Tomás Calvillo Unna
11/11/2015 - 12:00 am
Apenas inicia y ya no estamos
Alguien escribió en las redes: cómo que ya es noviembre. Tal vez sea este uno de los cambios más profundos e inevitables que estamos viviendo. Sus consecuencias pueden ser los múltiples no obstante carecemos de reflexiones serias sobre todo ello. La velocidad ha tomado la delantera en casi todos sitios, y prácticamente ha reducido a […]
Alguien escribió en las redes: cómo que ya es noviembre.
Tal vez sea este uno de los cambios más profundos e inevitables que estamos viviendo. Sus consecuencias pueden ser los múltiples no obstante carecemos de reflexiones serias sobre todo ello. La velocidad ha tomado la delantera en casi todos sitios, y prácticamente ha reducido a horas, minutos y segundos, la experiencia de la vida misma.
La presión para las nuevas generaciones es toda, ya no alcanza el tiempo y menos para responder a las demandas que cualquier tarea tiene hoy en día.
Apenas nos sentamos a comer y ya estamos de regreso en la oficina o en el metro, coche o avión, según sea la condición social y laboral.
La tecnología está ganando terreno y modifica el paisaje interior y exterior. Hay una sensación de que algo está pasando, algo que nos rebasa a todos, que se expresa no sólo en deterioro del mundo de la política, atrapado en la violencia y en el intento de seguir controlando para bien o para mal las cosas cotidianas de los ciudadanía; un control que en el ámbito del discurso ya desapareció casi por completo.
El lenguaje en la política es lo que se agota más rápidamente, incluso sus liderazgos. La política esta carcomida por la precipitación, enfermedad endémica de esta época, de ahí que la democracia esté en un proceso vertiginoso de desnaturalización o pérdida de su sentido primordial; cada vez es más parecida a una quimera, todavía funcional, porque aún se sostiene en una vieja expresión: “ser el menos malo de los sistemas políticos posibles”. Pero incluso esto mismo está haciendo agua, porque sus referentes primordiales ya no están. La desproporción la ha erosionado y sólo quedan sus instantes fugaces y ciertamente valiosos cuando se deja sentir la presencia ciudadana en medio de la desigualdad, el control y la violencia.
Pero más allá de ese ámbito está la recomposición mundial, no sólo del poder que se advierte en los conflictos que se multiplican, sino también en las señales cada vez más frecuentes de la naturaleza que modifica climas y regiones, y afecta a millones de diversas maneras. A esa emergencia climática se suman la destrucción de los parámetros en que se desenvolvían las formas laborales tradicionales, las relaciones familiares, las tradiciones lúdicas de las sociedades, el sentido del espacio, del tiempo y del mismo concepto del lugar. Todo ello está trastocado. Los gadgets han ganado terreno y ya están insertados en el minutero de la cotidianidad de millones; y esa industria de donde provienen tiene la capacidad de gestarse una y otra vez ocultando su rostro, lógica y costo, tanto ecológico, como de la propia condición humana en su sentido más llano.
Este proceso ya aceleró toda la naturaleza de las relaciones que conforman la propia sociedad. Lo más desafiante de él, es que hasta ahora no permite construir un paréntesis que nos posibilite analizar qué está pasando realmente con nuestra cotidianidad y sentido de las cosas; no lo permite porque su capacidad de absorbernos en su dinámica impide que tengamos opciones prácticas para detener la vorágine en las que nos hemos envuelto, por no decir atrapado.
La reaparición de la angustia colectiva, de la tensión permanente como una epidemia que disemina patologías, del nihilismo cultural expresado en el triunfo del espectáculo y su obligado éxito, que filtra cualquier creación, forman parte de esta textura electrónica y virtual que produce un ruido dentro de muchos que, semejante al de un volcán, está a punto de explotar.
Las maravillas tecnológicas que compiten en todas las disciplinas, y se multiplican en busca de mercados, se acumulan y advierten de una enorme desproporción en todos los órdenes, iniciando por el social, marcando distancias inimaginables entre los pocos y muchos que ya las clases medias no pueden atenuar. Pero esas mismas creaciones excepcionales se debilitan al ser parte, producto y nueva causa del aceleramiento que está desintegrando una conciencia que durante siglos se fue desarrollando. El mundo está dejando de existir, este es uno de los temas centrales, su representación está desapareciendo, por lo mismo, la sensación de que algo no anda bien crece por doquier.
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