Los días dorados del estilo de vida americano y las instituciones del "Estado de Bienestar" desde hace dos décadas se han venido extinguiendo sostenidamente y a la par han aparecido el miedo, la incertidumbre, el malestar. Cada día existen más desencantados, irritados, dispuestos a votar aquello que represente la posibilidad de un cambio. Cualquiera que este sea. Antes votaron al “socialista” Obama y ahora, en las antípodas, al ultraderechista Trump.
¿Qué explica ese desplazamiento de grandes franjas del voto norteamericano en menos de cuatro años? O en otras latitudes, ¿el voto a favor de las opciones electorales xenófobas, el Brexit inglés o el fracaso del referéndum en Colombia? Es una sensación de malestar que viene de lejos. De la profundidad y la desesperación de la gente ante la presunta amenaza a lo que queda de su seguridad.
En el caso norteamericano viene de la llamada América profunda, heredera de aquel mundo desolador que describiera John Steinbeck en Las Uvas de la Ira y Al este del Edén, la de los granjeros, pero también de los pobres de las ciudades grandes y pequeñas, franjas gruesas de la clase media y las élites económicas conservadoras.
Son sonidos de malestar qué la élite política no ha sabido escuchar y menos actuar en consecuencia para mitigar los daños que han ocasionado políticas excluyentes y al mismo tiempo la percepción de tolerancia a los que supuestamente son los culpables de su incertidumbre y miedo.
Lo hicieron durante la era Bush y en la de Obama. No confiaron en Hillary Clinton y apostaron todo por el outsider Donald Trump, es decir, por alguien ajeno a la política del binomio demócrata-republicano, cansados quizá de la tortuosidad de los burócratas de Washington.
Aun, cuando, Trump fue postulado por el Partido Republicano, lo que le permitió repartir culpas dentro y fuera de los Estados Unidos de Norteamérica; dentro y fuera de su partido y siempre contra las políticas sociales de los demócratas.
Y lo sabemos, lo ha hecho de la peor manera, con bravuconadas como la construcción del muro en la frontera con México y con cargo a nuestros contribuyentes, la cancelación del TLC o la humillación a las mujeres y discapacitados.
Nada que pudiera servir a sus objetivos quedó fuera del guion de la esperanza de “defender” a su país de las asechanzas reales y ficticias. Es ahí donde hizo clic con los inconformes con el stablishment de Washington. Ese mundo sofisticado que hemos visto con toda la luz, y gracias a Netflix, en la serie House of Cards. El mundo de intrigas palaciegas, traiciones y componendas del poder.
Son los que ahora hicieron valer su voto para poner a alguien que les dijo lo que querían oír: Que va ir contra los musulmanes y los migrantes mexicanos, unos por terroristas y los otros por narcotraficantes y violadores. Que les ofreció recuperar los empleos que se perdieron por el TLC entre EU, Canadá y México y combatir con mano dura la inseguridad.
Y, por si fuera poco, prometió relanzar a EU en un mundo hostigado por las migraciones ilegales, el terrorismo, la violencia y ya con el triunfo en la bolsa, lo refrenda cuando afirma: Tenemos que reconstruir a EU, recuperar el sueño norteamericano.
Y la respuesta, si bien no ha sido masiva pues de los 200 millones de potenciales electores han sufragado poco más del 60 por ciento y en una lucha cerrada por los votos y distritos electorales. Trump se llevó 279 de las 538 circunscripciones.
Pero, ese voto del malestar, se extendió a la integración de la Cámara de Representantes, el Senado que estará en manos republicanas y las 12 gubernaturas y las decenas de condados en juego que deja a los demócratas sin poder ser un verdadero contrapeso al tono amenazador de Trump.
Lo que si se perfila paradójicamente son alianzas entre demócratas y republicanos en las cámaras legislativas, ya que la oferta dura de Trump choca con el sistema de intereses y eso obliga a situar al futuro Presidente en la realidad, la de todos los días, que es la que dice hasta donde se puede ir sin arriesgar la gobernabilidad y la estabilidad.
Es la apuesta por las instituciones. El sistema de contrapesos que ha impedido en otros países la llegada de personajes afines a Trump o la implementación de políticas locas en un mundo globalizado.
Y es que permítanme, fue una campaña electoral donde los dardos de convencimiento estaban dirigidos a la parte emocional de los potenciales electores. Hillary señalando a Trump como lo peor que le podía suceder a la Unión Americana y al mundo; mientras Trump señalaba con dedo flamígero a los culpables de la situación de inseguridad y abandono de la mayoría de sus compatriotas.
Quizá, esa estrategia de comunicación política sustentada en el miedo explique en buena parte la derrota de Hillary, pues ante un pueblo que busca señales de esperanza abrió la puerta, para hacer clic con el discurso de Trump, quien tenía un discurso más esperanzador para el ciudadano medio con todos los "asegunes" que se quieran –Ojo, eso debería poner a pensar a quienes en México quieren reeditar la campaña del miedo de “Un peligro para México”.
El triunfo de Trump finalmente representa una seria amenaza para México, nuestro país podría ser el chivo expiatorio más a la mano para satisfacer las ansias de mano dura de la mayoría de estadounidenses y verse muy pronto a través de gestos diplomáticos. Ya el valor del peso expresa el nerviosismo de los inversores y esto debe poner al el gobierno mexicano a trabajar para evitar que termine en una fuga de divisas, en tanto, las instituciones estadounidenses muestren su capacidad regulatoria entre el discurso de campaña electoral y la realidad del sistema de intereses económicos.
En definitiva, parar civilizadamente, el tropel de Trump y la rebelión del malestar expresado en las urnas.