Melvin Cantarell Gamboa
31/08/2021 - 12:05 am
De la conquista a la independencia de México
«Entre los humanos no hay bueno o malo, pero los conquistadores sobrepasaron a los indios en todo género de barbarie, de la misma manera que es del todo inválido aducir que no eran lo suficientemente civilizados y con eso justificar la guerra que se les hizo».
II
“Los que llegaron”
La modernidad zarpó, me atrevo a decirlo, el 13 de agosto de 1492 cuando Cristóbal Colón desplegó las velas de tres carabelas y navegó hacia occidente dando inicio a una nueva imagen del mundo y del hombre; a Colón siguieron Magallanes, Elcano, Drake, Cook, etc. Para 1945 el planeta entero estaba comunicado. Hoy no queda punto por “descubrir”. En ese largo proceso que duró siglos, muchas civilizaciones desaparecieron y los pueblos que sobrevivieron pagaron con dolor este drama humano. En ese periodo, España y Europa delinearon sus intereses y perfilaron el actual sistema del mundo; su éxito revolucionó la representación de las sociedades humanas y de las conciencias, dando lugar a la civilización actual. Desde entonces, la expansión lo fue todo.
En este contexto se ubican los artículos que aquí abordan la Conquista, la Colonia y la Independencia de México; la intención de escribirlos no es por el afán de juzgar o condenar a nadie, sino de discernir con la mayor sensatez lo que movió a unos hombres a actuar como lo hicieron y las consecuencias que esas acciones tuvieron en la formación de nuestra nación. El intento tuvo resultados inesperados, pues en la búsqueda de lucidez sobre el tema encontré el despliegue de una conciencia despiadada que disuelve mitos, exhibe a hipócritas, simuladores y mentirosos.
En la pregunta sobre aquello que dio lugar a nuestra condición de país conquistado, colonizado e independiente me di de bruces con una realidad: no es la subjetividad moral de los individuos lo que cuenta, sino que es definitivo el elemento ético de la época que quiere hacerse valer; por eso no es posible reclamar a España su negativa a ver en el indígena a un hombre, simplemente no estaban preparados para afrontarlos en tanto seres humanos; imposibilitados pues “para verse en el otro” resulta un eufemismo la concepción de Miguel de Unamuno cuando dice: “Soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño…es el hombre, el hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere-sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano…[a él] debemos considerar nuestro prójimo [y como] a los demás hombres, no como medios, sino como fines” (Del sentimiento trágico de la vida. Espasa Calpe. Colección Austral).
Efectivamente, ser hombre, dice el mismo Unamuno, es ser algo concreto, unitario y substancial. Sin embargo, desde Sócrates al humanismo contemporáneo, pasando por Kant, Diderot, Hobbes, Voltaire y una larga lista de filósofos nunca ha sido así, Occidente se la ha pasado hablando del hombre, pero cuando se vio cara a cara con él en América, África, Asia y Oceanía lo asesinó, lo esclavizó, lo sometió, lo explotó, lo despojó de lo que le pertenecía y, desde entonces lo domina. De ahí, que antes de ponerme a buscar al hombre en periodo histórico del que me ocupo, haya preferido encontrar primero la linterna.
¿Quiénes fueron, pues, los que llegaron al actual territorio de nuestra patria? El 19 de febrero de 1519 zarpan de San Antón, Cuba once embarcaciones al mando de Hernán Cortés y una tripulación formada por 600 soldados, 200 nativos esclavos, 19 caballos, 14 cañones y dos sacerdotes, el fraile Bartolomé Olmedo y el clérigo Juan Díaz, la presencia de éstos dos últimos permitía el control espiritual de navegantes y conquistadores: se encargaban de los oficios religiosos, eran hábiles motivadores a la hora en que los ánimos decaían; en las acciones de guerra tenían la misión de difundir entre los nuevos vasallos el mensaje cristiano. A cambio de esto Roma concedió a los conquistadores enormes privilegios a través de las bulas pontificias que solo dieron a España y Portugal un esplendor pasajero.
El Imperio otomano conquistó Bizancio en 1453 cortando la comunicación entre Oriente y Occidente, lo que puso fin, después de varios siglos, a la legendaria Ruta de la seda. Con el fin de restablecerla los portugueses impulsaron importantes exploraciones marítimas en el Océano Indico. En este entorno, Colón toma una ruta opuesta, navegando hacia occidente con el objeto de llegar a China a través del Atlántico.
Mientras España se preparaba para ir hacia el occidente Europa se encontraba anclada en el mercantilismo; una visión de la economía que concebía al desarrollo comercial como el medio idóneo para obtener ganancias. La expansión de los europeos (no iberos) por el globo terráqueo se caracterizó por la agresividad y los riesgos que se corrían con tal de conseguir ganancias para pagar deudas de créditos de inversión para sus viajes en plazos determinados; de ahí que a holandeses, italianos y más tarde los ingleses, los empujara una enorme agitación interior que los obligaba a centrar sus cálculos en la mercancía y el dinero.
