Peniley Ramírez Fernández
09/11/2016 - 1:23 am
Trump y los cubanos de Florida
¿Los cubanos hubieran votado distinto, de haber sentido cerca la posibilidad de una deportación?
Las botellas de vino espumoso estaban listas, para vaciarse en los vasos triangulares de papel. Entre los rostros sonrientes, los cabellos rubios, las expresiones de gozo, sobresalían los carteles de campaña de Donald Trump. Mientras las encuestas de salida coloreaban de rojo el mapa nacional, no había allí ningún rastro de la incertidumbre y el temor que se registró en imágenes en la mayoría de las comunidades latinas, dentro y fuera de Estados Unidos.
Cuatro días atrás, el candidato a la vicepresidencia Mike Pence tomó allí un café cubano y sonrió con su público. En el café Versailles -tan emblemático para la comunidad anticastrista de Miami, que tiene rentado cada centímetro de su estacionamiento a las cadenas de televisión, para trasmitir en vivo el día en que muera Fidel Castro- los fanáticos esperaban ansiosos la confirmación de una victoria para Donald Trump
Históricamente, el estado de Florida ha sido considerado una de las claves del triunfo en la carrera presidencial. Y también históricamente, los cubanos han votado con criterios distintos al resto de los latinos. En esta elección, la victoria de Trump no se explica sin el apoyo de una mayoría de cubanos en Florida mayores de 45 años, según un cable publicado por Associated Press.
¿Quiénes son estos cubanos? ¿Cómo se explica que una comunidad que ha vivido durante más de medio siglo un régimen totalitario, dé la victoria a un personaje cuyo discurso se ha centrado en el egocentrismo y la autocomplacencia? La respuesta parece estar en las condiciones vitales de los cubanos en Estados Unidos, muy distintas al resto de los latinos.
Un gran porcentaje de la población cubano-americana opina igual que la clase media blanca que habita en grandes territorios estadounidenses, cuyos problemas centrales están en la economía, no en la migración.
Una buena parte de los cubanos inmigrantes no hemos vivido la angustia de radicar en Estados Unidos sin documentos de residencia, ni la de ser deportados, trabajar en la pisca, en el servicio doméstico, con el riesgo permanente a caer en alguna redada.
El drama innegable de la migración cubana, también colmado de historias terribles de quienes aún están en Cuba y quienes han logrado salir, o quienes han padecido todo tipo de vicisitudes en sus intentos para abandonar la isla, se cierra cuando los cubanos pisan territorio de Estados Unidos.
Gracias a una legislación conocida como pies secos, pies mojados, que garantiza a los cubanos el acceso a toda una protección de legalidad, una vez que logran pisar territorio estadounidense, ese drama da paso a una normalidad migratoria, de la que no gozan la mayoría de los inmigrantes que llegan al país por mar, aire o tierra.
Entre familiares y amigos de Miami, durante meses escuché sus argumentos para apoyar a Trump. Los más comunes fueron, sin duda, que estaban contentos de que él pagara sus propios gastos de campaña, que no pertenecía al establishment y que arreglaría los problemas económicos que había dejado el presidente Barack Obama. Muchos de estos argumentos también coinciden con sus votantes blancos, de condados pequeños, que dieron sus votos al republicano. Y distan, naturalmente, de los temores de una gran parte de la comunidad latina respecto a las amenazas de una deportación masiva.
¿Los cubanos hubieran votado distinto, de haber sentido cerca la posibilidad de una deportación?
Considero que, en Florida, los votantes parecen haber ignorado no solamente las diferencias migratorias, sino otros signos preocupantes de la atribulada personalidad del hombre que, hasta en su último evento de campaña, continuó diciendo que construirá un muro, y México pagará por él.
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