POESÍA E INFANCIA | Una semblanza de Raúl Bañuelos

24/09/2016 - 12:03 am

En México, si hay un escritor vivo que ha poetizado la infancia de manera constante es Raúl Bañuelos (Guadalajara, 1954). Parte de los antecedentes de esta poesía están en los hermosos versos del Ismaelillo (1882) en los que José Martí afirma “hijo soy de mi hijo”, pasan por el poema proustiano El poeta niño (1971) de Homero Aridjis y llegan hasta el martilleo de la niña suicida de Alejandra Pizarnik en Árbol de Diana (1962), por sólo mencionar tres antecedentes.

A Raúl Bañuelos,

Ciudad de México, 24 de septiembre (SinEmbargo).- Así como existe una infancia ¿habrá una poesía específica para niños y niñas? La respuesta depende del presupuesto que subyace a la pregunta; es decir, si aceptamos la tajante división adultez/infancia y la determinación que va de la primera a la segunda. Parte del pensamiento y la imaginación de Occidente han escrito sus obras y construido sus instituciones en función de ese presupuesto. Un ejemplo de esto se encuentra en los dieciocho años como inicio de la mayoría de edad —al menos en México— y cómo el funcionamiento de no pocas democracias procedimentales descansa en ese recorte (o en otros similares).

Posiblemente el origen de ese recorte se encuentre en el pensamiento griego antiguo. Aristóteles —sobre cuyas obras filosóficas, políticas y retoricas seguimos gravitando— planteó una premisa a la que el mundo occidental se ha adherido: el niño es “imperfecto” porque aun no desarrolla la razón. Las variantes que ha asumido esa supuesta carencia son infinitas: pre-adulto, tonto, no-adulto, menor, inútil, carga, etc.; cada una de estas variaciones es la reiteración del mismo estado de “imperfecto”.

La poesía, por su parte, ha recuperado distintas maneras de experimentar y plantear la infancia. La más difundida de estas propuestas es la de los que escriben ad hoc para ese período de la vida humana. Toda una industria ha encontrado un amplio mercado en la literatura infantil. Librerías y bibliotecas tienen sus secciones especializadas. Esta literatura que pretende acercar lenguaje y procedimientos a esa supuesta inmadurez, es el perfecto complemento de una sociedad controlada por los adultos. Este es un buen ejemplo de cómo las configuraciones de la imaginación están acopladas con el poder y el mercado.

Así como el feminismo ha insistido en que nuestra sociedad es un mundo patriarcal, de la misma manera se podría afirmar que es un mundo adultocrático (pensé en calificarlo como gerontocrático, pero hay una clara tendencia a rechazar lo viejo y exaltar lo jovial), sólo que niños y niñas, por diversas razones que me es imposible esbozar en este texto, no han politizado su mundo como sí lo han hecho las mujeres. Esa literatura que se pretende “comprensiva” con la infancia puede ocultar, en el fondo, un desprecio por ella. Porque lo que está tácitamente afirmando es que no podría comprender si no se banalizan y simplifican las cosas. Pero es conocido que también los adultos pueden tener dificultades en la comprensión; por ello, el problema pasa por otro lado y lo que se corrobora es justamente una política para mantener a la niñez en estado de “imperfección”.

Raúl Bañuelos Un Mundo Con Más Poesía Un Mundo Con Menos Seriedad Foto Especial
Raúl Bañuelos Un Mundo Con Más Poesía Un Mundo Con Menos Seriedad Foto Especial

Existe otra poesía que sin asumir ese prejuicio, recurre a la infancia para poetizarla. ¿Cuál es su singularidad? No se trata de una poesía que tome esa edad como estado bucólico, “imperfecto”, inocente y a la que hay que cercar con precauciones e inmunizaciones; esa es otra manera de aceptarla descalificándola. Lo que esta poesía trata de hacer es posesionarse de un campo de tensión en el que se descarta la ley con la que se le enjuicia: el régimen del adulto.

Se trata de poéticas que operan como cortocircuitos de una temporalidad que se piensa lanzada al ideal de la adultez. La edad adulta es el equivalente del historicismo decimonónico —que sigue vigente en no pocos dominios sociales y culturales— que juzga a las épocas antiguas como períodos retrasados. Digamos, entonces, no es que una sea mejor que otra; son diversas y cada una de ellas tiene sus propias tensiones y operan en estratos particulares.

LA POETIZACIÓN DE LA INFANCIA

En México, si hay un escritor vivo que ha poetizado la infancia de manera constante es Raúl Bañuelos (Guadalajara, 1954). Parte de los antecedentes de esta poesía están en los hermosos versos del Ismaelillo (1882) en los que José Martí afirma “hijo soy de mi hijo”, pasan por el poema proustiano El poeta niño (1971) de Homero Aridjis y llegan hasta el martilleo de la niña suicida de Alejandra Pizarnik en Árbol de Diana (1962), por sólo mencionar tres antecedentes.

Bañuelos es maestro de varias generaciones de poetas que desfilaron por su “antitaller” de poesía Cesar Vallejo. Su obra es una constante referencia a la infancia. Basta recordar algunos títulos de poemas publicados en el arco temporal que inicia en 1980: “Mil años niños mil”, “Fábula niña”, “Al niño que fui”, “Juego de niño”, “Niño de la calle”, “Los niños de natural infancia”, hasta el poemario Verónica de María publicado en 2013; pero particularmente hay un poema que es un canto a esa edad: Poema para un niño de edad innumerable, impreso por primera vez en 1980 y reeditado en 2012 por la editorial Ditoria. Se trata de un poema extenso de aproximadamente 260 versos y en el que son visibles dos tangentes poéticas: por un lado, es una defensa de la infancia con sus singularidades, tensiones y lógica propia; por el otro, es un alegato contra el encostramiento estético y moral de la vida adulta.

