Hace 16 años que vivo en México. Vine de Argentina, mi país natal, tratando de olvidar una pena de amor y aquí me quedé. Creo que el día en que supe que no volvería durante un buen tiempo a Buenos Aires, adopté a Tobías, mi perro pastor inglés, que como buen argenmex, nació en La Condesa.
Entre las cosas típicas de esta nación donde aprendí a comer distinto y a beber (mucho) tequila –no le voy mucho al mezcal, tan de moda- a menudo se nombra la doble moral mexicana como un escudo casi de identidad nacional.
Sí, es verdad, no está nada bien la doble moral, pero tengo para mí que en la práctica, en la cotidianeidad, hallo a mis nuevos compatriotas muy tolerantes, muy relajados, al menos mucho más que los argentinos, siempre dispuestos a levantar el dedito y a dar clases de moral a la menor provocación.
Esa tan mentada doble moral, según se la mire, si bien no merece elogios, hay que admitir que ha servido durante mucho tiempo para “hacer la vista gorda” frente a hechos de la vida íntima de las personas quizá no están bien vistos por cierta clase social censora que pretende imponer sus criterios éticos al prójimo.
De hecho, en mi país siempre se habla “del enano fascista que llevamos dentro” por esa propensión tan “argenta” a censurar, a criticar, a reprimir las cosas y personas con las que no se acuerda.
Pero en México es distinto. No quiero decir que este país no sea conservador, porque lo es. No quiero decir que aquí no se practique la homofobia, no exista la violencia de género, no haga su agosto el machismo, pero en el transcurrir diario las personas suelen ser cordiales y tolerantes, reservadas y hasta pudorosas, diría yo.
Por eso me llama la atención esta mentada marcha en pro de la familia que han convocado para entretenernos durante un sábado en el que al parecer Netflix no estrena programa.
“Soy hija de heterosexuales y sin embargo nací más gay que Juanga y sus muchachas”, una chica de nombre Fernanda en Twitter, en una de las tantas expresiones en contra de una reunión abiertamente hostil “a los homosexuales y a las lesbianas [sic.]".
Son muchos más los que han rechazado la mencionada marcha “por la familia” que los que la apoyan. Tengo para mí que la gente en general (al menos en mi colonia) tiene problemas más urgentes que resolver y no está pensando en un ideal de parentela; mucho menos como andamos, corriendo la chuleta, cómo vemos en dicha tarea a esas madres jefe de familia, a esas abuelas cuidando los hijos de sus hijos, una de las cuales hoy me contaba –mientras yo le lloraba mi drama por no tener Internet ni línea telefónica ni técnicos de Telmex a la vista, hace una semana de esto- que llevaba la carriola vacía a la guardería, porque luego su nieto se le retobaba en la calle.
-Y qué problema la vida, le digo yo, atribulada por mi falta de conexión a Instagram
-Sí, no puedo ni dormir. Mi hija se ha separado y ahora él quiere toda la custodia y dejarnos a todos sin el niño, imagínese.
Hice mutis y en silencio lamenté mi tragedia informática, pensando en que es inadecuado definir lo que es hoy una familia, puesto que como sabemos, los avatares de la vida moderna han transformado radicalmente los roles.
Por tanto, esta marcha no tendrá éxito. Hará un poco de ruido y sacará a muchas personas incautas de la preocupación por los problemas reales, verdaderos.
Pero estos que convocan, ¿quiénes son? ¿De dónde salieron? Estas organizaciones de la derecha ultramontana, saliendo así, a la luz, me las imagino más en Argentina, en España, ¿pero en México?
Cosas veredes, Sancho, que non crederes…