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Martín Moreno-Durán

17/02/2016 - 12:05 am

El Papa: el maquillaje del olvido

Al estar frente al atril, dueño del escenario, dueño de sus palabras, el Papa Francisco bien pudo haber roto protocolos –esa dinámica lo caracteriza-, y pedir el minuto de silencio por los feminicidios en Ecatepec, dar palabras de aliento a los padres de Ayozinapa y crucificar (valga el término) a los sacerdotes pederastas, empezando por el demonio mayor: el padre Maciel. Pero el Papa Francisco no lo hizo (o no lo ha hecho).

El Papa Francisco Bien Pudo Haber Roto Protocolos Esa Dinámica Lo Caracteriza Foto Cuartoscuro
El Papa Francisco Bien Pudo Haber Roto Protocolos Esa Dinámica Lo Caracteriza Foto Cuartoscuro

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El Papa Francisco ha despreciado la alfombra roja que le tendió el gobierno mexicano al recibirlo. Buena señal del líder católico que así refrenda su etiqueta de defensor de los desposeídos. Pero hay un problema: el padre Bergoglio hasta allí llegó. No dio para más. Tuvo un ataque de amnesia y prefirió refugiarse en la investidura de jefe del Estado Vaticano, más que ser representante de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. En un político terrenal, pues.

Hasta la hora de entrega de este texto – martes al mediodía-, el Papa Francisco arengaba, sí, contra la corrupción, el narcotráfico, la pobreza, la injusticia. ¿Y qué esperaban? No podía ser de otra manera. Ni modo que las aplaudiera. Pero hay vacíos enormes dentro de las expectativas que causó su visita de Estado.

Al Papa se le olvidaron los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. No los recibe. No los menciona. Bergoglio pretende ignorar que hay un México antes de Ayotzinapa y después de Ayotzinapa. Vacío.

Al Papa se le olvidaron los niños y jóvenes, seminaristas incluidos, abusados sexualmente por sacerdotes católicos. Cierto: ya lo ha condenado en varias partes del mundo. Pero hay un detalle que quema, que hiere: no en todos los países hubo un Marcial Maciel que es el emblema latinoamericano de la pederastia clerical. Por eso era obligado que condenara, aquí, ese tema doloroso. No lo hizo. Vacío.

Al Papa se le olvidaron los feminicidios en Ecatepec, la tierra donde ser mujer equivale a una sentencia de muerte. Apenas hace tres semanas, en esta columna (Las muertas de Eruviel), dábamos a conocer la cifra indignante: 600 mujeres asesinadas desde el 2012 en ese municipio. ¿Acaso no lo sabía el Papa? Por supuesto que sí. Qué saludable hubiera sido para Bergoglio, las muertas, sus familias y la Iglesia católica, que el Papa invitara a un minuto de silencio por los feminicidios en el Edomex. Lo hubiera enaltecido. No lo hizo. Vacío.

Un Papa olvidadizo.

Qué lástima

*****

Llegó el Papa y de los primeros rostros que vimos durante su recepción fue el de Cristian Castro y representantes del sector telenovelero de Televisa. Sólo les faltó que Andrea Legarreta y Raúl Araiza –esos próceres de la doctrina económica y moral-, le dieran la bienvenida. Muy cerca, los VIP palomeados por Los Pinos, en una ceremonia más con perfil de Sabadazo que del México valioso.

En lugar de Cristian –el de los grotescos desnudos vía redes sociales-, bien podría haber estado Francisco Toledo, el artista mexicano vivo más importante ante el mundo. ¿Y si Toledo no aceptaba? Bien. Allí estaban también mexicanos valiosos como el maestro José Luis Cuevas, Elena Poniatowska – la aborrecida en Los Pinos-, Plácido Domingo o Jorge Marín, el escultor de las alas desplegadas en libertad. Pero no. Apuesto triple contra sencillo que Peña y su corte ni siquiera saben quién es Marín, jamás han leído a Poniatowska, ni diferenciarían un Toledo de un Cuevas. La ignorancia de la élite condena y rebaja la imagen del país.

