El autor colombiano de Los Ejércitos, El Lejero y La carroza de Bolívar, entre otros, ha visitado el Festival de las Letras en Tepic, una circunstancia extraordinaria si se cae en la cuenta de lo reacio que es a las apariciones públicas. En un diálogo con SinEmbargo, explica sus propósitos y sus desvelos literarios.
Ciudad de México, 9 de julio (SinEmbargo).-“La novela me llama”, dice el escritor colombiano Evelio Rosero para justificar la premura con la que quiere estar ya en su casa, luego de haber hecho una excepción en su acostumbrado “ostracismo” y participar con mucha atención en el reciente Festival de las Letras en Tepic, Nayarit.
Es conocida la aversión del autor de La carroza de Bolívar y Los ejércitos, entre otros, a dar entrevistas y formar parte de los actos públicos que se requieren para promover un libro. No es que esté en contra de la promoción, sabe que hace falta, pero le resulta muy difícil dejar su escritorio y abandonar el oficio al que se dedica a tiempo completo.
Nació en Bogotá, Colombia, en 1958. Cursó estudios de comunicación social en la Universidad Externado de Colombia. En 2006 obtuvo en Colombia el Premio Nacional de Literatura, otorgado por el Ministerio de Cultura, pero fue en 2007, con su novela Los ejércitos, ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela, cuando el autor colombiano alcanzó resonancia internacional. Su libro fue traducido a 12 idiomas y se ha alzado con el prestigioso Independent Foreign Fiction Prize (2009) en Reino Unido y el ALOA Prize (2011) en Dinamarca.
En 2009 Tusquets Editores publicó su novela Los almuerzos, luego vio la luz La carroza de Bolívar, recibida como su obra más ambiciosa y desmitificadora y, posteriormente, Plegaria por un Papa envenenado.
Su presencia en la capital del Estado de Narayit fue una excelente oportunidad para mantener una profunda y larga charla acerca de la literatura, la profesión de escritor y, por supuesto, la situación de Colombia, el objeto de sus máximos desvelos.
–¿Tuviste una infancia feliz?
–No, tuve una infancia normal, como las que tenemos todos los seres humanos, creo. Hubo momentos de muchos amigos y alegrías, así como momentos desolados. Nací en Bogotá y cuando tenía siete años a mi padre lo trasladaron a Pasto, en el sur de Colombia, de donde es mi familia. Recuerdo que ese cambio de la ciudad grande a Pasto me afectó mucho, fue difícil acoplarme a esa cultura provinciana tan distinta a la de Bogotá. En Pasto empecé a estar solo y por eso seguramente empecé a leer con fruición.
–Algunos críticos hablan de Pasto como un lugar central en tu literatura
–Sí, claro que sí. Hice allí la escuela primaria, aunque ya había aprendido a leer en Bogotá. En vacaciones íbamos a Nariño y todos esos pueblos que vi en mi infancia son los que de una u otra manera aparecen en mis novelas. Es una región verde, muy hermosa.
–¿Cómo son los colombianos del sur?
–Participan de una cultura inca, cuyo Imperio llegó al río Mayo, en los límites de Nariño con el Cauca. Su acento es un poco como el de los argentinos, bastante cantarino, parecido también al ecuatoriano y al peruano. La música es la andina, melancólica y nostálgica. No se escucha la cumbia. El mundo de Gabriel García Márquez es el del mar, el del horizonte abierto y el de Nariño es el de la nieve, las montañas, el cóndor, la flauta y la quena.
–¿Era una familia que tenía todo materialmente hablando?
–Sí, mi padre era profesional y tenía un cargo muy importante en el gobierno. Era el jefe del ministerio público en Pasto y manejó una dirección en Bogotá, cuando regresamos. En la capital hice el bachillerato y la universidad. Creo que eso aumenta mi perspectiva de escritor, porque viví tanto en un pueblo de provincia como en una urbe superpoblada. Esas dos realidades alimentaron positivamente mi mirada del país.
