Francisco Ortiz Pinchetti
17/06/2016 - 12:00 am
Keiko y el Peje
Habían pasado apenas unas horas desde que la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el INE peruano, dio a conocer los resultados oficiales de la segunda vuelta electoral por la Presidencia de la República en el país andino.
Habían pasado apenas unas horas desde que la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el INE peruano, dio a conocer los resultados oficiales de la segunda vuelta electoral por la Presidencia de la República en el país andino. Las cifras arrojaban una diferencia de sólo 0.24 por ciento entre ambos contendientes. Y la candidata del partido Fuerza Popular, Keiko Fujimori, reconoció su derrota. “Aceptamos democráticamente estos resultados”, anunció el viernes 10 de junio ante los medios la hija del ex presidente Alberto Fujimori, encarcelado por delitos de corrupción y violación de Derechos Humanos.
La ONPE había confirmado que en la jornada del pasado 5 de junio, ella obtuvo el 49.88 por ciento de los votos, por 50.12 por ciento de su contrincante, Pedro Pablo Kuczynski. Una diferencia de apenas 42 mil 597 sufragios. “Fuerza Popular ha recibido el encargo de ser oposición, rol que vamos a cumplir con firmeza», dijo la ex candidata de 41 años de edad. “Seremos una oposición responsable, que pensará siempre en el futuro del país, teniendo como línea matriz representar el sentir de los más de ocho millones y medio que votaron por nuestro plan de gobierno”.
Keiko era apenas una quinceañera cuando en 1990 me tocó cubrir el proceso electoral que llevaría a su padre a la Presidencia del Perú. La conocí en la modesta vivienda del entonces candidato del movimiento Cambio 90, en el centro de Lima, habilitada como Casa de Campaña para la segunda vuelta electoral. Era la de Alberto Fujimori una campaña extremadamente austera, en contraste con los recursos desplegados por su contrincante, el escritor Mario Vargas Llosa.
Ella –la hija primogénita y más cercana del ingeniero agrónomo y modesto profesor universitario que asombró a su país y al mundo al colarse de manera inesperada al segundo lugar en la primera vuelta electoral–, tenía entonces la apariencia de una simpática y sonriente jovencita japonesa. Era la encargada de elaborar y entregarnos nuestros “gafetes” de acreditación a los periodistas peruanos y de muchos países que cubríamos la campaña. Con una tijera cortaba los cuadritos de cartulina en los que con un plumón de tinta roja escribía el nombre del informador, su medio y su país de origen. Nos lo entregaba junto con un pequeño alfiler dorado, un segurito, para fijarlo en nuestra ropa. Me llamó la atención la meticulosidad con la que llevaba el registro de los acreditados en un cuaderno de forma italiana, horizontal, sentada en un pupitre de madera pintado de color café.
Alberto Fujimori derrotó de manera clara al soberbio Vargas Llosa –que reconoció su derrota– y tomó posesión como Presidente del Perú el 28 de julio de ese 1990. Cuatro años después, echó casi a patadas del Palacio Nacional, la Casa de Pizarro, a su esposa, Susana Higuchi, de quien se divorció de manera fulminante, en medio de un escándalo de telenovela que también me tocó cubrir. Keiko se convirtió entonces en la Primera Dama de su país, a los 19 años de edad.
En 2006 fue electa congresista de la República. En 2009 inició la formación de su propio partido político, Fuerza 2011, hoy Fuerza Popular, del que fue candidata a la Presidencia dos años después. Quedó en segundo lugar y fue a la segunda vuelta, pero perdió frente a Ollanta Humala en una cerrada votación. Y volvió a intentarlo en este 2016. Derrotada por ínfimo margen, su aceptación de los resultados no solo fortalece al sistema político peruano, sino que a ella la convierte en una figura de primer nivel en el escenario público de su país. La autoridad moral que le da la aceptación de su derrota, le permitirá de hecho cogobernar con su vencedor.
Augusto Álvarez Rodrich, uno de los más respetados e influyentes analistas políticos de Perú, escribió: “Perdió la elección pero, paradojas de la política, Keiko Fujimori se convirtió en la persona más influyente para definir lo que ocurra en el Perú durante el lustro en el cual, además, lo que haga con su clara mayoría parlamentaria será crucial para su legítima aspiración de persistir, por tercera vez, en ser presidenta”.
El caso de Keiko Fujimori me remite irremediablemente al de Andrés Manuel López Obrador. Por supuesto que ambos personajes y sus circunstancias no permiten una comparación. Sin embargo, me parecen absolutamente equiparables sus decisiones frente al extremo de la aceptación del resultado electoral: La limeña, con una desventaja del 0.24 por ciento; el tabasqueño, con una del 0.56 por ciento.
En el año 2006, el Peje estuvo frente a esa disyuntiva, que pudo convertirlo en el personaje con más sólida autoridad moral y política en este país. Estoy seguro que de haber asumido su derrota en esa ocasión, como ahora lo hizo Keiko, López Obrador sería hoy Presidente de México. Así de simple. También me parece que todavía no se ha evaluado cabalmente el costo que tuvo para él su propia opción, ni el daño que su decisión causó a la incipiente democracia mexicana, a la izquierda y al país mismo. Deslegitimó al IFE, cuyo prestigio tanto había costado, y provocó un retroceso imperdonable.
Y es que AMLO optó por la mentira. A pesar de haber sido informado por su propia encuestadora, Ana Cristina Covarrubias, la noche misma de las elecciones, que había perdido la elección frente a Felipe Calderón Hinojosa. Ella le dijo que conforme a sus mediciones, el panista tenía una ventaja del uno por ciento, equivalente a unos 400 mil votos. El dato está totalmente documentado, porque fue la propia Covarrubias quién lo confirmó tiempo después. No obstante, Andrés Manuel mintió al afirmar a pesar de ese informe –que recibió hacia las 8 de la noche del mismo 2 de julio– que tenía evidencias de llevar una ventaja de más de 500 mil votos sobre su contrincante principal…
Aunque primero prometió respetar los resultados, luego optó por denunciar un fraude electoral que jamás pudo probar. Todas sus “evidencias” se diluyeron. Se dijo víctima de un complot, culpó a los encuestadores y a los medios de comunicación, todos, de mentir, y llegó al extremo de acusar a sus propios representantes de casilla de haberse vendido y haberlo traicionado. Exigió el recuento de sufragios “voto por voto y casilla por casilla” a sabiendas de que era una petición imposible e ilegal, pues de acceder a ella la autoridad electoral habría invalidado los comicios. Desconoció en cambio el resultado del recuento parcial, mediante una muestra de poco más del 10 por ciento del total de casillas, realizado por el IFE.
Mandó al diablo a las instituciones y bloqueó durante seis semanas, con un plantón de carpas vacías, falsas, el paseo de la Reforma en la capital del país, que afectó a millones. Se proclamó luego “presidente legítimo” y se impuso una banda tricolor de opereta. Formó un “gabinete” que nunca sirvió para nada y despilfarró en denuncias sin sustento un capital político envidiable, respaldado por 14 millones 756 mil 360 de mexicanos que votaron por él.
Muy probablemente Keiko Fujimori gane la Presidencia de su país en su tercer intento, en las elecciones del año 2021. No será el caso de Andrés Manuel en su tercer intento presidencial también, en 2018. Una optó por el respeto a la decisión democrática de los peruanos; el otro, cegado por la ambición, afectó seriamente los avances de nuestra dolorosa, tardía transición. Y nada logró finalmente. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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