La oficina de seguridad pública del estado de Pará informó que los cuatro fueron descubiertos ya fallecidos cuando el vehículo llegó a la cárcel del pueblo de Marabá. El vehículo, añadieron, tenía cuatro compartimientos y llevaba 30 presos esposados, sospechosos de participar en los hechos violentos del lunes en la prisión de Altamira.
RÍO DE JANEIRO (AP) — Cuatro presos presuntamente involucrados en un letal motín carcelario en Brasil murieron de asfixia mientras eran trasladados a otro reclusorio, informaron las autoridades el miércoles, mientras las familias de los 58 prisioneros que murieron en el hecho comenzaban a inhumarlos.
La oficina de seguridad pública del estado de Pará informó que los cuatro fueron descubiertos ya fallecidos cuando el vehículo llegó a la cárcel del pueblo de Marabá. El vehículo, añadieron, tenía cuatro compartimientos y llevaba 30 presos esposados, sospechosos de participar en los hechos violentos del lunes en la prisión de Altamira.
Las autoridades dijeron que los cuatro muertos pertenecían a la misma pandilla y que estaban investigando. Ellos estaban entre los 46 prisioneros que estaban siendo reubicados a otros centros penitenciarios, incluso a unos más estrictos bajo administración federal.
Se cavaron varias tumbas en la tierra de color rojizo del cementerio de Altamira, donde familias afligidas comenzaron a llegar el miércoles para llorar a algunos de los 58 reclusos asesinados por una pandilla rival en un espeluznante motín carcelario.
«Necesitamos más seguridad, necesitamos más espacio (para los detenidos)», dijo Gelson Gusmao, cuyo hijo murió en los enfrentamientos del lunes. «Hay mucho hacinamiento en las cárceles, así que queremos que nuestro presidente mejore la situación en el interior», agregó.
Para el miércoles por la mañana, las autoridades habían entregado sólo 21 de los cadáveres. Los expertos forenses dijeron que la tarea se hace lenta debido al tamaño reducido de las instalaciones y a la falta de electricidad, que los obligaba a dejar de trabajar a las 6:30 p.m.
Bajo el calor amazónico, los cadáveres eran guardados en un gran camión refrigerado.
Por segundo día consecutivo, decenas de familiares frustrados pasaron el día esperando frente a la morgue donde algunos de ellos se desmayaron al ver los cadáveres decapitados o quemados de sus seres queridos.
Las autoridades estatales dijeron que los enfrentamientos del lunes estallaron cuando el grupo local Comando Clase A atacó un ala de la prisión que aloja a miembros de la pandilla rival Comando Vermelho (Comando Rojo).
En muchas prisiones brasileñas los custodios están ampliamente rebasados en número y pasan apuros para mantener el control de la siempre creciente población de reclusos, además de que los líderes de pandillas con frecuencia dirigen sus actividades tras las rejas.
Los miembros del Comando Clase A incendiaron los contenedores que albergaban temporalmente a los reclusos pertenecientes a Comando Rojo mientras se construía otra ala. Las víctimas murieron de quemaduras, asfixia y 16 fueron decapitadas.
“Claramente es una declaración de guerra en contra del Comando Rojo”, dijo Jean-François Deluchey, profesor adjunto de Ciencias Políticas en la Universidad Federal de Pará, quien ha estudiado la región durante 20 años.
Las autoridades no han revelado aún la causa exacta de los ataques recientes en Altamira y sólo confirmaron que fue una lucha entre grupos criminales. Sin embargo, varias de las últimas masacres al interior de prisiones se han atribuido a enfrentamientos entre pandillas por el control de rutas de narcotráfico en el Amazonas.
En mayo, una serie de motines carcelarios en el vecino estado de Amazonas dejó 55 presos muertos. En 2017, más de 120 presos murieron en hechos de violencia en cárceles del norte del país.
«Es la misma lógica, el mismo movimiento”, estimó Deluchey. Añadió que Comando Rojo tiene una fuerte presencia en el norte y está tratando de expandirse.
Deluchey dijo que es difícil confirmarlo con certeza, pero que hay versiones de que Comando Clase A, una banda al parecer surgida al interior de la Prisión Altamira, está vinculada con otra poderosa pandilla brasileña, Primer Comando Capital.
Las masacres más recientes representan un desafío para el gobierno derechista del presidente Jair Bolsonaro, un excapitán del ejército.
Bolsonaro hizo campaña enfocándose en una postura severa contra la delincuencia y prometió reducir la violencia en Brasil, incluso en sus sobrepobladas prisiones.
El martes, Bolsonaro habló por primera vez de la matanza en un video publicado en el portal de noticias G1. “Pregúntales a las víctimas de quienes murieron ahí lo que piensan”, respondió cuando la prensa le preguntó qué pensaba sobre fortalecer la seguridad en la prisión de Altamira.
Brasil tiene la tercera población carcelaria más grande del mundo, detrás de Estados Unidos y China, con más de 720.000 personas tras las rejas, según datos oficiales de 2017. Algunas cárceles brasileñas tienen más del triple de reclusos que su capacidad máxima.
En Altamira, un juez local reveló en un informe de julio, revisado por The Associated Press, que había contado 343 detenidos en un centro autorizado para un máximo de 163 personas.