Detrás de muchos de los 119 nietos identificados palpitan las duras historias de jóvenes que enfrentaron, con sentimientos encontrados, el proceso de aceptación de su verdadera identidad. A veces entrar en confianza con la familia biológica es más o menos fácil, pero otras muchas el camino es tortuoso. Hay nietos restituidos que han tardado años en darse un abrazo con los abuelos que los buscaron y ha habido hermanos que se enfrentaron a la hora de aceptar a sus verdaderos familiares.
Por Almudena Calatrava
BUENOS AIRES 27 de junio (AP) — Pedro Sandoval no celebra su cumpleaños, ni el día del padre, ni el de la madre. Esas fechas le recuerdan que vivió engañado por quienes creyó que eran sus padres y que, en realidad, eran sus apropiadores.
Sandoval se llamaba Alejandro Rei hasta 2006, cuando recuperó su verdadera identidad. Desde entonces cada 28 de diciembre recuerda cómo su madre le dio a luz en 1977 en un centro ilegal de detención de Buenos Aires durante la dictadura.
Cuatro meses después de su nacimiento fue arrebatado de los brazos de la joven madre secuestrada y criado por Víctor Rei, un comandante de la policía de fronteras que se hizo pasar por su padre.
«El que te diga que no sufre te va a mentir», dijo Sandoval a The Associated Press durante una entrevista reciente en la que intentó expresar el vacío que padecen los hijos de desaparecidos durante el régimen de facto que gobernó el país de 1976 a 1983 y que pasaron buena parte de su vida bajo otra identidad.
El joven es la prueba viviente de que la herida que dejó la última dictadura en Argentina no ha cicatrizado y que para decenas de argentinos el aceptar y forjar su nueva identidad es difícil cuando priman los buenos recuerdos compartidos con los apropiadores.
«No puedo quejarme de la crianza que tuve… fue una infancia linda», dijo Sandoval nacido en la Escuela de Mecánica de la Armada, o ESMA, donde funcionaba una clínica de maternidad clandestina. «Esa es la parte que me genera bronca».
Ese lazo afectuoso con su apropiador pesó cuando Sandoval decidió encubrirlo y frotó un peine y un cepillo de dientes contra el pelaje del perro de la familia para adulterar sus pruebas genéticas, que la justicia debía comparar con las de sus presuntos familiares biológicos.
«Fue parte de un mecanismo de defensa», dijo. «Tuve una gran negación para aceptar lo que estaba pasando».
Cada tanto las Abuelas de Plaza de Mayo anuncian que un nieto ha sido recuperado de los cerca de 500 que sospechan fueron sustraídos a su padres desaparecidos o asesinados. Cada hallazgo es motivo de celebración.
Pero detrás de muchos de los 119 nietos identificados palpitan las duras historias de jóvenes que enfrentaron, con sentimientos encontrados, el proceso de aceptación de su verdadera identidad.
A veces entrar en confianza con la familia biológica es más o menos fácil, pero otras muchas el camino es tortuoso. Hay nietos restituidos que han tardado años en darse un abrazo con los abuelos que los buscaron y ha habido hermanos que se enfrentaron a la hora de aceptar a sus verdaderos familiares.
Incluso ha habido caso de suicidio como el sucedido en 2015, cuando Pablo Athanasiu decidió quitarse la vida en Buenos Aires. Era hijo de militantes de la guerrilla Ejército Revolucionario del Pueblo, junto a los que fue secuestrado cuando tenía cinco meses de nacido. Para 2013 había recuperado su identidad luego de ser criado por una familia que tenía lazos con los militares.
Según la psicóloga Claudia Salatino, del Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos Dr. Fernando Ulloa, «todos los casos conmueven porque son historias singulares, que hablan de un padecimiento y un trauma que es imprescriptible, que no cesa».
