Como Federico Fellini, como Luchino Visconti y tantos otros, la presencia de Pier Paolo Pasolini en la cultura del mundo viene de los tiempos en que Italia era algo importante para la cultura del mundo.
Su muerte temprana y cruel en una playa de Ostia, en 1975, cuando apenas tenía 53 años, se llevó a un intelectual completo y complejo que tenía muchas cosas todavía para decir de un Occidente al que veía caer en pedazos, fruto de la ignorancia, la televisión y el consumismo.
Hace unos días finalmente pude ver la película Pasolini que le dedicara el siempre controvertido director neoyorquino Abel Ferrara (1951), que pasó sin pena ni gloria por la autopista cinematográfica del 2015, recibiendo críticas tibias cuando no enojosas y desaprobatorias.
Sin embargo, no deja de acompañarme la contundente imagen del gran Willem Dafoe, empeñado en pasar a la historia en su ejercicio de interpretar al mítico director de cine italiano.
Dafoe es, además de un actor con muchos recursos, sin duda un artista revolucionario. Pasolini también hizo su pequeña gran revolución en el séptimo arte, la literatura, el periodismo, la militancia política y religiosa que ocupaba la mayor parte de sus días incansables.
Ferrara, que con obras como El funeral y El rey de Nueva York, entre otras, demostró nunca ser precisamente un adaptado, hace cine dentro del cine y recrea Saló o los 120 días de Sodoma, polémica película de Pasolini, en un contexto narrativo que termina siendo confuso y tal vez lo más débil de su aproximación biográfica, donde brilla la oscuridad de Stefano Falivene, el mejor fotógrafo posible en esta historia.
Una gran dificultad tiene el neoyorquino –tal vez el mismo obstáculo que debió enfrentar el británico Peter Greenaway para su Eisenstein en Guanajuato-: ¿quién es Pier Paolo Pasolini para las nuevas generaciones?
Me contaba hace poco un periodista que casi se pone a llorar en la redacción cuando vio los rostros indiferentes de sus compañeros al enterarse de la muerte de Ettore Scola a principios de este año.
Un cine sin historia está condenado a perecer. Pero, en cierto modo, eso que pasa en el cine, también podríamos trasladarlo a otras áreas de la vida social contemporánea: nos estamos quedando sin memoria en muchos órdenes y quizás, como nunca, la pervivencia de la especie humana esté en peligro.
“Estamos en peligro”, dice Pier Paolo Pasolini/Willem Dafoe en la película de Abel Ferrara, quien ha cometido el peor de los pecados: creer que vivimos en un mundo capaz de recordar y venerar a los grandes pensadores y artistas contemporáneos.
Esos que como Pasolini construyeron la mítica del siglo XX y adivinaron el abismo de los tiempos futuros.
Pasolini, de Abel Ferrara, es una bella película sin morbo ni justificaciones, donde deslumbra Dafoe y frente a la cual constatamos que esta ignorancia global que hoy nos caracteriza contradice la época –ayer nomás- en que el mundo todavía era importante para el mundo.