Desde el título, el poema nos sitúa en un horizonte: la infancia como no número, como contrarrelato al de los adultos que tasan la vida en función de un arreglo social y político, de un corte con enormes consecuencias sociales y políticas. Digamos que el poema intenta sugerir que la infancia no es una minoría que se comprenda y enjuicie en función de la adultez; la niñez sería una época mental y un campo de tensiones. La minoría de edad, la educación que mantiene esa minoría y las prácticas políticas son mecanismos que descansan en la idea de que la infancia es “imperfecta” y falta de razón. Contra esto, el niño del poema replica: “te creen infantil / nomás por ser niño”. Hay un saber en la infancia que no es menos saber que el de los adultos; un saber que tienen su propia racionalidad, sus propias tensiones y resortes (por más que existan continuidades entre infancia y adultez). Eso es lo que develan los versos citados del poeta tapatío.

Una Edad no Número O Cómo Poetizar La Infancia Foto Especial
Una Edad no Número O Cómo Poetizar La Infancia Foto Especial

En el poema aparecen los elementos de una infancia transcurrida en una Guadalajara en la que todavía se podía salir a jugar en las calles (y, supongo, en otras partes del país): el trompo, la bicicleta, el yoyo y, particularmente, las canicas. Así como Bloom en el Ulises de Joyce olvida la patata en el bolsillo izquierdo y Molloy, en la novela homónima de Beckett, distribuye equitativamente las piedras en los cuatro bolsillos, el niño resguarda la canica en su bolsa, sin importar que “está raspa y raspa tu bolsillo / y de seguir así lo va a romper”.

Podríamos trazar toda una antropología cultural de las piedras, las patatas y las canicas e hilvanar la poética de la redondez y el sigilo. Pero contentémonos con preguntar ¿para qué las canicas? No sólo se trata de jugar con ellas, Raúl Bañuelos insinúa que lo importante es que las canicas evitan que la infancia se extravíe, porque “entonces sí que perderías el rumbo / definitivamente.”

La importancia de lo juguetes no es tanto que niños y niñas se diviertan y funjan como distractores mientras los adultos trabajan. “No perder el rumbo” implica otra cosa. No es sólo eso lo que Bañuelos nos dice. Su importancia es que mantienen a la infancia en la búsqueda del sentido y las significaciones. En el mundo infantil nada está escrito y enmohecido; cada jugada, aun con sus mínimas reglas, debe reiniciar sus apuestas y sus configuraciones. La infancia, pues, es una etapa más rica y autónoma de lo que se suele creer; pero los adultos, a fuerza de encostrarse, se han vuelto incapaces de comprender esas experiencias.

No sólo están inmunizados contra la belleza y extrañeza, sino que han asumido la tiranía de la seriedad. Patologización y seriedad son las armas con las que los adultos los reprimen y tratan de arrastrarlos al mundo “normal” de fines, cálculos y responsabilidades. Por eso Sartre sostenía que “todo pensamiento serio está espesado por el mundo”. La seriedad aplasta a las personas, hace de sus sonrisas muecas y pretende que también los niño/as sean aplanados por la pesadez del mundo y sus rocas de responsabilidades.

Pero los niño/as resisten, forman barricadas de preguntas y olas de espontaneidad y cuando la seriedad del adulto es más pesada de lo habitual, se recluyen en el silencio y sólo observan como

Un auto gris pasó sigiloso

[…]

Dejo a su paso pájaros muertos

Si los adultos les dan vida, también los pueden ahogar en su mundo de seriedad y muerte. Si los alimentan y visten, también dejan a su paso “pájaros muertos”. En dos versos Raúl Bañuelos expresa la raíz del problema: los adultos han olvidado que “todos los hombres verdaderos/ son niños siempre”.

Al final del Poema para un niño de edad innumerable, el niño le lanza la canica al adulto; éste, si no ha olvidado, si no se ha endurecido con la costra de la seriedad, debe comprender el gesto:

Tengo una canica verde en el bolsillo

izquierdo de mi pecho.

[…]

tan difícil que fue ponerla en su lugar

y temes dejarla ir otra vez de su sitio,

te la buscas, la tocas,

sientes toda su redondez y su latencia

y te animas, te fortaleces,

sabes que hay que cargarla ahí siempre

hasta ir de nuevo y encontrar la calle

aquella del niño

Los grandes poemas suelen estallar el recipiente de la literatura como dominio especializado y darnos secretamente lecciones morales y políticas. Cuando la poesía se vuelve ámbito exclusivo para poetas, entonces se vuelve antipoesía. Del poema de Bañuelos extraemos dos enseñanzas que los adultos debemos preservar y fomentar: el juego, para no olvidar el niño que somos; y la calle, como espacio público para salir el encuentro con el otro. El espacio público, en tanto que plaza o ágora, es el hiato de la infancia y de la vida política de las repúblicas.

Hace muchos años Walter Benjamin afirmó que la crisis de la modernidad se expresaba en la pérdida de la narración y la tiranía de la novela. Desde otro punto de vista, esa crisis es lo que el canto de Bañuelos quiere conjurar. Exagerando un poco, quizás este mundo mejoraría si permitiéramos el gobierno a niños y niñas. Restituir la infancia —con su propia economía— es restituirle al mundo su poesía. Un mundo con más poesía: un mundo con menos seriedad.

 

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