En otros países latinoamericanos, como El Salvador, se han registrado casos de niños sustraídos durante conflictos bélicos pero lo que hace a Argentina un caso único es que la justicia demostró que el robo de menores fue una práctica sistemática de los represores para alejar de la supuesta mala influencia de sus familias a los hijos de militantes políticos, sindicalistas y guerrilleros desaparecidos.
A los nietos restituidos les cuesta dar vuelta a la página. Guillermo Pérez Roisinblit se sintió convulsionado cuando en mayo vio a su apropiador, Francisco Gómez, ingresar en la sala del tribunal que lo juzga por el cautiverio en 1978 de sus padres, Patricia Roisinblit y José Manuel Pérez Rojo. Gómez ya cumplió una condena a siete años de cárcel por la apropiación de Pérez Roisinblit.
El hombre, de 37 años, recordó que cuando era niño Gómez lo llevaba de visita al centro de la Fuerza Aérea donde trabajaba como personal civil y en el que habían estado secuestrados sus padres.
Cuando con el tiempo su apropiador le confesó la verdad, le contó que paseaba a su madre embarazada por el jardín interior del lugar. «Me contaba que la sacaba a pasear vendada, que había visto cómo torturaban a mi papá», relató. La mujer fue trasladada desde allí a la ESMA para dar a luz y nunca más se supo de ella.
El acercamiento de Pérez Roisinblit a su familia tuvo altibajos. El primer encuentro con su abuela Rosa Roisinblit, una vez que se comprobó su filiación, fue «idílico», recordó la anciana.
Pero la relación se deterioró cuando la justicia detuvo a sus apropiadores. «A él no le gustó nada, entonces se alejó de mí», dijo a la AP Roisinblit, que además es vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
La mujer relató que le llevó 21 años hallar al bebé que su hija había dado a luz en cautiverio y otros 15 «conseguir el amor» de su nieto.
Si Roisinblit y la abuela paterna lo llamaban por teléfono el joven cortaba la comunicación. «Recuerdo decirles ‘no quiero hablar con vos»’, señaló Pérez Roisinblit.
Pero la relación de Pérez Roisinblit con sus apropiadores también se volvió tortuosa especialmente desde que Gómez lo amenazó mientras estaba detenido.
«Cuando yo salga (de la cárcel) les voy a meter una bala en la frente a vos, a tus abuelas y a tu hermana», recuerda Pérez Roisinblit que le dijo Gómez mientras estaba detenido.
Aquella amenaza fue un punto de quiebre. Volvieron a él los recuerdos de su infancia, cuando Gómez lo ignoraba y golpeaba a su esposa hasta dejarla «en cama durante días».
«Muchas veces me pregunté qué había hecho yo mal… simplemente él no podía cumplir el rol de padre porque no era mi padre», dijo.
Según Salatino, quien ha tratado a varios nietos restituidos, aquellos niños arrebatados son ahora adultos de más de 30 años que ponen límites. «Hay que esperar que, con el tiempo, puedan conectarse con la verdad», explicó.
Las Abuelas tienen terapeutas que asesoran y acompañan a los hombres y mujeres que se les acercan con dudas sobre su identidad. La ayuda internacional también es fundamental. En marzo durante una visita a Argentina el presidente Barack Obama anunció la desclasificación de documentos secretos sobre la última dictadura argentina que podrían ayudar a localizar a los niños sustraídos desde 1976.
Pérez Roisinblit y Sandoval terminaron por aceptar su identidad, pudieron construir sus propias familias y celebran la labor de la organización que sigue buscando a hombres y mujeres a los que se les arrebató la identidad. «Mi hija me dice que cuando sea grande quiere buscar nietos como las abuelas», afirmó Pérez Roisinblit.
Sin embargo, el dolor siempre irrumpe.
«Envidio mucho a mis amigos», dijo Sandoval. «Saber que ellos tienen a sus viejos para poder putearse (enojarse), darse un abrazo, todas esas contenciones que son normales y que para mí no lo son», se lamentó.