Tomás Calvillo Unna
02/03/2016 - 12:01 am
Oración para ella. Maris (1922-2016)
Ella tan querida en su silencio dulce nos deja, ya terminó su estancia terrestre, sus reparos…
Ella tan querida
en su silencio dulce nos deja,
ya terminó su estancia terrestre,
sus reparos,
sus alegres días entrelazados a la familia
que sobrevivió, como muchas otras,
a los ires e iras de la historia.
Ella tan fina en su andar, tan natural,
grabando la certeza en nuestros pasos
de una libertad descubierta,
a la sombra de los años;
como herencia suya
que trazó este camino en nuestra sangre.
Ella tan cercana en su distancia,
que nos hacía suyos sin caricias,
sin gritos, ni regaños;
con la sutil perfección de lo cotidiano.
Ahí va y ya no está.
Ahí cada domingo,
en el tranvía al Zócalo
a mirar los escaparates;
donde el mundo suele jugar con el tiempo,
hasta convertirse en memoria pura
al atardecer entre los rieles,
con los destellos del lápiz labial rojo
ese invento tan seductor y simple.
Una delicada costumbre
en los vaivenes del camino
como si la flor verdadera fuera eterna.
Sí
ella está ahí, ya sin su aliento.
Ella no está,
es su carnal envoltura abatida,
donde el viento sereno
traza sus últimos gestos:
en paz y verdadera siempre.
Deja su cansado cuerpo,
ahora cenizas sólo,
mientras aquella mirada nostálgica
del blanco y negro perdura,
al pronunciar el Padre Nuestro adolescente:
Por los siglos de los siglos
enamorada de la vida;
su único secreto.
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