El otro ingrediente importante que definía el momento social era el movimiento cultural denominado Renacimiento, que se desarrolló durante los siglos XIV y XV, que marcaba la transición entre la edad media y el inicio de la modernidad; produjo una renovación en las artes, las ciencias, la técnica (la invención del timón de codaste hizo posible la navegación a grandes distancias) y el pensamiento “humanista”.
Los españoles que llegaron a las costas mexicanas, pese a lo que digan quienes hacen su apología, no trajeron con ellos la civilización europea del momento, de la modernidad; de ella solo cargaron tecnología bélica: cañones, arcabuces, mosquetes, ballestas, espadas, lanzas, picas, armaduras y cascos de hierro y acero; hay que contar los caballos y perros adiestrados para matar: alanos y mastines. En cuanto a las ideas, estas fueron anacrónicas, propias del pensamiento medieval.
Las guerras brutales que los hispanos hicieron contra los indios estaban motivadas por la parte complementaria del mercantilismo: la falsa idea de que la riqueza consiste en la posesión de metales preciosos; su codicia y avidez por el oro, la plata y las perlas hicieron el resto, destruyeron una civilización, dieron muerte a millones de hombres de “carne y hueso” sin misericordia y, hasta hoy sin contrición. En cambio, el europeo que tomó la ruta de oriente no actuó con tanta crueldad porque evaluaba y sopesaba buscando un exitoso resultado económico que a la larga consolidó el sistema económico capitalista y dio lugar a la globalización actual.
Los españoles que devastaron Tenochtitlán y se apoderaron de Mesoamérica hicieron lo contrario inspirados en la tesis milenarista de Joaquín de Fiore, beato franciscano del siglo XII que dividía la historia del mundo en tres eras: una por cada persona de la trinidad, la del padre, la del hijo y la del espíritu santo. La primera abarcaba de la creación al nacimiento de Cristo; la segunda correspondiente al hijo, dominada por la fe, tenía a los sacerdotes como la figura más importante y la última la del espíritu santo, abarcaba de la Europa del siglo XIII hasta el juicio final; las personas más importantes y los guías más respetables de esta era son los monjes; ésta creencia puesta al día en el siglo XVI, explicaba la historia de la siguiente manera: la cristianización de Europa expulsó al demonio de ese continente y éste encontró refugió en las tierras en el continente recién descubierto, en consecuencia, todo lo que ahí se encontrara, edificaciones, ídolos, códices, etc. eran necesariamente obras que rendían culto al diablo y quienes las construyeron, así como quienes participaban en los cultos estaban al servicio del demonio. Esta es la parte metafísica que inspiró la actuación de la soldadesca que destruyó la Indias.
La parte terrenal de los acontecimientos tiene que ver con los hechos. Montaigne que piensa lo sucedido en el nuevo mundo, no a través de los libros, sino en su especificidad, es decir, en los testimonios que recibió de un criado suyo que estuvo en Brasil y en relatos de marinos que viajaron en su compañía escribió: “Creo que no hay nada de bárbaro, ni de salvajes (en referencia al indígena americano) según lo que me han contado; lo que ocurre es que cada cual llama Barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres…Podemos, pues, llamarlos bárbaros conforme a los preceptos que la sana razón dicta, más no si los comparamos con nosotros, que los sobrepasamos en todos los genero de barbarie” (Ibid). Y no se equivocó, Fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (resumen de su monumental obra Historia de las Indias en tres volúmenes publicada por FCE), dice “haber visto, y por la testificación de los sobrevivientes, como los españoles arrasaban aldeas, robaban sus alimentos, destruían sus reservas, incendiaban sus cosechas, violaban a sus mujeres, torturaban, rajaban a sus víctimas, despedazaban sus cadáveres, abrían el vientre de las mujeres encintas, cocinaban vivos a seres humanos a fuego lento, echaban a sus perros para que maten y devoren a sus presas, por cada cristiano muerto suprimían a cien indios”. Los indios, como los españoles y todos los seres humanos, tienen las mismas cualidades y defectos, lo abominable y execrable es que esto se hiciera en nombre de una religión que pregona el amor al prójimo, que, como adujo Juan Gines de Sepúlveda en su polémica con de las Casas: el papel del cristianismo en América era civilizatorio, pues descansaba en el quinto mandamiento del Deuteronomio: No matarás ¿Y qué hicieron? Lo opuesto.
Entre los humanos no hay bueno o malo, pero los conquistadores sobrepasaron a los indios en todo género de barbarie, de la misma manera que es del todo inválido aducir que no eran lo suficientemente civilizados y con eso justificar la guerra que se les hizo.
Para demostrar que aún no existe la intención de comprender lo que ocurrió hace 500 años ni cómo evaluarlo sin prejuicios, voy a dar un ejemplo: hace unos días, Vox, la voz de España Viva, organización de ultraderecha que se define a sí misma como el partido español del sentido común, declaró a conocido periódico madrileño que los ejércitos de Cortés liberaron a los pueblos de Mesoamérica “del yugo mexica”; esta afirmación demuestra que nunca se dieron a la tarea de entender la civilización precolombina y lanzan cualquier ocurrencia derivada de valores ajenos a la época a la que se refieren o apoyándose en concepciones actuales.
