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Francisco Ortiz Pinchetti

23/09/2016 - 12:01 am

¿Y los Indios Verdes?

Cada vez que salíamos de la ciudad por la carretera a Pachuca para ir a visitar a mis tíos en la capital hidalguense, de paseo o día de campo por los rumbos de Ozumba y Teotihuacan, o de viaje hacia Tulancingo y Tuxpan, mi padre nos señalaba las dos estatuas de bronce situadas a ambos lados del camino, justo a la salida, a las que mirábamos de espaldas. “Los Indios Verdes”, anunciaba con cierta parsimonia, como si fuera la primera vez.

Los Indios Verdes En Su Ubicación Original Al Inicio Del Paseo De La Reforma En Foto Especial
Los Indios Verdes En Su Ubicación Original Al Inicio Del Paseo De La Reforma En 1889 Foto Especial

Cada vez que salíamos de la ciudad por la carretera a Pachuca para ir a visitar a mis tíos en la capital hidalguense, de paseo o día de campo por los rumbos de Ozumba y Teotihuacan, o de viaje hacia Tulancingo y Tuxpan, mi padre nos señalaba las dos estatuas de bronce situadas a ambos lados del camino, justo a la salida, a las que mirábamos de espaldas. “Los Indios Verdes”, anunciaba con cierta parsimonia, como si fuera la primera vez. Eran los años cincuenta del siglo pasado. Y se me quedó tan grabada la presencia de esos personajes con taparrabo que años después, cuando regresaba a la capital todos los viernes para un efímero fin de semana durante mi exilio de 1960 en la Bella Airosa, me servían de referencia, al mirarlos ahora de frente, para confirmar asomado por la ventanilla del autobús que sí, que ya, por fin estábamos entrando en la ciudad de México.

Dudo que ya en ese entonces alguien conociera la identidad y el origen de los enromes figuras metálicas, fundidas a finales del siglo XIX. La memoria se habría perdido irremediablemente con el transcurso de los años para convertirlas en personajes míticos, no sólo nómadas sino un tanto fantasmagóricos de la ciudad.

Hoy, decir Indios Verdes es aludir a una referencia geográfica de la ciudad, pero no a las mentadas estatuas de color nopal. Para la mayoría de los jóvenes –y los no tan jóvenes– es simplemente el nombre de la estación terminal de la línea 2 del Metro, al norte de la ciudad, o de igual manera, el extremo del corredor número uno del Metrobús. Una referencia etérea, porque a estas alturas ya nadie sabe no sólo dónde carajos están los Indios Verdes sino tampoco quiénes fueron esos personajes. Hace poco me empeñé en indagar su paradero, porque no están más en las inmediaciones de la estación del Metro, de dónde fueron retirados en 2005. Le verdad, al conocer su ubicación actual pensé que me hubiera gustado más que su desaparición quedara en el misterio.

Su historia, sin embargo, resulta harto sorprendente. Las dos estatuas representan no a dos simples indígenas, sino a dos tlatoanis mexicas muy relevantes: Itzcóatl, cuarto emperador azteca y Ahuízotl, el octavo. A Itzcóatl se le reconoce como el hombre que consolidó la autonomía mexica. En unión de Netzahualcoyotl, rey poeta de Texcoco y Totoquihuatzin, señor de Tlacopan, forjaron la Triple Alianza, una poderosa unión de fuerzas para acabar con el señorío de Azcapotzalco, que les imponía muy severas cargas tributarias y militares. Ahuizotl, por su parte, fue el líder de la expansión histórica del imperio Mexica, que en un tiempo relativamente corto lo llevó dominar prácticamente todo el centro y sur de México, Guatemala incluida, desde el Golfo de México hasta el océano Pacífico.

Las estatuas, de casi cuatro metros de altura y tres toneladas de peso cada una, fueron realizadas por al escultor y pintor Alejandro Casarín Salinas (1842-1907). Según una referencia, le habrían sido encargadas por el gobierno de México para ser llevadas a la Exposición Universal de París de 1889, lo cual no se ha podido confirmar. Tampoco, el por qué finalmente se optó por otra representación menos folclórica. Lo cierto es que originalmente las estatuas fueron colocadas, entre 1889 y 1891, sobre sendos pedestales de sobrio mármol negro, en una ubicación insólita: a ambos lados del Paseo de la Reforma, justo en el pórtico de lo que fuera el Paseo de la Emperatriz construido por disposición del emperador Maximiliano en 1865, en la actual confluencia de con Bucareli y avenida Juárez. Lo más sorprendente es que los héroes indígenas parecieron enfrentar al emperador español Carlos IV, representado en la célebre escultura ecuestre de Manuel Tolsá conocida como El Caballito, que luego de cabalgar por distintos rumbos de la ciudad se encontraba en ese lugar desde 1852. ¡Y quedaron frente a frente!

Existe la versión de que esa ubicación cercana de dos figuras cimeras del mundo prehispánico y quien fuera heredero directo de sus conquistadores provocó en el México de aquellos años un fuerte debate, que habría sido resuelto con el traslado un tanto vergonzoso de los tlatoanis a la calzada de La Viga. Sin embargo, otras crónicas de la época que encontré por ahí hablan de que la discusión se dio más bien entre quienes criticaban las estatuas de Casarín por feas y malhechas y quienes las defendían por lo que representaban. El caso es que Izcóatl y Ahizotl duraron poco tiempo en ese lugar. En 1901 inició su vida de nómadas, cuando fueron trasladadas a la entrada de la Calzada de la Viga, donde permanecerían hasta 1939.

Fue en este último año cuando los Indios Verdes, conocidos así desde entonces por el tono verdoso de la pátina formada a través de los años, fueron llevados a la entrada de la carretera México-Laredo, donde aún ahora las recuerdo claramente. En alguna manera se convirtieron en símbolos de la capital mexicana, custodios permanentes de una de sus puertas principales. No obstante, en 1979 emprenderían de nuevo el viaje, para ser ubicadas a muy corta distancia de ahí, como íconos de la estación terminal del Metro, así denominada: Indios Verdes.

Como en efecto nada es eterno, su presencia en ese punto de la avenida Insurgentes Norte terminó en 2005, cuando de nuevo cargaron con ellos para despejar el área donde se construiría la terminal homónima del Metrobús. Y las pobres estatuas fueron llevadas en un tráiler y colocadas con una grúa a la entrada de un parque que nadie conoce y que a nadie le importa, ubicado en la colonia Rosas del Tepeyac –así se llama, por Dios– de la Delegación Gustavo A. Madero: el parque del Mestizaje. Y ahí deben estar, supongo. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

 

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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