Passaic, en Nueva Jersey, un poblado de 70 mil habitantes, es uno de los tantos suburbios de Nueva York. Fundada por comerciantes holandeses en el siglo XVII, en esta ciudad vive una importante comunidad de judíos ortodoxos, de católicos de origen polaco, de afroamericanos y cada día más y más hispanos. Hoy seis de cada diez habitantes de esta ciudad es de origen latino, habla todo el día en español y sobrelleva en estados Unidos su vida sin tener que aprender una palabra de inglés. Fue justo ese punto, en el seno de una comunidad latina en plena expansión y bajo un puente oscuro y mugriento donde las pandillas solían pelear por el territorio, el lugar que la Virgen de Guadalupe escogió para aparecer.
Esta vez no fue un indígena el destinatario de la aparición, ni una tilma el soporte físico para manifestarse. Fue un borracho de origen mexicano que pasaba largas horas en aquel lugar abandonado quien descubrió la figura de la Virgen de Guadalupe estampada en un tronco. La voz se corrió de inmediato entre los hispanos de Passaic, la mayoría poblanos pero todos guadaluanos, quienes comenzaron a acudir al lugar a rezar y a adorar la mancha oval. Molestos por la invasión de personas extrañas al barrio, la pandilla local decidió quemar el tronco y acabar con las visitas de los intrusos. Error. En pocos días el tronco quemado de no más de 30 centímetros de altura, estaba vestido con un manto blanco, un collar, un gran moño y una corona de fantasía. La imagen oval a la que los hispanos le rezaban ahora era una un verdadera virgen morena, carbonizada. Pronto comenzó a llenarse de flores y ex votos. La comunidad hispana se organizó para cuidar este nuevo centro de culto, construir un nicho que protegiera a la guadalupana, luego una capilla y al final un verdadero santuario callejero, con murales pintados de motivos mexicanos y estadunidenses donde antes había grafitti.
El santuario callejero de Passaic no lo maneja ni lo reconoce la diócesis local; lo cuida y mantiene, como la de tantos otros santos seculares, una mayordomía autogestiva. Todos los días orgullosos jóvenes migrantes de origen mexicano limpian, cuidan las plantas, acomodan las sillas, retiran la flores marchitas. Ese es su territorio y la virgen su marca de identidad.
Miguel, un migrante originario de Ciudad Neza lo tiene muy claro. El milagro no es la aparición, sino lo que guadalupana hizo por aquella comunidad, transformando un lugar lúgubre y peligroso en medio de la nada en un remanso de paz, donde todos los días decenas de migrantes mexicanos pasan a rezar, dejar un flor o simplemente a descansar.
El verdadero milagro guadalupano es mantener la identidad.