El autor y periodista presenta Un amigo para la orgía del fin del mundo, un libro provocador que recopila sus columnas en el periódico Milenio y en algunas revistas alternativas. La fantasía gay existe y Bruciaga no se la cree, la señala y la cuestiona, la envuelve y la sentencia igual que los mismos tres acordes que el punk rock usó para reconfigurar la música pop. Para Wenceslao, el púlpito está en los moshpits y en el slam, en la lírica irreverente y el sudor gordo de la música que lo acompaña.
Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo).- Audaz. Boxeador. Hermano mayor de un chico con síndrome de Down. Homofóbico. Homosexual. Inconforme. Mexicano. Norteño. Progresista. Promiscuo. Punk incorregible. Resentido. Romántico de clóset. Sensible. Suicida. Señalado entre los señalados… una maraña de adjetivos que resaltan algunas de las características del autor, pero ninguno es tan congruente como la necesidad de denunciar la farsa y confrontar a aquellos activistas, auto-condescendientes, pro derechos humanos.
El texto de la contraportada del libro Un amigo para la orgía del fin del mundo (Discos Cuchillo) es lo suficientemente atractivo como para comprar inmediatamente un ejemplar, sobre todo porque uno no conoce todos los días –aunque sea, como en este caso, mediante un texto impreso- a una persona que concentre tantas cualidades y se divierta ocupando varios roles en un mundo al que ha llegado principalmente a divertirse.
La felicidad que busca y encuentra el oriundo de Torreón, Coahuila, donde nació el 28 de septiembre de 1977, no es precisamente la de alguien que quisiera deslindarse de los problemas del entorno y se dedicara a tontear por la vida, despreocupado y ciego.
Por el contrario, el bienestar que persigue el también autor de la novela Funerales de hombres raros (JUS) consiste en luchar con denuedo contra los clichés que suelen ocupar el ancho territorio de su universo de hombre salido del clóset y también el de los otros, los que siguen todavía adentro de alguna jaula por voluntad propia o ajena.
Así lo marca la periodista y editora Roberta Garza en el prólogo: “Una de las muchas virtudes de Wenceslao Bruciaga es su resistencia a los clichés; la suya es, como diría el clásico, una homosexualidad valiente. Una que no se ciñe a banderitas de arcoíris, a carros alegóricos decorados con chaquira ni, mucho menos, a esas supuestas conquistas que han acercado al activismo gay, históricamente contestatario, contracultural y marginal, al sueño pequeñoburgués de la boda con pastel y la casa decorada con electrodomésticos de marca”, afirma la ex directora de Milenio Semanal.
“Lo que Wenceslao cuestiona no es, por supuesto, el acercamiento a la igualdad, sino que ésta llegue a precio de apología: las preferencias sexuales alternativas, cualquier estilo de vida alternativo, ¿es aceptado cada vez más en toda su gloriosa diferencia porque, finalmente, nos hemos convertido en una sociedad abierta o sólo porque los antes diferentes han elegido comportarse como las mayorías, asimilándose a ellas?
Si lo que buscamos es una igualdad sin cortapisas, y no un tostador que combine con la batidora, hay que leer este libro y preguntárnoslo”, aconseja Garza.
“Ser gay no es fácil, en lo absoluto; sin embargo, cuando escucho consignas como: “Tolerancia. ¡Defiende lo que eres, defiende tus derechos!”, no entiendo por qué necesariamente se debe lograr mediante debates, cartas firmadas y movilizaciones políticas. Desgraciadamente la vida no es ese arcoíris que representa al movimiento. La vida es dura y a veces se aprende a golpes”, dice a su vez Wenceslao en su flamante libro.
–¿Aceptas la existencia de una literatura con temática gay?
–Sí lo acepto y de hecho me gusta. Entiendo que puede ser un poco ocioso el término, al refrendar la idea de cierta marginalidad o diferencia; que la etiqueta puede pesar sobre la literatura per se, pero lo disfruto. Al principio lo negaba, quería que mi literatura se viera más allá de lo gay, pero luego entendí que renegar de eso es como una especie de closet funcional.
–En mi adolescencia leí a un autor argentino llamado Oscar Hermes Villordo que escribía novelas con temática gay y lo disfruté muchísimo. No es que por no ser gay no pudiera leerlo…
–Bueno, hay un poco ese riesgo con las etiquetas. El riesgo de poner un ladrillo más en el gueto, pero si no se dice “literatura gay” se puede caer en la hipocresía de quedarte en lo general.
–De diluirte en lo neutro
–Sí y a mí lo neutro cada vez me da más escozor. Creo que defender la igualdad es sano, pero creo también que la corrección política nos llevó al extremo de sentir que si no eres igual, te avergüenzas de ser diferente.
–La homosexualidad femenina era hace unos años más tabú que la masculina, ¿verdad?
–Exacto y todavía más escondida; justamente me acaban de reclamar que en el libro que condensa 10 años de columna en Milenio no hablo de lesbianas, pero sucede que no soy lesbiana y desconozco totalmente ese universo. Como si quisiera escribir de un table dance, pero a bote pronto lo que podría decir es que las mujeres homosexuales no son tan exhibicionistas como nosotros, los hombres, que tenemos propensión a ser histéricos, incluso visualmente.
–En lo que hace a la literatura hoy es más común encontrar historia de amor entre mujeres
–Siempre he sido fan de Patricia Highsmith y de Susan Sontag…lo que me encanta de Highstmith es esa voracidad, pero no recalcaba –salvo hacia el final de su vida- el hecho de ser lesbiana.
