Francisco Ortiz Pinchetti
18/03/2016 - 12:00 am
Los méritos de Ternurita, el candidato
Miguel Ángel Mancera Espinosa, de plano, no tiene remedio. Hundido en el desprestigio, rebasado por el problema de la contaminación ambiental, fracasadas prácticamente todas sus iniciativas, el Jefe de Gobierno de la capital del país actúa como si nada ocurriera.
Miguel Ángel Mancera Espinosa, de plano, no tiene remedio. Hundido en el desprestigio, rebasado por el problema de la contaminación ambiental, fracasadas prácticamente todas sus iniciativas, el Jefe de Gobierno de la capital del país actúa como si nada ocurriera. Sigue en su afanosa búsqueda de la candidatura presidencial por un partido al que ni siquiera pertenece y cuya línea política contradice. Viaja a otras entidades del país con el objetivo evidente de promoverse y reparte dinero entre comunicadores que le doran la píldora y le ofrecen cobertura mediática.
Pareciera no tener conciencia ni siquiera de la gravedad de la contingencia ambiental, que ya provocó una intervención directa del Presidente de la República. No se da cuenta, parece, del significado político de ese hecho: ante su fracaso, Peña Nieto asume el mando. Por el contrario, lejos de la autocrítica y de la aceptación de una responsabilidad evidente en la emergencia, se pone a repartir culpas, lo que por supuesto se le revierte.
Aún aquellos que desconfían de las encuestas como una herramienta para medir la opinión de la ciudadanía en un momento dado, o que sospechan su manipulación interesada, estarán de acuerdo en que la percepción pública sobre Ternurita, como se le llama en redes sociales, coincide con sondeos como el realizado por la encuestadora Buendía & Laredo y publicado el lunes anterior por el diario El Universal. Ahí Mancera Espinosa aparece con una aprobación de sólo el 24 por ciento. Pierde 20 puntos de septiembre de 2014 a la fecha y cae a nivel de vergüenza. De renuncia; pero sigue tan campante.
Esto es resultado claro de una cadena de torpezas que han definido la administración del gobernante que llegó al cargo como candidato del PRD, sin ser perredista, con un respaldo ciudadano espectacular. Durante los primeros tres años de su mandato ha dilapidado lastimosamente ese capital, que efectivamente pudo en su momento hacerlo soñar en la Presidencia de la República. Su incapacidad para poner orden en las calles de la ciudad y su tolerancia incomprensible a las marchas y bloqueos viales ha sido un factor determinante del deterioro de su imagen; pero a ello habría que sumar una serie de proyectos rechazados por la ciudadanía, todos fracasados.
El llamado Corredor Chapultepec, que pretendía convertir a esa avenida en un enorme mall lineal de doble piso, fue desechado en una consulta ciudadana. El proyecto para la construcción de un doble túnel vial, el célebre deprimido, en el cruce de Insurgentes Sur y Río Mixcoac encontró la resistencia vecinal que obligó a hacerle 16 modificaciones, algunas sustanciales, y que aún ahora enfrenta movilizaciones de residentes contra la tala injustificable de más árboles. El plan de convertir los terrenos en los que estuvo la Planta de Asfalto de Tlalpan en un centro comercial, tuvo que ser desechado ante la oposición ciudadana. Y hasta el proyecto la Gran Rueda, una rueda de la fortuna concesionada que se pretende instalar en el bosque de Chapultepec, ha tenido que ser reubicado tres veces. En todos esos casos –y otros muchos — el común denominador ha sido la improvisación. Se toman las decisiones sin ninguna planeación, sin estudios previos, sin consultar a nadie. Y también ha sido común la intención inocultable de beneficiar intereses particulares. El negocio, pues. Un indicador bien claro es la tolerancia a las ilegalidades cometidas en toda la ciudad por desarrolladores inmobiliarios. Un escándalo. Consideradas las pretensiones electorales del susodicho, y los requerimientos monetarios que ello implica, esto adquiere una muy elocuente significación.
En el problema de la contaminación atmosférica, igualmente, sus desatinos han sido en serie. Primero estableció el controvertido “doble Hoy no Circula”, que incluyó la restricción sabatina. La medida provocó, además de una ola de protestas, movilizaciones y amparos, un incremento de 600 mil autos nuevos en el parque vehicular, cuando los capitalinos que pudieron optaron por contar con un segundo automóvil. Y cuando la Suprema Corte echó abajo esa aberración legal, la reincorporación de millares de vehículos a la circulación diaria llevó en buena parte a la crisis que vivimos.
Especialistas de la UNAM en la materia han insistido en otras medidas que el gobierno de Mancera Espinosa ha omitido. Una es el atacar la polución más grave, que es la provocada por taxis y microbuses en pésimas condiciones, así como en los transportes del propio gobierno y las delegaciones, como los camiones recolectores de basura. Apenas ahora habla el Ternurita de suprimir 30 mil topes en la ciudad, causantes de una muy importante contaminación. Algo que hace años habían señalado los expertos.
Y otro factor especialmente grave: el deterioro de la calidad del aire en la Ciudad de México que padecemos de unos meses a la fecha, y que ha alcanzado el grado de emergencia, coincide con la entrada en vigor del nuevo reglamento de tránsito promulgado por Mancera Espinosa. Amén de las impugnadas “fotomultas”, que obligaron al jefe de Gobierno de nuevo a recular para otorgar descuentos de 80 por ciento en las infracciones, los mismos especialistas consideran que establecer una velocidad máxima de 50 kilómetros por hora en vías primarias y hasta de 20 kilómetros en calles interiores, provoca un obvio incremento en el consumo de combustible, lo que se traduce en mayor polución. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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