–¿Era un padre imponente?
–Sí. Creo que más que ingeniero era un artista. Tocaba muy bien la guitarra y cantaba. Era un gran lector. Tuvimos una biblioteca muy grande en casa, gracias a él.
–¿Y tu madre?
–Mi mamá no era precisamente era una lectora, pero contaba las cosas a su manera, tenía mucha vivacidad y humor. Fue muy especial en mi vida. Mis padres ya están muertos. Somos nueve hermanos y soy el séptimo. Mis hermanas mayores eran las que leían mis cuentos, porque empecé a escribir desde pequeño. Descubrí temprano mi vocación. El aspecto femenino de mi vida familiar, expresado por mis hermanos, me permitió diseñar muy bien a las mujeres de mis novelas.
–¿Leen tus libros tus hermanos?
–Sí, tengo hermanos lectores, pendientes de mi obra, sobre todo mis hermanas. Las leen apenas salen y a veces hasta les he mostrado un original, aunque no tanto como lo hacía en mi infancia cuando las perseguía para que leyeran mis cuentos.
–¿Qué tanto te importa lo que digan de lo que escribes?
–No. Es determinante para mí la opinión de un amigo, pero si me preguntas por la crítica, no me dejo afectar. Ni cuando es positiva, ni cuando es negativa. Me han pasado al respecto cosas extraordinarias. Cuando escribí Los almuerzos, trabajé mucho esa novela breve y en Colombia pasó totalmente inadvertida. Sin embargo, eso no me desconcertó. Además, en Colombia no hay crítica, lo que hay son comentaristas de libros generalmente manipulados por las editoriales que les encargan textos positivos sobre tal libro o tal autor. También hubo reseñas viscerales en contra de mi obra, sobre todo con las primeras novelas. No me tomaban muy en serio, pero tampoco me afectaba. Después Los almuerzos fue traducido al inglés, al japonés, al turco, con críticas muy elogiosas.
–Me apasionan los autores ingleses, ¿cuáles son tus favoritos?
–Los rusos. Así como a ti los ingleses. Dostoievski, Turgeniev, Gógol, Tolstoi, los he leído varias veces. Los abro al azar, me enseñaron cierta técnica realista, el poder meterse en la psiquis de los personajes, que no todo sea descriptivo, visual, sino tratar de dotar de carne y hueso a las criaturas que animan tus historias. Me gusta mucho también Balzac, Víctor Hugo, cómo no admirarlos.
–¿Por qué será tan vigente Dostoievski?
–Porque es un clásico en la esencia del término. El tiempo lo ha sostenido y además es un escritor que ahonda en la condición humana. Se preocupa por la intimidad de la especie que permite vernos reflejados en sus novelas.
–¿La novela está hecha para plantear una moral?
–Bueno, ese no es al menos mi propósito. La novela, además, abarca los otros géneros. Es amplia, uno puede hacer muchos experimentos con ella, algo que no se puede hacer con el cuento, que tiene fronteras muy definidas. Me siento a mis anchas en mi novela y ya no siento el impulso de escribir un cuento. Me gustó mucho escribir cuentos en cierta época, pero a veces me sentía encadenado. En la novela que escribo, por ejemplo, estoy recurriendo a muchos subgéneros, al diario, voy al pasado, regreso al presente y esa característica experimental me tiene entusiasmado.
–¿No hay efectivamente una intención moral en tus novelas?
–No. Cuento una historia, un suceso, una anécdota que me conmovió profundamente o que me emocionó. Esos son los detonantes, pero nunca me propongo un objetivo moral, sería bastante aburrido. No me guío por fórmulas, no quiero denunciar por denunciar. Las cuestiones morales que notas son espontáneas. Hablar del secuestro como lo hago en El Lejero y en Los Ejércitos, nació de la certidumbre de esa realidad que me afectó profundamente. El testimonio de una señora por televisión fue determinante. Ese dolor profundo me conmovió mucho.