–Tanto no lo recalcaba que publicó Carol con seudónimo por temor a ser catalogada como autora homosexual
–Creo que las escritoras lesbianas, no sé por qué razón, no hacían tanto alarde como los hombres
–¿Qué libro has leído con temática gay que te haya impresionado?
–Soy muy fan del escritor estadounidense Dennis Cooper, en extremo gay, en extremo punk, que muestra una versión muy marginal y vívida de la homosexualidad y que ha sido una gran influencia para mí.
–Te defines como un homosexual homofóbico, ¿qué es eso?
–Es muy sencillo explicar eso. Soy homosexual porque me encantan los hombres desde el punto de vista más rudimentario. De pronto en los últimos años se volvió vergonzoso decir que te gustan los hombres…
–Sí, pasa también entre las mujeres heterosexuales, si dices que te gustan los hombres, se enojan algunas mujeres feministas
–Sí, entiendo los principios del feminismo, no me gusta el machismo, pero en un plano íntimo lo que te define como homosexual es que te gusta que te den por atrás, por más que lo quieran travestir con cosas románticas, al final lo que te hace homosexual es eso.
–¿No habría entonces para ti en la relación con el otro un componente amoroso?
–Por supuesto, soy tan boxeador como chillón. A mí me batean y me pongo a escuchar a Juan Gabriel, pero nunca me ha gustado acomodarme en los clichés de la homosexualidad. Un poco también es cierto que tengo una tendencia natural a llevar siempre la contraria y a cuestionarlo todo. Hace algunos años si eras gay tenías que ir a ver musicales y la verdad es que odio los musicales, me parecen aburridísimos.
–¿No te pasa a veces que la preferencia sexual de una persona no puede ser la única ventana a través de la cual mirar el mundo?
–Lo pienso mucho y cada vez me hago más esa pregunta. La sexualidad no puede ser lo que te defina como persona, pero sucede también que en un mundo que te asume como heterosexual hasta que demuestres lo contrario, esa ventana a la que te refieres se vuelve absolutamente necesaria. Los heterosexuales no se preguntan eso porque el mundo es heterosexual.
–Tal vez deberíamos salir del closet a decir que somos heterosexuales, pero no creo que sea un tema con quien se acuesta uno
–Me queda claro eso, no hay necesidad de un closet para nadie. Al final es como una forma de no avergonzarse de la diferencia y de decir lo que me gusta, algo que en el futuro seguramente pasará a ser algo intrascendente. Cuando más crees que está todo normalizado, sobre todo en México, aparecen muchas personas que te advierten que no tienen pedos con los homosexuales siempre y cuando no lo anden diciendo por ahí. No me pasa con mis amigos cercanos, porque ellos me tienen medida el agua de mis tamales, pero algunas personas con las que comparto mis aventuras a veces me dicen: –Ay, güey, demasiada información. ¿Demasiada información? Hasta para venderme una pasta dental me ponen unas tetas asumiendo que soy heterosexual ¿y eso no es demasiada información? Por otro lado está el tema del culto al cuerpo, que entre nosotros los homosexuales crea una discriminación que llega a ser mucho más culera incluso que la homofobia de la iglesia. Es muy fuerte la forma en que rechazamos lo que no nos gusta y no estoy libre de eso. Pareciera que canalizamos esa homofobia de afuera en forma mucho más cruel hacia adentro.
–¿Hay un modelo para ser homosexual y si te sales de ese modelo no formas parte de nada?
–Totalmente. Sobre todo en México. El año pasado boxeaba y se me vinieron encima por eso, porque la práctica del boxeo –consideraban algunos- promueve conductas masculinas. Hay una gran exigencia. Están los gays que te exigen estar mamado y están los académicos que vigilan las teorías para todo, cuando la verdad es que el asunto es solo jotear, ¿no? Para mí, el exceso de la justificación esconde un fondo de culpabilidad. Tú jotea y ya, que tanta performatividad ni nada, entiendo adonde quieres llegar, pero borrar las barreras implica no dar tantas explicaciones.
–El libro condensa 10 años de columnas
–Sí, donde trato y no sé si lo consigo de dar un punto de vista distinto acerca de la militancia gay. Donde nunca me han censurado, además, lo que es valioso en una comunidad como la nuestra donde a menudo nos olvidamos de agradecer lo que tenemos. Creo que hay que reinventar el activismo y en mi caso eso tiene que ver con ser agradecido con un medio donde no censuran mis textos y defienden la expresión de mis puntos de vista que no suelen ser políticamente correctos. Debo aclarar de todos modos que no soy activista ni jamás lo seré. Me gusta el destierro porque entre otras cosas me resulta un buen lugar desde donde observar las cosas sin tantos sentimientos.
–El destierro permite además relacionarte con todo tipo de personas, no sólo las que son iguales a ti
–Totalmente. Eso tiene que ver con las propias inquietudes, con los propios intereses. Mi primer libro lo publicó Guillermo Fadanelli y ahora mi próxima novela saldrá en su editorial, Moho. No me formé en los grupos clavados con la militancia gay. En todo caso, mi grupo es la contracultura y con ella me identifico.
–En tu escritura, ¿qué fue más importante, ser gay o ser contracultural?
–Mmm, lo que pasa que para mí ser gay es ser contracultural. Cuando la iglesia dice eso de que somos anormales, yo digo ¡Sí, sí lo somos! Hay demasiada normalidad en el mundo, como para seguir engrosando las filas de los normales. No hemos aprendido a darle la vuelta al discurso y sacar poder de aquello por lo que nos atacan. Somos anormales, ¿y qué?