Me pareció extraño que mi amigo Héctor Castellani no hiciera ningún comentario en mi muro de Facebook a propósito del reciente y muy merecido triunfo del tenista serbio Novak Djokovic en Roland Garros. Era el título de Grand Slam que le faltaba a “Nole”, un jugador de esos empeñados en no pasar inadvertido en la cancha, además de por supuesto ostentar un talento prácticamente insuperable en el ejercicio del llamado “deporte blanco”.
En la final con el británico Andy Murray (un tenista que no me gusta nada), Djokovic sacó la casta y su rival –como finalmente me comentó mi amigo- “fue apagándose irremediablemente”.
Se habla también mucho del “Cholo” Simeone en estos días. Esa forma nueva del catenaccio viejo que defiende el aguerrido entrenador argentino nos dejó un sabor amargo en la final de la Champions League que dejó en mano del siempre afortunado Real Madrid.
Ni que decir que el portugués Cristiano Ronaldo se las arregló otra vez para lucirse en una de las finales más aburridas de la historia sin hacer mucho en la cancha o sin hacer prácticamente nada.
Con José Miguel Tomasena, autor de La caída de Cobra (Tusquets), debatimos sobre el lugar de la literatura en el contexto de la violencia reinante. ¿Mitificar o no la existencia en las prisiones? ¿Construir héroes o antihéroes alrededor de los líderes del crimen organizado?
¿El lenguaje como respuesta a una tradición de género? ¿La suspensión del juicio moral en una narrativa que cree fielmente que la novela debe plantear preguntas y no responderlas?
Literatura o deporte, sea cual sea el tema, podría ser el cine, podría ser la aparentemente inevitable derechización del continente, lo cierto es que compartir opiniones en forma pausada y elegante, dirimir cuestiones que no arreglarán el mundo pero ayudarán a entender algo de lo que pasa alrededor, constituyen actividades tan nobles y estimulantes como las que más.
Eso es vivir atento, despierto, activo: estar dispuesto a escuchar lo que piensa el prójimo más cercano en torno a temas que nos tocan y conmueven nuestro interés es la forma –creo- más maravillosa de estar presente en la propia realidad.
El arte de la conversación, del intercambio de ideas, nos convierte en seres humanos atados a una comunidad que nos proporciona varios puntos de vista en forma simultánea y nos enseña que somos en tanto compartimos, escuchamos y hablamos con el semejante.
Nos permite además poner en tela de juicio pensamientos propios que de otro modo quedarían anquilosados en una estructura mental rígida y poco nutritiva.
Es lindo eso: conversar con el vecino, darse tiempo para entender que no estamos ni estaremos nunca solos en esta aventura que implica vivir, vivir a secas.