Francisco Ortiz Pinchetti
27/05/2016 - 12:03 am
Aire puerco: el miedo no anda en burro
Lo que verdaderamente aterra –además de los daños a la salud que cada día se comprueban más– es constatar que las autoridades de la Ciudad de México y sus asesores no tienen idea de cómo enfrentar con eficacia el problema de la contaminación atmosférica en la metrópoli.
Lo que verdaderamente aterra –además de los daños a la salud que cada día se comprueban más– es constatar que las autoridades de la Ciudad de México y sus asesores no tienen idea de cómo enfrentar con eficacia el problema de la contaminación atmosférica en la metrópoli. Pasan los días, las semanas y los meses sin que haya claridad en el diagnóstico cabal del problema. Se insiste en culpar a los autos de los altos índices de contaminación por ozono, pero no se atina a esbozar siquiera una solución en torno a la polución provocada por partículas suspendidas, que es la más peligrosa para la salud humana.
Un día nos dicen que el problema está en la pésima calidad de las gasolinas, particularmente del diesel; pero al otro resulta que no, que los combustibles producidos en nuestro país y los importados, desde luego no de China, cumplen con los parámetros de calidad requeridos. Enseguida nos salen con que el problema radica en la corrupción con que operan los centros de verificación vehicular. Que si es el obsoleto transporte público, que si son los camiones cargueros o los carros de basura. Y acaban por apechugar, para zafarse, que las condiciones atmosféricas son las culpables. Palos de ciego.
Aparece de pronto el doctor Mario Molina, premio Nobel de Química, para sugerir un aumento “moderado” al precio a las gasolinas –¡otro!– y destinar el producto etiquetado de ese incremento a mejoras en el transporte público, que finalmente considera el científico es la solución. Por otro lado, destaca que es necesario reducir el impacto de las emisiones contaminantes que provienen del transporte de carga ya que, desde el año pasado, se advierte un incremento en los niveles de partículas contaminantes en la atmósfera del Valle de México.
Al comparecer ante legisladores de la Comisión Permanente del Senado como presidente del Consejo Científico de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (Came), urgió a tomar “medidas drásticas” para renovar la flota vehicular del transporte público para que sea menos contaminante y, a su vez, se garantice que sea efectivo, suficiente, rápido y aceptable. Dijo que podemos estar seguros de que al reducir las emisiones van a reducir las partículas pero que tenemos esas dos fuentes de orígenes distintos: las que vienen de los automóviles, del mismo tipo de química que produce el ozono, y de las que se emiten directamente por los motores a diésel y por las muchas fábricas que existen.
Por otro lado, el secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Rafael Pacchiano, quien también compareció ante legisladores, atribuyó los periodos de contingencia que se han registrado este año a la circulación de 1.7 millones de vehículos ostensiblemente contaminantes que, en el último año, migraron de holograma uno a cero.
La anunciada elaboración de una nueva norma para la verificación vehicular tiene a los capitalinos en ascuas. Muchos no podemos dormir. Se advierte, se amenaza más bien, que será mucho más rigurosa que la actual y que miles y miles de autos que hoy obtienen regularmente holograma “0” no podrán hacerlo más. Ni en sueños. Habrá que volver a pensar en el “segundo auto”. O el tercero.
La famosa nueva norma debió darse a conocer, como se ofreció reiteradamente, este jueves 26 de mayo; pero en una decisión descaradamente electorera, su divulgación se pospone hasta “después del cinco de junio”, fecha de las elecciones locales. Y cuando esperábamos una propuesta de solución integral, el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera Espinosa, salió otra vez con que los malos de la película son los automovilistas y que en consecuencia las nuevas normas ambientales de la Megalópolis “contemplan pautas más duras para los hologramas cero y doble cero”. Más de lo mismo.
Dice bien el químico Luis Manuel Guerra, una voz calificada y sensata, cuando asegura que en el tema de la contaminación atmosférica no se ha hecho algo esencial: basar las decisiones en la Ciencia. Menciona que nadie parece tener conciencia, por ejemplo, de que en la metrópoli hay más de cuatro millones de estufas caseras y otros tantos calentadores de agua que emiten, como los autos, sustancias precursoras de ozono. Y que en las calles de la ciudad miles de vendedores ambulantes colaboran con sus estufas de gas y sus anafres de carbón al envenenamiento del aire.
El programa Hoy No Circula fue instituido en 1989, hace 27 años. Desde entonces, lo mismo las autoridades capitalinas todavía emanadas del PRI que las supuestamente de izquierda, a través del PRD, han sumado una inacabable cadena de torpezas y desaciertos que hoy nos tienen en una situación más grave que la de entonces. Todos han evadido el problema real, porque le tienen pánico. Y Mancera Espinosa no es precisamente la excepción.
El mentado programa ha sufrido cambios y alteraciones, ampliaciones y correcciones –en 1997 se hizo obligatorio el uso del convertidor catalítico–, sin dar un resultado satisfactorio. Por el contrario, en más de una ocasión ha provocado un incremento importante del parque vehicular. Como es evidente, de nada ha servido ni el Hoy No Circula sabatino, ni el ampliado, ni el doble. Ni las absurdas contingencias, que se decretan “a toro pasado”, luego de que hemos estado todo el santo el día tragando contaminantes. Lo paradójico del asunto es lo ocurrido el pasado martes: después de mediciones, reuniones, anuncios y prohibiciones, un aguacero de 40 minutos acabó con la contingencia ambiental. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá