Arnoldo Cuellar
10/11/2016 - 12:00 am
Guanajuato: Márquez, el gran elector
Hace unos meses, Humberto Andrade Quezada, el dirigente panista estatal que llegó al cargo por obra y gracia de un arreglo cupular, afirmaba que una de sus prioridades era llevar la decisión sobre la candidatura al gobierno al seno del partido, para impedir la injerencia del Gobernador Miguel Márquez. El discurso, como suele ser en […]
Hace unos meses, Humberto Andrade Quezada, el dirigente panista estatal que llegó al cargo por obra y gracia de un arreglo cupular, afirmaba que una de sus prioridades era llevar la decisión sobre la candidatura al gobierno al seno del partido, para impedir la injerencia del Gobernador Miguel Márquez.
El discurso, como suele ser en estos tiempos, quedó atrás muy rápido. La semana pasada Humberto Andrade fue el mensajero que defendió la posición de Miguel Márquez para que en León no se diera una contienda abierta por la presidencia del partido.
Pero no sólo eso. Andrade también fue el portador de un veto explícito, otro más en su carrera, para J. Guadalupe Vera, el exitoso empresario zapatero al que los panistas de alcurnia siguen viendo por encima del hombro por no formar parte de la casta divina leonesa. Lamentablemente, el propio Vera ha caído en esa estigmatización al aceptar una y otra vez las exclusiones de que lo hacen objeto.
La presión de Andrade, o mejor dicho, de Márquez a través del dirigente partidista, aumentó cuando Luis Ernesto Ayala, él si miembro del olimpo blanquiazul, se negó a participar en una contienda abierta donde no solo era incierto el resultado, sino que además se percato de que estaba siendo utilizado como un peón del juego de precandidatos que ya está abierto en Guanajuato.
La batalla, sin embargo, no es frontal. Por una parte, el Gobernador Márquez trata de situar lo mejor posible a su delfín Diego Rodríguez Vallejo sin abrir del todo las cartas pero permitiendo un activo juego subterráneo desde las estructuras del gobierno, donde ya se perfila una cargada burocrática, que no panista, a favor del secretario de Desarrollo Social.
Por la otra, Márquez mantiene puentes abiertos con Fernando Torres Graciano, quien se resiste también a romper claramente con quien fuera su secretario general como dirigente del partido y a quien parece que todavía confía en convencer de su proyecto.
Así, por parte de ambos precandidatos, e incluso de los potenciales terceros en discordia entre los que se encuentra, vaya paradoja, el propio Humberto Andrade, todo confluye en un hecho irrefutable: el actor político más importante del PAN en el proceso de sucesión gubernamental es el gobernador saliente, Miguel Márquez Márquez, en torno a quien giran las expectativas de todos aquellos que aspiran a sucederlo.
La situación, como lo he dicho en otras ocasiones, es inédita.
Vicente Fox llegó a la gubernatura en contra de un Carlos Medina que quería convertir el interinato en un sexenio completo.
Juan Carlos Romero Hicks, que tenía el apoyo de Fox precandidato presidencial, debió vencer una conspiración del gobernador interino Ramón Martín Huerta en apoyo de su rival, Eliseo Martínez Pérez.
Juan Manuel Oliva luchó y venció al Gobernador Romero y al presidente Fox, que respaldaban a Luis Ernesto Ayala y Javier Usabiaga, respectivamente.
Miguel Márquez debió sobreponerse, con ayuda del propio Torres Graciano, a las veleidades de Juan Manuel Oliva, que un día lo inclinaban hacia su secretario de Gobierno, Gerardo Mosqueda y otro hacia su encargado de Desarrollo Social. Además enfrentó y derrotó a otro favorito presidencial: José Ángel Córdova.
Hoy, está solo Márquez como gran elector, de modo que la intención de Humberto Andrade de excluirlo del proceso ha muerto antes de nacer. Al mejor estilo del dedazo priista, Márquez y su conciencia resolverán el trance panista de postular un heredero del poder.
El proceso entonces se ve mediado por la subjetividad de un mandatario que seguramente no querrá dejar cabos sueltos que lo incomoden cuando regrese a la vida civil o si aspira a incursionar en la política nacional.
Nunca como ahora se había visto al PAN de Guanajuato atado a los deseos, los temores y las expectativas de un solo individuo. Miguel Márquez, quien lo dijera, ha llevado a su partido a las sofisticaciones del despotismo priista más depurado.
Naturalmente, no lo ha hecho solo. Le han ayudado mucho las complacencias, las complicidades y el achicamiento de la clase política que lo rodea.
La pregunta que subsiste es: ¿si el PRI ha cansado tanto a los ciudadanos de todo el país y no se diga de Guanajuato, tiene futuro un PAN travestido de tricolor?
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