Se trata de una casa pequeña en la que los espacios están ajustados a la arquitectura irregular: unas largas escaleras son seguidas por una zona común que sirve como comedor y taller de carpintería. Al interior del albergue, hay dinámicas similares a las que se desarrollan en otros miles de lugares en México, pero la población, además de encargarse de la cocina y la limpieza, también procura buscar un trabajo y de alguna manera establecerse en esta gran ciudad.
Por Heriberto Paredes
Ciudad de México, 31 de enero (RT/SinEmbargo).- Con casi 10 años de experiencia, Casa Tochán («Nuestra Casa», en la lengua náhuatl) es un albergue que acoge migrantes procedentes de todas partes, principalmente de Centroamérica. Ubicado en un barrio popular al poniente de la Ciudad de México, este albergue es también un espacio en donde se reflexiona acerca de la propia condición del migrante y sobre las distintas opciones para salir adelante.
Ha concluido el primer año de Gobierno de Donald Trump y uno de los puntos más polémicos en sus discursos es el tema de las deportaciones y sus opiniones acerca de países como El Salvador, Honduras y Haití. Son justo estos tres países los punteros de la migración que usan a México como puente, aunque esto comienza a cambiar.
EL ALBERGUE
Se trata de una casa pequeña en la que los espacios están ajustados a la arquitectura irregular: unas largas escaleras son seguidas por una zona común que sirve como comedor y taller de carpintería. A un lado está la cocina y una reducida sala, arriba el único dormitorio formalmente habilitado para ello.
En el otro extremo del área común está una pequeña bodega que a veces también es dormitorio y, frente a ella, la oficina y el dispensario médico. El resto de la casa está separada por una puerta y habitada por una familia que a veces corta la luz y tiene actitudes agresivas.
Al interior del albergue, hay dinámicas similares a las que se desarrollan en otros miles de lugares en México, pero la población, además de encargarse de la cocina y la limpieza, también procura buscar un trabajo y de alguna manera establecerse en esta gran ciudad.
Para Gabriela Hernández, coordinadora del sitio, «la migración centroamericana ya no es por cuestiones económicas, es porque no hay condiciones de seguridad en estos países». Arturo, voluntario en Casa Tochán, reafirma este cambio: «Muchos hondureños aseguran que el salario mínimo en México está muy mal, peor que en Honduras, pero la seguridad está mejor».
«Yo no puedo regresar a Honduras, los tipos que me quieren matar siguen ahí, antes se podía negociar pero ahora no. Yo nunca quise involucrarme con ellos y por eso me sentenciaron», cuenta Carlos, un joven Hondureño que se alberga aquí pero que fue deportado de EU y ahora busca establecerse en la Ciudad de México.
El salario mínimo en México no supera los 4 dólares al día, mientras que en Honduras es de 10 dólares diarios. Este ejemplo respalda la hipótesis de que se trata de la seguridad la que motiva a la gente a migrar.
En la actualidad, muchos de los migrantes procedentes de Honduras y El Salvador, al llegar a la Ciudad de México buscan instalarse y cambian la idea de llegar a EU por la de trabajar en un país que resulta menos agresivo en términos culturales.
Según cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), en 2016 un total de 8 mil 788 personas solicitaron asilo en México, más del 90% eran ciudadanos originarios de El Salvador, Honduras y Guatemala. Las cifras de 2017 aún no están disponibles, pero la tendencia va en aumento, basta platicar con migrantes en los albergues: la mayoría quiere establecerse en la capital mexicana o en las principales ciudades del país.
RECORRER LA FRONTERA
«La migración no se detiene, solo se complejizan las condiciones», señala la coordinadora del albergue, quien da elementos para explicar el hecho de que ahora el proceso de pauperización del migrante ya no es en EU, sino en el centro de México.
El aumento en las deportaciones que anuncia el Gobierno de Trump y la violencia vivida en el camino que hay que recorrer para intentar entrar a EU han hecho que las personas busquen quedarse en suelo mexicano y construir aquí su ‘sueño americano’.
De la misma manera en la que durante mucho tiempo las y los migrantes mexicanos trabajaron en los estratos más bajos de la sociedad estadounidense, ahora miles de centroamericanos consiguen empleos con poca paga y con horarios muy largos; pero es mejor que tener que esconderse para conservar la vida, como muchos hacían en Honduras o El Salvador.
«El modelo que se quiere imponer [por parte de los gobiernos] en México es el que los migrantes sean la mucama del hotel, el barrendero de las calles, los que sirven a la oligarquía nacional e internacional, en condiciones de explotación», expresa con preocupación Arturo.
A pesar de este cambio en el panorama de la migración en esta región del mundo, es muy difícil que las autoridades mexicanas otorguen la condición de refugiado, según Gabriela, «de cada mil que solicitan y esperan su visa humanitaria, tan solo uno o dos lo consiguen».
UNA CASA PARA TODOS
Proyecto surgido del esfuerzo de Sin Fronteras y algunas otras organizaciones, Casa Tochán cobró vida gracias a la participación del Comité Monseñor Romero, un espacio en el que se trabajan diversos temas de solidaridad y de reflexión crítica de la realidad; Gaby asume la coordinación del albergue al ser parte de este comité.
La casa sobrevive día a día con las donaciones que muchas personas hacen: comida, medicamentos, cobijas y almohadas. Otros tantos realizan trabajos voluntarios para cubrir todas las necesidades de un albergue de migrantes.
Contrasta que otros organismos tengan mucho presupuesto y poco trabajo real, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, quien, en palabras de la coordinadora «trata de imponer sus directrices sin tomar en cuenta muchos matices en lo que a migrantes respecta y sin llevar a cabo acciones concretas que apoyen a las personas en tránsito o en la búsqueda de refugio».
En cambio, la razón por la que muchos migrantes desarrollan un vínculo con este albergue es «porque el trato que te dan es magnífico», afirma Carlos. «Mucha de la gente que estuvo albergada con nosotros, al buscar un hogar propio, lo hacen cerca de esta casa, quieren estar cerca porque este lugar es como un centro de apoyo», añade.
Para Sanders, otro migrante hondureño que ha sido testigo de cómo grupos criminales asesinaron a todas las personas con las que recorría un tramo del trayecto para llegar a México, «no hay otro lugar como este, te dan comida, te dejan estar y te ayudan para conseguir trabajo y que puedas quedarte y empezar una nueva vida».
«Casa Tochán es una muestra de solidaridad viva», finaliza Gaby mientras recibe varias cajas con alimentos para preparar con ello la cena y el desayuno siguientes.