Martín Moreno-Durán
20/07/2016 - 12:05 am
De Jolopo a Peña: entre corrupción y perdones
El paralelismo histórico entre Jolopo y Peña es tan cercano y viviente como su propia imagen de gobernantes formados a la sombra de la corrupción y la frivolidad
*Disculpar la corrupción sería aceptarla.
*Más que perdón, estrategia política para 2018.
Para Carmen Aristegui y su equipo de trabajo
Del carnaval de la corrupción a la farsa del perdón, los presidentes priistas han hecho práctica y sistema: primero delinco, luego me disculpo. Primero corrompo, luego existo. Primero robo y dejo robar, después pido perdón y asunto arreglado. Los mexicanos olvidan pronto y vuelven a votar por el PRI. Esa es nuestra trágica realidad, y todos la hemos avalado y permitido.
De las lágrimas vacuas de José López Portillo pidiéndole perdón a los pobres por haberles fallado, a la “humildad” de Peña Nieto ofreciendo disculpas – ya en dos ocasiones dentro de su sexenio- por la Casa Blanca agraviante; por los millones de dólares de oscura procedencia; por el innegable conflicto de interés y tráfico de influencias con el Gripo Higa; por la complicidad rampante, no hay ninguna diferencia: es la hipocresía del gobernante ante el desastre dejado a su espalda. El paralelismo histórico entre Jolopo y Peña es tan cercano y viviente como su propia imagen de gobernantes formados a la sombra de la corrupción y la frivolidad.
No hubo arrepentimiento real en López Portillo. Tan sólo fue un acto dramatizado aderezado con lágrimas que al terminar la astracanada, se fue orondo a la Colina del Perro, mansión construida – vaya paradoja- con dineros del poder político mexiquense, vía Carlos Hank González. Cada ladrillo, cada mármol, cada madera, tenía el sello del despilfarro sexenal que vivió y permitió vivir Jolopo de 1976 a 1982.
No hay humildad en Peña Nieto. Hay, en cambio, una estrategia diseñada con dos objetivos: intentar revertir el aborrecimiento de los mexicanos hacia su persona, y no perder la Presidencia en 2018. Es eso, y nada más.
Los dos perdones de Peña – el primero, dicho en agosto de 2015 durante la XXXVIII Sesión del CNSP ante “interpretaciones que lastimaron e indignaron a los mexicanos” sobre la «casa blanca», y el segundo, el lunes pasado, pidiendo perdón “porque en carne propia sentí la irritación de los mexicanos”-, desnudan, exhiben y comprueban la estrategia desde Los Pinos: ante la imposibilidad de tener un Presidente honesto y probo, ha llegado la hora de pedir perdón y apostarle a la tradicional y generosa amnesia del mexicano.
Perdón inicial, en agosto de 2015.
Perdón sistemático, en julio de 2016.
A eso se le llama estrategia política y, bajo ninguna circunstancia, lo podemos catalogar ni admitir como un perdón sincero, de entraña. No, ciudadano Peña Nieto. A otro perro con ese hueso. Sus perdones ni valen ni cuentan. Son, simplemente, meros formulismos políticos, frases hechas, lugares comunes.
Como López Portillo, Peña Nieto pide perdón por el desastre que nos está heredando. Los presidentes se retiran para gozar de sus fortunas sospechosas, como Salinas de Gortari, como Vicente Fox. Los mexicanos nos quedamos a sufrir sus malos gobiernos, con crisis económicas, políticas y sociales.
Por eso, para Peña Nieto, ni perdón ni olvido.
Al corrupto no se le perdona. Al corrupto se le castiga.
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Aquí, cinco razones por las cuales el “humilde perdón” de Peña Nieto ni es creíble, ni debe aceptarse:
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Cuando Peña pide perdón por la «casa blanca», está reconociendo que hubo un delito. En este caso, un acto qué perseguir: conflicto de interés como funcionario público y tráfico de influencias como Gobierno, haciendo negocios con el Grupo Higa, favorecido con contratos públicos por los gobiernos encabezados por EPN, desde el Edomex y Los Pinos. Más que perdón, lo que debió ofrecerse es una investigación independiente, seria y profunda, sobre cómo se ha dado la relación entre el Grupo Toluca y Grupo Higa, otorgándose favores mutuos con millones de dólares de por medio. Perdón, no. Investigación autónoma, sí.
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El perdón de Peña Nieto está mocho. Primero, porque no incluye la casota de su brazo derecho, confidente y cómplice, Luis Videgaray, beneficiado también con el financiamiento oscuro de Grupo Higa para su propiedad en Malinalco. Si Peña pide perdón, también debería haber contemplado o instruido al “Vice-Garay” para ofrecer disculpas, ya que su residencia, igualmente, es producto de la misma raíz podrida: el tráfico de influencias.
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El perdón presidencial no es un acto reflejo de un gobernante arrepentido, sino una estrategia política diseñada desde Los Pinos para atemperar el rechazo ciudadano en contra de Peña Nieto y evitar lo que, desde ahora, se vislumbra irreversible: la derrota del PRI en 2018. Como toda propaganda política, los perdones de Peña debemos enmarcarlos en la apuesta oficialista de arrepentirse ahora, y que el olvido de los mexicanos nos vuelva a dar el voto dentro de dos años. Es un círculo de perversidad política, mas no de humildad republicana.
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Cuando Peña Nieto ofrece su perdón por ser corrupto, en el simbolismo lleva la culpabilidad: lo hace justamente el día de arranque del Sistema Nacional Anticorrupción, en un mea culpa inequívoco y evidente. A confesión de parte, relevo de pruebas, reza el axioma jurídico que hoy muestra al Presidente bajo la aureola de la corrupción. El mensaje – voluntario o involuntario- del lunes pasado, fue: si tenemos que hablar de ataque a la corrupción, comencemos por lo más corrupto: la «casa blanca» de la familia presidencial.
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Ese mismo día, Peña Nieto ofrendó la primera cabeza de su “cruzada” contra la corrupción: la de su patiño, Virgilio Andrade, a quien pronto el sistema recompensará por los servicios prestados. Es otra mea culpa indiscutible: si de cazar corruptos se trata, pues aquí está el despido de Virgilio para que vean que vamos en serio. Chorradas.
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“Es hora de verse al espejo, señor Peña Nieto”, escribí en mi columna del pasado 6 de julio (Peña Nieto, el dilema de pedir licencia en SinEmbago).
Durante su discurso del lunes pasado, Peña dijo:
“Si queremos recuperar la confianza ciudadana, todos debemos ser autocríticos. Tenemos que vernos en el espejo, empezando por el propio Presidente de la República…”.
Desconozco si Peña Nieto o alguien de sus colaboradores leyeron aquella columna mía, porque es clara la referencia a “verse en el espejo”, como lo publiqué aquí hace un par de semanas.
Sin embargo, el perdón presidencial se queda corto al no permitir una investigación – insistimos- independiente y profunda sobre el affaire «casa blanca».
De corrupción, los mexicanos ya estamos hartos.
De perdones y lloriqueos presidenciales, también.
Ayer, López Portillo.
Hoy, Peña Nieto.
En nuestras manos está seguir con más corrupción y perdones frívolos en 2018, o castigarlos, merecidamente, en las urnas.
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