Alejandro Calvillo
16/08/2016 - 12:04 am
El Estado del Malestar
El Estado del Bienestar quedó atrás en la mayor parte de las naciones, tras los procesos de desregulación, y lo que vino en consecuencia fue el Estado del Malestar. Estamos encabronados, en unos países más que en otros, y con mucha razón. Y este encabronamiento viene de un abandono del Estado del Bienestar, de las […]
El Estado del Bienestar quedó atrás en la mayor parte de las naciones, tras los procesos de desregulación, y lo que vino en consecuencia fue el Estado del Malestar. Estamos encabronados, en unos países más que en otros, y con mucha razón. Y este encabronamiento viene de un abandono del Estado del Bienestar, de las políticas dirigidas a garantizar la educación, la salud, los servicios básicos, de un deterioro de la calidad de vida y de la esperanza en el futuro. Vemos que en las naciones donde el malestar es menor es donde justamente el Estado del Bienestar aún sobrevive. Se trata de Estados que tienen políticas fuertemente regulatorias, donde existe una mayor equidad, donde la educación es gratuita para todos, igual que la salud, y donde los servicios públicos se han mantenido en un nivel que brindan bienestar a los ciudadanos.
Se trata de naciones donde los impuestos son muy altos pero se garantiza la educación para todos, la salud para todos y el acceso a los servicios públicos para todos. En estos Estados se encuentra uno de los mayores grados de igualdad, es decir, de oportunidades y acceso, donde la cultura se comparte. Si la educación es de calidad no hay la necesidad de ganar más que los demás para pagar una escuela privada que garantice una buena educación; las diferencias salariales son mucho menores. En el caso de la educación, el maestro gana lo suficiente para llevar una vida digna y forma parte de un sector profesional bien reconocido.
En su campaña a la candidatura de los demócratas en Estados Unidos, Berny Sanders, ante quienes lo criticaban de ser comunista , preguntaba si países como Noruega o Suecia eran comunistas y comparaba el nivel de educación, salud y bienestar de los estadounidenses con los ciudadanos de esos países. Por supuesto, los estadounidenses estaban muy por debajo y vienen presentando una caída en su estado de bienestar.
El Estado del Bienestar, que a principios de los ochenta todavía podía verse en gran parte de Europa, ahora se está disolviendo. Sobrevive en algunas naciones del norte de ese continente y en otros países de forma cada vez más aislada. Hay eventos, imágenes, que recordamos cuando mencionamos cada uno de estos aspectos. Una de ellas, para mí, es la cita que tuve con un maestro de Filosofía en Barcelona, mientras estudiaba en la Universidad. Yo había llegado unos meses antes desde México trabajando en un barco de carga y con una pequeña beca del Instituto de Cooperación Iberoamericano. La cita fue en un bar y él se encontraba platicando con otro hombre sobre política, era un diálogo de iguales, entre el maestro del doctorado de Filosofía y el que después me enteré, era una de las personas que trabajaba en el servicio de limpieza del barrio. Todavía pueden encontrarse en España estas situaciones de igualdad cultural, de educación e información, entre ciertas generaciones. Pero esto ira desapareciendo en las nuevas generaciones al degradarse y privatizarse, cada vez más, los servicios públicos, como la educación y la salud.
La destrucción del Estado del Bienestar se ha provocado por un proceso de desregulación y privatización comandado desde las instancias financieras internacionales que flexibilizaron las políticas competitivas y antimonopólicas, permitiendo una mayor concentración de la riqueza y un mayor control de los mercados globales por un cada vez más reducido número de corporaciones. Las grandes corporaciones convirtieron su poder económico, en un mundo desregulado en poder político, contribuyendo a la muerte de una real democracia. Se fortaleció la ideología contra el Estado como garante del bienestar social y se asumió que el mercado era el mejor regulador. Esto implicó el debilitamiento del Estado y que los grandes poderes económicos se apropiaran de la política. Las regulaciones ambientales, las regulaciones de protección de la salud y la educación pública, junto con los derechos laborales, comenzaron a debilitarse poniéndose como máximo objetivo el aumento de la inversión. El proceso se ha agudizado en las naciones en vías de desarrollo: mayor destrucción ambiental y contaminación, caída de la protección y los servicios de salud y deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores.