Cierto: el Papa Francisco ha sido maniatado por el poder político. Como bien diagnostica Raymundo Riva Palacio: es un Papa secuestrado. De allí que algunos secretarios de Estado hayan mutado de funcionarios a guaruras: escoltando al Papa en sus visitas a Ecatepec, Chiapas y Michoacán, apoyados por los gobernadores priistas: Eruviel Ávila (por afiliación), Manuel Velasco (por convicción) y Silvano Aureoles (por autosumisión). Por eso Miguel Ángel Mancera –en su eficiente papel de subordinado a Los Pinos-, estranguló y desquició a la Ciudad de México, bloqueando avenidas enteras, jodiendo a millones de capitalinos, por órdenes del Estado Mayor Presidencial. De ese tamaño es el miedo de nuestra clase política.

Un Papa acotado, sí.

Pero al estar frente al atril, dueño del escenario, dueño de sus palabras, el Papa Francisco bien pudo haber roto protocolos –esa dinámica lo caracteriza-, y pedir el minuto de silencio por los feminicidios en Ecatepec, dar palabras de aliento a los padres de Ayozinapa y crucificar (valga el término) a los sacerdotes pederastas, empezando por el demonio mayor: el padre Maciel.

Pero el Papa Francisco no lo hizo (o no lo ha hecho). Sabía que se esperaba con ansia un mensaje de castigo para las autoridades omisas en el Edomex, para quienes no han solucionado el caso Ayotzinapa o en contra de los curas abusadores de jovencitos. No lo hizo.

A lo más que llegó fue a exhibir –entre los oídos sordos de nuestros políticos cegados por la figura blanca papal-, que cuando se busca “el privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, para el narcotráfico, para el secuestro, para la violencia, para la muerte”.

No nos equivoquemos: el mensaje era directo para un Presidente que ha gobernado bajo la sombra de la corrupción. Él y su esposa y su amigo-Secretario de Hacienda. Con dedicatoria en uno de los países más corruptos del orbe, de acuerdo a Transparencia Internacional (TI). Allí, en el mismo saco de la corrupción, se retuercen los Montiel, Moreira, Duarte (César y Javier), Yarrington, Padrés y compañía. Si el Papa hubiera hablado de corrupción en Suiza, Noruega u Holanda, no habría dedicatoria. Pero lo hizo en México, donde Peña Nieto dice que la corrupción “es un problema cultural”. En esta, palomita a Bergoglio.

Pero hasta allí. Nada más. Ni Ayotzinapa ni feminicidios ni sacerdotes pederastas en el discurso. A final de cuentas, llegó al país como jefe de un Estado, el Vaticano. No perdamos eso de vista.

*****

Cuando usted lea éstas líneas, el Papa estará despidiéndose de México o ya estará fuera del país. Con sus mensajes. Con sus vacíos.

Allí quedará la estampa de la vergüenza: al centaveado y sometido secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade –exonerador oficial de los pecados de corruptela de la familia presidencial – en primera fila viendo al Papa, cómodo y orondo, mientras policías capitalinos duermen en la calle y reciben mendrugos para medio comer, ya no digamos alimentarse.

Allí quedará la estampa de la vergüenza: la del Subsecretario de la Sedesol, Ernesto Nemer, tomándose una foto con el bolerito, “mi amigo Angelito, que siempre que vengo a San Cristóbal me da la mejor boleada”, en una postal insensible, ofensiva y clasista de un funcionario que en lugar de sacar de la pobreza a su amigo Angelito, festina que le limpie los zapatos. ¡Vaya tipo!

Allí quedará la estampa de la vergüenza: mientras Velasco, Anahí y la clase política chiapaneca escoltan al Papa más como guardianes del establishment político que como devotos católicos, afuera del Aeropuerto Internacional de Tuxtla Gutiérrez, grupos de indígenas son excluidos, a pesar de que contaban con boletos y fueron llevados desde sus comunidades. (Reforma/Antonio Baranda/ 15-II-2016).

Llegó El Papa.

Se fue El Papa.

¡Alabado sea el Señor!

TW: @_martinmoreno

FB: / Martin Moreno

Martín Moreno-Durán
Periodista. Escritor. Conductor radiofónico. Autor de los libros: Por la mano del padre. Paulette, lo que no se dijo. Abuso del poder en México. Los demonios del sindicalismo mexicano. El Derrumbe Retrato de un México fallido. El Caso Wallace. 1/Julio/2018: Cambio Radical o Dictadura Perfecta, y de la novela Días de ira.
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