Jorge Alberto Gudiño Hernández
11/06/2016 - 10:29 am
Resultados
Los partidos políticos serán quienes decidan a sus candidatos. Y si todos ellos son malos, si ninguno de ellos muestra una diferencia real, entonces, por mucho que optemos por el voto de castigo o por la alternancia, lo cierto es que los ganadores no serán muy diferentes a los perdedores.
He leído a muchos columnistas esta semana. La mayoría hicieron un balance sobre las elecciones del pasado domingo. Los análisis estaban relacionados con los resultados del proceso democrático. Casi en todos los casos, las conclusiones giraban en torno a que la alternancia fue una muestra de que la democracia funciona. Es cierto. Se han barajado muchas hipótesis. Desde las razones por las que el PRI perdió, hasta las relacionadas con el triunfo del PAN. De eso no hay duda.
Me detengo poco en dichas razones. Algunas sonaron absurdas y ocurrentes. Sin embargo, la más socorrida es que los mexicanos, hartos de gobiernos pésimos, decidieron más por la ruptura que por la continuidad. Así, ejercieron el voto de castigo.
Estoy de acuerdo con el análisis. Pese a ello, algo sigue sonando mal. Es cierto, los electores hicieron todo lo posible por castigar a los partidos políticos y a los gobernantes malos. Por esa razón, eligieron a los otros.
Y eso es producto de cierto hartazgo social. ¡Enhorabuena!, se dicen los analistas: la democracia funciona porque ya no es tan sencillo engañar a los electores. Su voz y, sobre todo, su voto, están dirigidos a quienes consideran la mejor de las opciones.
Es ahí donde tengo problemas. Ahora empezamos a votar por el menos malo. Tiene algo de lógica. Pero el panorama no es esperanzador. No del todo.
Es sencillo hacer predicciones para las elecciones del 2018. Llegarán tres candidatos fuertes, de partidos políticos consolidados. Así, no será absurdo encontrar en las boletas a Osorio, a Zavala, a López Obrador, y a uno o más candidatos independientes.
Si la misma lógica electoral de estas elecciones priva para las presidenciales, entonces los escenarios son complicados. Porque es poco probable que un candidato independiente tenga la fuerza necesaria; si es que es uno sólo; mucho menos si son varios. Y porque la democracia sólo nos deja una terna entre la que elegiremos al menos malo.
A lo que voy es que los partidos políticos serán quienes decidan a sus candidatos. Y si todos ellos son malos, si ninguno de ellos muestra una diferencia real, entonces, por mucho que optemos por el voto de castigo o por la alternancia, lo cierto es que los ganadores no serán muy diferentes a los perdedores.
Así, podemos celebrar que en Veracruz se hayan desecho del PRI, optando por el primo del candidato. Alguien, al menos, tan oscuro como su competidor. Y lo mismo se replica en otras entidades.
A la larga, sólo puedo concluir que las cosas seguirán más o menos en el mismo estado. Sí, elegiremos a partir de la necesidad de un cambio o para modificar lo que resulta malo. El problema es que tenemos muy poca injerencia en las opciones que se presentan. Y ahí, serán de nuevo los partidos quienes decidan por nosotros, eligiendo a sus candidatos.
Al margen de preferencias partidistas, lo cierto es que, al menos yo, soy incapaz de recordar a un gobernante verdaderamente bueno. Será que nuestra democracia se tiene que refundar en niveles más profundos que la simple oferta de candidatos que, de una u otra forma, se parecen demasiado. Piénsese en ese sentido: ¿cuál fue nuestro último presidente bueno? ¿Cuál de todos los posibles candidatos a la presidencia en el 2018 podría serlo? Tristemente, parece que ninguno.
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