Los sesentas y setentas habían sido años de fuertes luchas sociales que impactaron en los sistemas políticos, fortaleciendo procesos democráticos. El movimiento por los derechos civiles, el feminismo, el movimiento ecologista, el fortalecimiento de las políticas de salud pública, la lucha contra la guerra; habían abierto y modificado las políticas. Sin embargo, los poderes económicos que se habían desarrollado, a través de grandes corporaciones surgidas después de la Segunda Guerra Mundial, respondieron con una fuerte embestida, introduciéndose en los grupos de poder, financiando organismos internacionales, comprando la ciencia para negar los daños que generaban, creando y apropiándose de instituciones académicas para difundir la nueva ideología. Esta ideología contaría con el apoyo militar de los Estados Unidos para imponerse en el mundo, en regiones como América Latina y el Caribe, cuando los regímenes políticos buscaban otras vías. No pienso en los países encaminados al comunismo, pienso en las naciones encaminadas a un socialismo democrático, que poco tiene que ver con los socialdemócratas.
El fenómeno se agudizó aún más con el poder que tomaron los grupos financieros en un escenario libre para la especulación. La mayor riqueza ya no se sustentaría tanto en la producción como en la especulación. Contra toda la sabiduría humana, desarrollada por milenios en muy diferentes culturas, que había establecido a la usura como uno de los peores males para la sociedad, el sistema se estableció en ese principio. Podemos ver como las grandes empresas, incluso aquellas que enaltecen la responsabilidad social, buscan a toda costa incrementar sus ganancias trimestrales para rendir frutos a sus accionistas. No importan los efectos ambientales, en salud, en condiciones de vida de los trabajadores, en la cultura: la desregulación les abrió totalmente el paso.
El resultado ha sido el Estado del Malestar y ese Estado del Malestar se agudiza en los países donde la corrupción ha sido reptante, como en México. Entre la inestabilidad de las grandes corporaciones y las bandas de rateros profesionales formados en la política y ocupando los cargos de dirección, la sociedad está secuestrada.
A escala planetaria, las consecuencias globales de esta política son catastróficas en términos ambientales, de salud y de deterioro de la calidad de vida. El sistema económico imperante, que ya ha moldeado los sistemas de gobierno, está provocando una crisis global de inestabilidad política en todo el orbe, se salvan esas naciones donde todavía existe un Estado del Bienestar. Alguien podrá pensar que ciertas dictaduras que sobreviven muestran cierta estabilidad pero sabemos que son sólo una fachada.
El deterioro de la calidad de vida que también ha llegado a la mayor parte de las naciones desarrolladas ha generado una reacción de apoyo a propuestas políticas de ultraderecha que dirigen el descontento hacia los migrantes y hacia las políticas del Estado de Bienestar, cuando es justamente la falta de estas políticas las que están causando la crisis social. El mejor ejemplo es el hecho de que un personaje infame como Donald Trump haya recibido el apoyo para volverse el candidato de los republicanos.
La democracia no existe sin un Estado del Bienestar, ese es el sentido nato de la democracia. La política debe estar libre de conflictos de interés; el poder ejecutivo, como el legislativo y el judicial deben servir al interés público. En muchos terrenos se libran batallas – a escala internacional, nacional y local – por poner nuevamente en el centro del hacer político el interés público.
En los últimos años hemos dedicado gran parte de nuestro trabajo a enfrentar el mayor problema de salud de nuestro país y que ha sido generado por el deterioro de los hábitos alimentarios, por la sustitución de nuestras dietas tradicionales por alimentos ultraprocesados. Hemos constatado la captura de instituciones públicas por la industria, hemos logrado encontrar también aliados entre algunos funcionarios y legisladores. En este sentido hemos apoyado las recomendaciones que se han elaborado desde la ciencia de la salud pública. No me podría imaginar un mundo sin esta ciencia, sin este planteamiento de la salud en su esfera pública. Debería haber también una economía pública, así como existe una salud pública. Todas las ciencias deberían estar gobernadas por ese interés en el bienestar público, y no, como lo están siendo cada vez más, sometidas a los intereses de particulares que lo único que buscan es un mayor poder económico y político.
La única alternativa está en el Estado del Bienestar, en la democracia, pero éste requiere un ejercicio del poder enfocado exclusivamente en el bienestar público y para ello se requiere que los tomadores de decisión y las procesos para elaborar las políticas estén libres de conflicto de interés. En México tenemos multitud de ejemplos que demuestran lo contrario, aunque también tenemos multitud de ejemplos de luchas por imponer el interés público.
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