Tomás Calvillo Unna
21/09/2016 - 12:00 am
Naufragio Intelectual
Los cambios tecnológicos contemporáneos y su inserción en nuestra vida cotidiana han afectado e incluso dislocado el lenguaje político. La democracia vive sus momentos más difíciles, ya que tartamudea con sus tradicionales conceptos de representación, que no alcanzan para conformar un poder político que fortalezca la libertad y la justicia, por solo mencionar el binomio básico […]
Los cambios tecnológicos contemporáneos y su inserción en nuestra vida cotidiana han afectado e incluso dislocado el lenguaje político. La democracia vive sus momentos más difíciles, ya que tartamudea con sus tradicionales conceptos de representación, que no alcanzan para conformar un poder político que fortalezca la libertad y la justicia, por solo mencionar el binomio básico de las aspiraciones de la sociedad moderna desde sus orígenes.
Estamos en un naufragio intelectual, las reflexiones y polémicas discursivas en torno a los hechos políticos no alcanzan a advertir ese quiebre mismo del concepto de la política; en vías de convertirse en un apéndice del poder tecnológico, que se apropia de los ritmos del lenguaje y del pensamiento. Poder sin rostro pero presente cada vez más en cada momento y en cada rincón. Hay en todo ello necesariamente un trastrocamiento biológico que tiene efectos en la conducta individual y colectiva e influye en la manera que apreciamos nuestras tradicionales formas de organización, desde el tema de la familia hasta el de la naturaleza de la autoridad.
Las redes de organización de la vida más sutiles y básicas se han modificado y su entendimiento en la esfera permeable de la cultura y la política aún no se logra comprender del todo en sus ramificaciones profundas y de mayor duración.
Los gobernantes se encuentran entre sostener un mínimo de equilibrio (necesariamente encontrando una ruta de gobernabilidad donde la violencia se acote), o la exaltación de un maniqueísmo que simplifique al máximo la complejidad, promoviendo así las respuestas violentas que uniformen la realidad.
Estos últimos serían algunos de los rastros aún visibles, que se reconocen en las experiencias políticas que se viven hoy en día en varias regiones del mundo. Liderazgos con lenguajes violentos, autoritarios, cargados del arma del temor, con promesas surgidas de lo más burdo del marketing, que apelan al instante como espacio-tiempo de la solución de problemas, que sabemos bien no tienen solución o están mal planteados o tomara tiempo encontrarle salidas viables.
Las elecciones en su precipitación se desgastan velozmente como procesos institucionales para dirimir las diferencias y dar cauce a las aspiraciones de los diversos sectores de la sociedad. Las discusiones que provocan están adheridas a su vieja lógica de un perfeccionamiento que margina los temas fundamentales que, en países como en México, están cuestionando sus propios fundamentos:
La violencia que pretende anclarse no sólo en el imaginario de las culturas sino también en la normalidad de una sociedad que se aprecia como democrática, violencia que se expresa en los miles de desaparecidos y en la cómplice pasividad de los principales actores políticos, particularmente los partidos que se disputan un día sí y otro también los puestos de representación y el presupuesto, es uno de los temas impostergables que debería unir a todos para impedir que ese infierno se propague por cada rincón del país; la expansión sin límites de capitales que afectan los territorios de las comunidades como expresión de un nuevo totalitarismo tecno capitalista con su versión más salvaje de las bandas criminales que se infiltran en los pasillos del poder político, es otro de los desafíos que debería unificar al país.
¿Cómo focalizar los esfuerzos sociales y políticos y articular movimientos nacionales que superen la fragmentación que produce la hegemonía tecnológica en su uso masivo? Parece una paradoja que la capacidad de información sin censura se haya multiplicado y no obstante su potencial comunicativo tenga solo un efecto fugaz. Tal vez en ello este parte de la respuesta, en esa dimensión del tiempo donde se mueven los instrumentos tecnológicos con los que nos relacionamos; su velocidad está determinando la naturaleza de nuestra realidad política, carente de tiempo, es decir de vida.
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