Los pueblos americanos y los mexicas desconocían las guerras de conquista no sometían a esclavitud o servidumbre a sus oponentes, no hacían pillaje ni expoliaban sus bienes, no envilecían, martirizaban, torturaban ni humillaban a los pueblos, les imponían tributos. Las guerras que enfrentaron a la Triple Alianza Azteca con los reinos del valle de lo que hoy son los estados de Tlaxcala y Puebla, llamadas Guerras Floridas tenían por objeto obtener víctimas para ser sacrificadas a los dioses y concluía con actos de canibalismo ritual de profundo misticismo; creían que gracias a esas ofrendas los dioses conservaban el universo y el sol renacía todas las mañanas.
Nuestros ancestros, los hombres primitivos, comieron carne humana; en la Dordoña situada al suroeste de Francia, se ha comprobado por los antropólogos, que hace varios miles de años, se hacían festejos con los restos de seres humanos cortados en pedazos; algo similar hicieron los antiguos habitantes de Atapuerca en España; se descubrieron actos de canibalismo en los años de la Revolución Francesa en Caen en la Normandía francesa, lo censurable es que por falta de información, sin conocimiento y comprensión de las cosas abordemos el canibalismo y lo juzguemos con la moralina judeocristiana y con los prejuicios de nuestra época y persistamos en ver la antropofagia como propia de individuos atrasados, sin cultura, próximos a la animalidad (ver Michel Onfray. Antimanual de filosofía. EDAF. Ensayo. 2005).
El canibalismo ritual y sagrado que practicaron los Aztecas obedecía a su manera de pensar y actuar para conservar su mundo. No se mataba para comer, se come lo que está muerto en honor al dios Huitzilopochtli; así se le alimenta para que continuara iluminando al pueblo escogido. ¿Ser civilizado es encerrar a cinco o seis mil indios y pasarlos a cuchillo durante tres o cinco días como sucedió en Cholula un 18 de octubre de 1519 o fue la carta de presentación del educado Cortés antes de llegar a Tenochtitlan? El Capitán español había solicitado la reunión en el templo dedicado a Quetzalcoatl y él mismo dio la orden de aniquilación de los asistentes. Fueron asesinados gobernantes, sacerdotes, cargadores indígenas que ayudarían a Cortes en el tramo final de su viaje; se quemó a cien venerables aztecas, se atacó a la población civil en las calles, se saquearon sus hogares y se violó a las mujeres; finalmente se prendió fuego al templo donde murieron todos los que estaban en su interior ¿Carta de presentación de los civilizados invasores?
¿Qué modernidad acompañó a la conquista? ¿Qué aportaciones pueden ser pruebas genuinas de tal aportación? ¿La Inquisición? ¿El apercibimiento? La Inquisición española fue fundada en 1478 para mantener la ortodoxia católica en los reinos de España; estaba bajo el control directo de la Corona y su sustento teórico encaja perfectamente en creencias propias de la Edad Media. Tenía competencia sólo sobre cristianos bautizados. En México, Fray Juan de Zumárraga fue el primer Inquisidor apostólico, aunque sus defensores aseguran que nunca usó tal título, en su ardiente celo por extirpar los cultos idolátricos de su diócesis, quemó en público en 1539 al señor de Texcoco, Don Carlos Ometochtzín, que por ser cristiano nuevo merecía consideraciones y comprensión; en 1545 se hizo lo mismo con Don Francisco, cacique de Yanhuitlán. El 12 de julio de 1562, en Maní, Yucatán, con el mismo frenesí, Fray Diego de Landa Calderón condena a la hoguera a decena de nobles y sacerdotes mayas en solemne Auto de Fe, una figura de la Inquisición, después de haberlos torturado y obligados a reconocer su paganismo demoniaco; junto con ellos ardieron cuarenta códices mayas que Landa había obtenido de familias notables de la región después de haberse ganado su confianza.
Juan López de Palacios Rubios, jurista de la Universidad de Salamanca escribió un apercibimiento cuya lectura hoy produce estremecimiento y turbación; este documento era leído a los indígenas americanos antes de ser atacados en sus poblados. Dice así: “Os rogamos y requerimos que entendáis…que reconozcáis a la Iglesia…al Sumo Pontífice y al Rey…como superiores y reyes de estas islas y tierra firme, por virtud de la dicha donación y consintáis …Y así como no lo hicieseis os haremos la guerra…y os sujetaremos al yugo y a la obediencia de la Iglesia y sus majestades y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haremos esclavos y como tales los venderemos y dispondremos de ellos…tomaremos vuestros bienes y os haremos todos los males y daños que pudiéramos”(la transcripción anterior esta resumida). Lo absurdo: el documento estaba escrito en latín, era leído a considerable distancia de los poblados para evitar ponerse a distancia de un posible ataque de los indígenas; con esto quedaba cubierto el aspecto legal del asalto. Una vez percibido el documento los españoles entraban a saco.
Ahora, sólo falta que los adictos a España digan que todo esto se hizo por amor al prójimo y para salvar el alma de esos desgraciados.
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