Jorge Alberto Gudiño Hernández
31/07/2021 - 12:05 am
Leer por placer
Hace unos años conocí a un sujeto al que no le gustaba leer pero leía. Sus razones se relacionaban con su utilidad.
Tengo en mi haber varios libros. No me refiero sólo a los que se acumulan en los libreros sino a los que he leído. Llevo varias décadas dedicándome a la literatura y, confieso, he hecho lecturas de diferentes tipos. En otras palabras, he leído por trabajo, como forma de estudio, para dar una opinión, como jurado o dictaminador, para contarles una historia a mis hijos, para enterarme de algún tema, para informarme, para investigar, por aburrimiento, por tristeza, por enojo, por hartazgo, para corregir, para editar, por empatía, desinteresadamente, teniendo presente un claro interés, para ayudar y algunas otras variedades. Lo confieso sin empacho: no todo lo que he leído me ha gustado y, más importante aún, no he disfrutado de todas las lecturas. Sin embargo, sea cual sea la aproximación que me lleve al siguiente libro, puedo decir que leo por gusto.
Si este texto sirve como un alegato en contra de esa declaración tan desafortunada de Marx Arriaga, me parece sensato. Está bien decirle que se equivoca a un sujeto capaz de afirmar que la lectura por goce es un acto de consumo capitalista. Más, si es el titular de Materiales Educativos de la SEP. Aún más, porque ostenta el título de doctor en filología hispánica. Algo que, de entrada, parece contradecir su propia tesis. Salvo que, claro está, haya decidido estudiar durante varios años sobre un tema que no le parecía gozoso (de ser así, allá él). Como yo me considero afortunado toda vez que he podido trabajar haciendo lo que me gusta, entonces, quizá, le esté dando un poco por su lado a su argumento. Es decir: como cobro por leer y eso, a su vez, me gusta, entonces estoy contribuyendo al sistema capitalista. Vale, no tengo problema. Supongo que, de alguna forma, todos los libros que consumo sin recibir beneficios económicos por ello (que son la mayoría), también entran en ese patrón debido a que los consigo gracias al mismo sistema. No importaría, claro está, que los consultara en bibliotecas o que me los prestaran porque, para ser sincero, son minoría. A mí, en efecto, me gusta tener los libros que leo.
Hoy por la mañana les pregunté a mis hijos (de 8 y 10 años) por qué leían libros. Los dos contestaron casi de inmediato: “porque me gusta”. Cuando les pedimos una mayor elaboración extendieron sus respuestas. Ninguna de ellas estaba orientada a una aproximación política o ideológica. Tampoco son producto de un acción emancipadora consciente. Eso sí, a diferencia mía, ellos sí leen muchos libros que salen de la biblioteca escolar. Es parte del proceso de la escuela. Una vez al mes, primero, sacan un libro, lo leen y lo regresan. Conforme avanzan de año escolar, el mes se transforma en semana o el libro ilustrado en novela. Y lo leen porque les gusta.
Hace unos años conocí a un sujeto al que no le gustaba leer pero leía. Sus razones se relacionaban con su utilidad. Quería aprender o abarcar parte del conocimiento humano. Vaya uno a saber. El caso es que era una persona peculiarmente disciplinada. Un libro al mes. Siempre. Con obsesiva precisión. No importaba la carga de trabajo, los asuntos familiares o cualquier otra cuestión. Tenía algo de encomiable su postura, pues, al cabo de un año, leía mucho más que otros adultos que sí gozaban de la palabra escrita. Supongo que, al no leer por gozo, él no entraba en ese acto de consumo capitalista aunque su lectura fuera, claramente, utilitaria.
Si Marx Arriaga no tuviera un puesto público tan cercano a la lectura (la elaboración de libros de texto), su comentario se habría convertido en la anécdota a partir de la que unos cuantos se alzarían de hombros, indulgentes. Lo grave es el puesto, el eco de un discurso ideologizado, la idea de que leer, de una u otra forma, es malo en los mismos parámetros que ha sostenido este Gobierno (pues sabemos que hay un claro discurso antineoliberal y anticapitalista).
La ventaja de quienes leemos por gozo no es sólo que nos podemos refugiar en los libros para ignorar este tipo de afrentas al sentido común. La ventaja es que la lectura nos proporciona las herramientas necesarias para ser más libres y, así, no comprarnos un discurso que se desmorona en sí mismo.
Por cierto, el sujeto que lee un libro al mes por disciplina merece todo mi respeto. Es el único que conozco que se ejercita de ese modo mientras los demás hacemos esfuerzos sólo a favor de nuestra condición física. Eso sí, me quedo con la sorpresa que ilumina la expresión de mis hijos cuando, de pronto, algo inesperado sucede en medio de las páginas. Capitalista o no, ese gozo bien lo vale.
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