno de los fundadores de Yolcan a Mundano.
Este año comenzaron formalmente con la entrega de canastas con productos orgánicos, pero detrás de Yolcan hay una historia que inició en 2011 cuando Antonio y su amigo de la infancia Lucio Usobiaga decidieron dejar los trabajos en los que estaban e incursionar en algo que nada tenía que ver con sus estudios de actuaría y filosofía, respectivamente.
«El proyecto nace con un fin social, 100 por ciento sin fines de lucro, va evolucionando a lo largo del camino por el mismo aprendizaje que vamos teniendo, al principio la única idea era la rehabilitación de chinampas, recuperarla como unidad productiva», dice Murad.
La problemática era las chinampas invadidas por la mancha urbana, la pérdida de tierras cultivables y el abandono de la agricultura por los bajos sueldos que por la cercanía con la ciudad, tienen que competir con otros trabajos mejor pagados.
«Sobre todo económicamente, no eran rentables, y digo ‘sobre todo’ no porque sea lo más importante sino porque hoy en día si no es rentable lo que sea que estés haciendo, está condenado a desaparecer, los modelos de negocio en donde nada más estiras la mano ya están en peligro de extinción. La idea era ayudar a los productores a encontrar un canal de venta directo para que no tuvieran que ir a la Central de Abastos y mal vender su producto», continúa.
Tras un intento fallido, Lucio se dio cuenta que la única manera de garantizar que se hagan las cosas fue involucrándose al 100 por ciento, empezó a leer mucho de agricultura orgánica, fue a talleres a capacitarse con los mejores que hay hoy por lo menos en Latinoamérica como Jairo Restrepo, Nacho Simón y Pacho Gangotena.
Y fue ahí donde entró en acción Antonio, para establecer modelos de negocios y calcular costos.
“Cuando me invita a finales de 2010 a Xochimilco para que conozca un lado distinto al de la fiesta y el mariachi. Me encanta el proyecto, renuncio en lo que estoy y le entro de lleno, pero se convierte en un emprendimiento social, en Estados Unidos y algunos lugares de Europa es muy común esa figura, una empresa que busca tener utilidades pero que trabaja con base en comercio justo, los márgenes que maneja son sensatos, no sólo para hacerse rico y tener a los productores en pésimas condiciones. Sí se necesita tener utilidades porque si no tienes que estar pidiendo dinero, pero se mantiene muy claro el enfoque de que los mayores beneficiarios de este proyecto tienen que ser los pequeños productores y el consumidor final», nos cuenta Antonio.
LA ALIANZA CON RESTAURANTEROS
Tras ir al parque ecológico y conocer a Noé Coquis, un habitante de la región de familia chinampera, se alía con ellos para producirles y recuperar la tradición. Se acercaron también con restauranteros hasta que dieron con Jair Téllez de Merotoro, que fue el primer maestro que tuvieron, tanto los socios como los productores.
«Una de nuestra ideas era que si iban a cambiar su manera de cultivar y dejar de utilizar agroquímicos e insecticidas, les íbamos a comprar mejor su producto, les damos semilla y tienen la garantía de que lo que están sembrando ya está vendido, a un precio que les convenía mucho más.
Poco a poco empezamos a ofrecer nuestros productos a más chefs con un servicio a la carta, lo cual es muy atractivo para ellos y para el pequeño productor, porque para el chef conseguir cosas de especialidad es muy caro o es complicado, al productor sembrar o competir con los precios de un gran productor es imposible, no hay manera», dice el actuario.
Entonces cambiaron su manera de ensemillar, en lugar de tres veces al año lo hacen cada 15 días para tener siempre producto disponible, «es una labor durísima pero también hay hacer un esfuerzo, no es sólo del consumidor de cambiar de hábitos».
El negocio creció cuando los chefs llevaban a su gente para que viera de dónde venían los productos que estaban llegando a los restaurantes, estaba Jorge Vallejo de Quintonil, Enrique Olvera de Pujol, Lalo de Máximo Bistrot, Israel Montero de Raíz y poco a poco los que hacían visitas pedían producto.
Justo con uno de ellos, Enrique Olvera, tienen el proyecto de la Escuela Campesina, un sitio de enseñanza empírica en la que los alumnos se gradúen tras dos años de trabajo en el campo, es decir, empiezan como jornaleros, luego son jefes de chinampa y al final, se convierten en productores, que bien pueden vender a Yolcan o por su cuenta.
«La idea es regenerar la zona, ayudar a reactivarla, fomentar que se siga utilizando para lo que fue creada que es para agricultura orgánica», dice Antonio, quien ademas relata que en paralelo a todas estas acciones hicieron una alianza con el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) y la doctora Refugio Rodríguez para que usaran distintas tecnologías e iniciar un proceso de biorremediación de chinampas, que logra que la filtración, la limpieza y oxigenación que van haciendo los diferentes animales y plantas, logre una calidad de agua mucho mejor.
LAS CANASTAS
Y así, tras una plática en la que les dieron el tip de que en Noruega había un esquema de canastas que podían aprovechar, con el producto que ya tenían y la calidad que se había logrado, “para ponerlos accesibles a las personas que les gustaba comer bien, cosas un poco más exóticas, que estaban dispuestos a cambiar sus hábitos de consumo con más consciencia y querer consumir local, querer apoyar a pequeños productores”.
Explica que los días jueves tienen entregas a domicilio a 5 kilómetros a la redonda del centro de acopio que está en la Anzures. Lunes, martes y jueves entregan en clubes de consumo, «en lugar de llevar a cada casa, nos acercamos a diferentes colonias donde hay algunos negocios, restaurantes, casas particulares que nos permiten ser centro de acopio y entregar ahí a la gente que trabaja o vive por ahí», dice Antonio Murad.
¿POR QUÉ YOLKAN?
Para Antonio, la diferencia entre su empresa y todas las demás es el grado en el que se involucraron en la producción, pues no sólo son vendedores. «Antes de entrar a esto no sabía la diferencia entre cilantro y perejil y el hecho que produzcamos nos hace ver las cosa de manera muy distinta y entender la problemática del pequeño productor de una manera empírica no sólo teórica. Por el otro lado, somos una comercializadora pero trabajamos con los preceptos de comercio justo, entonces todos los márgenes están acotados, el margen de ningún producto es arriba del 35 por ciento, se les paga a los productores la misma semana que se recogen los productos.
Tratamos de que ellos no salgan afectados por el mismo modelo de negocio, el capitalismo en el que vivimos, de que el productor siempre termina siendo el más castigado.
El poder que tenemos como consumidores es el único que nos queda, escogemos y le damos nuestro dinero a quien nosotros decidimos, al proyecto en el que confiamos, al final, eso es lo que vendemos: confianza», finaliza.