Jorge Alberto Gudiño Hernández
26/12/2015 - 12:00 am
Navidad en las estrellas
Dos. Días después, ya en Noche buena, recibí felicitaciones y buenos deseos de católicos, judíos, ateos, agnósticos y un árabe cotorrón. Me sumé a la causa e hice lo posible para pasarla bien en familia. Al margen de cualquier asunto religioso o de discusión en el espacio de la fe de cada uno de los presentes.
Uno. No he visto la nueva película de Star Wars. Tampoco me interesa demasiado. Tan es así que, un par de días después del estreno, vino un buen amigo a la casa y me contó casi toda la película. Así pues, estaba yo en situación de arruinársela a varios. No lo hice, por supuesto. Me sorprendió, además, que nadie lo hiciera. Al menos no en las redes sociales que utilizo. Me alcé de hombros y ya. Supuse que se había acabado la película para mí. Sobre todo, porque quien me la contó fue a verla porque otro amigo suyo se enfermó con los anhelados tickets en la mano.
Un par de días después, en una comida con otros amigos muy cercanos, descubrí que uno de ellos había sido de los que vieron la película a media noche, en el estreno. Hablamos de la experiencia y, ¿por qué no?, de la propia película. A fin de cuentas yo ya sabía de qué trataba y no tengo planes para ir pronto a verla. En cierta forma, sentí la empatía propia del diálogo y estuve a gusto platicando de algo que les apasiona a algunos de mis amigos. Me doy cuenta de que hasta he llegado a celebrar que ellos puedan darse el lujo del desvelo y de la compra anticipada de boletos.
Dos. Días después, ya en Noche buena, recibí felicitaciones y buenos deseos de católicos, judíos, ateos, agnósticos y un árabe cotorrón. Me sumé a la causa e hice lo posible para pasarla bien en familia. Al margen de cualquier asunto religioso o de discusión en el espacio de la fe de cada uno de los presentes.
He vuelto a estar consciente (porque lo había descubierto hace tiempo) que estoy inmerso en un círculo diverso y eso me entusiasma. Sobre todo, porque a la hora del afecto las diferencias ideológicas pasan a segundo término; porque podemos discutir de lo que queramos sin ofendernos; porque nuestros deseos para con los otros son sinceros; porque, sin duda, estas diferencias alimentan nuestros diálogos y nos abren un panorama que, de otra forma, estaría vedado.
No profundizaré más justo ahora (los niños tienen juguetes nuevos y el desvelo sigue causando estragos), ya habrá otras ocasiones. Me queda, pues, extender mis buenos deseos a los lectores de SinEmbargo. Y, al hacerlo, incluir el que se suma a mi circunstancia. Ojalá y pronto estén en una situación llena de afectos, de variedad y de respeto. Es una buena forma de empezar un nuevo ciclo (con sus detractores y sus entusiastas). Vaya, pues, un abrazo.
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