Tomás Calvillo Unna
18/01/2017 - 12:00 am
La conciencia del ¡ya estuvo!
Intuimos que algo se terminó, se expresa con ira y enojo, a la vez que se expande un sentimiento de vulnerabilidad. El Estado está roto, la élite fracturada se enfrenta a sí misma y proyecta su propio temor de ser alcanzada por la irrupción de una explosión social que se presiente, aunque todavía parece focalizada. […]
Intuimos que algo se terminó, se expresa con ira y enojo, a la vez que se expande un sentimiento de vulnerabilidad. El Estado está roto, la élite fracturada se enfrenta a sí misma y proyecta su propio temor de ser alcanzada por la irrupción de una explosión social que se presiente, aunque todavía parece focalizada.
Los partidos políticos buscan salir a flote, negar su responsabilidad anterior y asumir incluso la calle como foro, sin saber bien a dónde va a parar todo. Buscan salvarse, saltar del barco si es necesario.
Sin embargo algo se quebró y es probable que ningún discurso evite un colapso mayor, ni aun la aplicación de medidas extremas por calmar una protesta que se expande poco a poco y de manera continua. Lo cierto es que la ruptura es profunda porque ya se generalizó en la mente de los ciudadanos.
Nunca antes se había expresado en esa magnitud, es como si el “veinte” nos hubiera caído a todos, o casi a todos. Para la mayoría, ya estuvo, ya no se puede más; y este es el punto de inflexión. El gasolinazo se puede echar para atrás y tal vez retardar un poco la caída, pero esta se advierte inevitable.
Lo de Trump, su visita, fue el antecedente inmediato que dañó profundamente la psique colectiva, cruzó clases sociales, regiones y se expresa en la atmósfera de la dignidad de una nación. Algo que pareciera casi abstracto o incluso inexistente y de pronto permea el entramado social del país. No se comprendió y no se comprende, a pesar de los ajustes, del cambio de discurso, de las explicaciones y demás.
Tiene que ver con la palabra y el valor intrínseco de esta. Cuando el candidato Trump, (cuya lengua suelta se convierte frecuentemente en veneno social), arremetió contra México, se convirtió no en un enemigo, sino en el símbolo encarnado del insulto a una identidad construida durante siglos.
Al haberlo cortejado (involucrándose en un proceso electoral de otro país) e invitado a la casa del presidente de la República y exhibirse así ante el país y el mundo, expuso a la nación a una vergüenza internacional y vació en ese acto el significado de la representación nacional.
Estos dos hechos recientes culminan una etapa y nos aproximan a una tierra de nadie, llena de riesgos, pero también provisoria en sus posibilidades de urgentes cambios. Ya no es cuestión de voluntad de unos cuantos, ya entramos a ese territorio y más vale tomar conciencia de ello para que sepamos caminar en este campo minado en que se ha convertido el país.
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