Si el mundo se va a acabar, es mejor leer poesía que narrativa. La poesía siempre trae un dejo de futuro, de proyección, aun cuando trate del duelo, de la separación. Bueno, esto no es una competencia entre novela y poema y el mundo por ahora no se va a acabar. Leamos poesía, para después leer narrativa y viceversa.
Ciudad de México, 31 de diciembre (SinEmbargo).- Leer poesía se ha vuelto cada vez más frecuente. Lo mismo que leer cuentos, que leer ensayos. La verdad es que los lectores comunes ya no hacen tanta diferencia entre lo que se llevan a los ojos y, hoy por hoy, conviene escribir bien, cualquiera sea el género elegido.
Para decir las cosas como son, esta es nuestra lista. Que la disfruten.
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Fricciones, de Maricela Guerrero
Desperté sobre una plancha de concreto,
los niños se deslizaban por la resbaladilla que tenía
óxido de hierro
y otras sustancias.
La mejor resbaladilla que conozco es gigante:
una mole de concreto porcelanizada, lisa y brillante como patio
de psiquiatría.
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Nudo Vortéx, de Rocío Cerón
Cerrar los ojos/ abrirlos/ desmembrar el objeto en lenguaje hirviente/ abrir los ojos/ cerrarlos como si se quisiera tener una instantánea de todas las líneas,/ el contorno/ los volúmenes posibles del recuerdo...
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Ser azar, de Julia Santibáñez
El colmo: Y pensar que vas a estar muerto toda la vida.
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La otra Ilíada, de Ethel Krauze
Canta ¡oh Diosa!, mi cólera encendida,
que ésta es la otra Ilíada:
la Ilíada de Briseida, la cautiva,
la rebelión de la salvaje,
la colmada de ayes y de heridas;
el corazón de la mujer perdida,
violada en las batallas,
funesta a las miradas,
ardiente y negro cisne entre la bruma;
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Meth Z, de Gerardo Arana
La copiadora imprimía hojas negras. Hoja negra sobre
hoja negra. Tóner estropeado. Narrador abducido.
Guillotina precipicio. Software maligno. Cortocircuito.
Estallan los teléfonos negros. Las baterías derraman
litio. Los niños se envenenan. Nada volverá a crecer en
los baldíos. Norton ha encontrado un virus.
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Contranatura, de Luis Alberto Arellano
Nada diré de los prodigios que engendran los micos con su orina
Tampoco referiré en qué forma son los muros tan parecidos al hombre
No hablaré ahora en estas letras manchadas por el tiempo
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Deche bitoope / El dorso del cangrejo, de Natalia Toledo
Un tlacoache atraviesa el cielo de mi casa
sus manos con olor a sandalias
hablan de un gladiador nocturno
que toca el sexo de las mujeres y lo huele
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Odioso caballo, de Francisco Hernández
Dios de ríspidas encías, de ráfagas no vistas
sin embargo sentidas, y a fin de cuentas,
realidad sustentada por el pánico a dejar de ser…
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Usted está aquí, de Andrés Paniagua
suceder
negándose al desalojo
encontrarlo ahí
aterrorizado en la plenitud del
como voz manoseada por la lluvia
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Rincones de metal, de David Attie
Pausas y soledades
de entrañable evocación
y del mutismo de Dios
humana es la sonoridad