–¿Así nacen tus novelas, como reacción a un hecho real?
–Sí, es la respuesta a un hecho real que no me deja dormir y la mejor manera de exorcizar eso es escribir una novela.
–¿Cómo es la Colombia que vive en ti?
–Hay dos. La melancolía de los Andes, el frío y también la música caliente, el humor, los carnavales, de Bogotá y de otras regiones. No sirvo para dar una semblanza de ese país que a veces veo como algo informe. Sé que allá están mis hermanos, las mujeres que han vivido conmigo, tal vez ese sea mi país, mi Colombia, como dices. La gente. También está el humor, que es un rasgo importante de los colombianos y constituye una respuesta a lo que ha pasado y lo que pasa. También hay una capacidad de aguante total, lo cual no sé si es tan positivo, porque llega a niveles extremos. Se golpea al pueblo y el pueblo tolera, nunca ha estallado firme contra algo establecido que está mal. Si estalla, es algo momentáneo y luego se aplaca. Cuando mataron al caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán el pueblo se levantó en armas, fueron varios días de violencia y luego el pueblo se emborrachó. Hasta allí llegó todo. No se sabe todavía quién mató a Gaitán y así han pasado sucesos de esa índole. Hay indignación, luego todo queda quieto.
–¿Cuál es tu idea de América Latina? De pronto los latinoamericanos no somos tan solidarios entre nosotros…
–Me hiciste acordar del estigma de tener un pasaporte colombiano. Lo viví cuando viajé a Europa. Estuve casi un año en Francia y cuando crucé la frontera rumbo a España, bajaron los pasajeros del tren y dijeron que los colombianos debíamos estar aparte. Ser colombiano implicaba estar involucrado con la guerrilla, el narcotráfico, la violencia. Nos afecta y al mismo tiempo nos hace sentir distintos, no pasamos inadvertidos.
–Bueno, ahora decir escritor colombiano es decir algo importante…
–Hay una fuerte corriente literaria en mi país, efectivamente. Creo que las mismas condiciones sociales y lo que ha pasado en mi país en los últimos años ha nutrido la literatura. Se aborda la realidad colombiana en los libros y desde distintos puntos de vista. Lo que hace Fernando Vallejo, Juan Gabriel Vásquez, Héctor Abad Faciolince, es muy distinto entre sí y eso enriquece nuestra literatura. Me gusta mucho Pablo Montoya, ganador del Premio Rómulo Gallegos; Pedro Badrán es otro autor colombiano que me parece excepcional.
–¿Cómo manejas la presión del mercado editorial?
–Soy un escritor independiente. Quiero escribir una obra en los tiempos que yo quiera. Ha habido intento de presión editorial para que termine un libro en determinada fecha, pero no comulgo con eso. Ya saben quién soy yo y ahora no me presionan. No soy mediático, no colaboro tanto con los viajes, entre otras cosas porque no me considero muy elocuente. Soy fuerte cuando escribo y eso no lo entienden mucho mis editores. Sé que se debe hacer promoción y hago lo que puedo, pero por ejemplo ahora estoy terminando una novela, ya llevo tres años de mi vida en ella, pero estoy aquí en Tepic. Vine por Verónica Flores, ex editora de Tusquets, es una gran amiga, y vine. He sufrido un frenón en esa parte final de la novela…y no es que esté arrepentido de haber venido a este festival, no, sólo te cuento con sinceridad lo que me pasa. Pero fue importante haber conocido aquí a autores como Iván Ríos y Alejandro Páez Varela. Me regalaron sus novelas y las leeré con gusto. Un autor dice de todos modos las cosas en su obra, no en sus apariciones públicas.
–Es muy moderno ese fenómeno de los autores mediáticos
–Sí, eso me decía Beatriz de Moura, es algo que pasa ahora, tener que ir a vender tu libro, porque si no se hunde todo esto…
–A lo mejor así, vende el más elocuente y no el mejor escritor
–(risas) Sí, creo que algo de eso es lo que está pasando.