Tomás Calvillo Unna
04/11/2015 - 12:02 am
El Nuevo Medio Oriente
La caída de Siria y la migración de miles de sus habitantes retornan a la memoria escenas que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial. Es un hecho, desde hace años, que para encontrar una paz duradera en la región, es necesario que se construya un acuerdo donde tienen que estar presentes Irán, Arabia […]
La caída de Siria y la migración de miles de sus habitantes retornan a la memoria escenas que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial. Es un hecho, desde hace años, que para encontrar una paz duradera en la región, es necesario que se construya un acuerdo donde tienen que estar presentes Irán, Arabia Saudita e Israel. De otra manera lo que acuerden los Estados Unidos, Rusia y los demás países del área, así como la Unión Europea sin olvidar a Turquía y China, difícilmente llegará a buen puerto.
En un artículo anterior se señalaba que la tragedia humanitaria en Siria ha evidenciado el fin del statu quo que durante cerca de seis décadas definió un territorio de confrontación permanente, cuya característica ha sido la de una paz militarizada y la de una población, la palestina, convertida en una nación atrapada históricamente entre la herencia colonial inglesa y francesa, y las consecuencias del holocausto perpetrado en Europa.
Tres frentes de extrema tensión se entrelazan y marcarán el camino a seguir:
1) la presencia en las fronteras europeas de miles de familias migrantes sirias;
2) la guerra en los territorios de Siria e Iraq, donde se enfrentan las fuerzas del gobierno de Asad, los llamados grupos rebeldes que surgieron como oposición a su régimen, los grupos extremistas islámicos encabezados por Estado Islámico, la fuerza aérea rusa, apoyada en servicios de inteligencia en tierra de combatientes de Hezbolá, provenientes de Líbano vinculados a Irán; 3) La confrontación entre las diversas facciones palestinas en Cisjordania y la Franja de Gaza e incluso en Jerusalén contra las fuerzas militares israelíes. Misma que se distingue de todas las demás sucedidas en la últimas décadas, debido al entorno desgajado que representa la guerra civil en Siria y la inestabilidad en Iraq.
En todo ello, la intervención Rusa que parece acelerar la caída de las piezas de dominó, hay que entenderla desde una doble perspectiva, su alianza con el régimen de Asad y la incapacidad de la oposición al mismo para crear mínimas condiciones de gobernabilidad, lo que ha permitido la expansión del Estado Islámico en la región convirtiéndose en el enemigo común que permite alianzas de facto antes inimaginables.
La decisión de Putin lleva a su país a ser un actor estratégico para la recomposición del Medio Oriente a la vez que juega un papel significativo en los países europeos que se ven afectados por los miles de desplazados sirios, países que estuvieron bajo la órbita de la ex Unión Soviética. Rusia se reposiciona y hace valer sus acciones político-militares como un factor determinante, que le permite equilibrar sus dificultades económicas y sus indispensables vínculos con Europa y Estados Unidos.
A su favor está el hecho de que el único sitio donde se respira una cierta normalidad es la capital: Damasco donde se asienta el gobierno de Asad; además de exhibir tácitamente la parálisis norteamericana y europea frente a la misma crisis humanitaria que vive la población Siria, así como la derrota que significa en los medios de comunicación, la propaganda extremista del Estado Islámico y su aparente fortalecimiento.
La entrada de Rusia en el escenario de Medio Oriente ya provocó un importante movimiento diplomático y acción política que puede conducir a restablecer la Paz y la seguridad. Las pláticas iniciadas en Viena apuntan en esa dirección, el sólo hecho de haberse sentado en la misma mesa: Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita e Irán, es una buena señal y advierte de la magnitud de la amenaza para la paz mundial que se enfrenta hoy en día en el Medio Oriente.
La política y la diplomacia son la última llamada ante el desastre que han causado desde hace más de una década las torpezas de los gobiernos norteamericano y europeos en dicha región; ahí están como botón de muestra las recientes declaraciones del ex primer ministro británico Tony Blair (cuyo liderazgo internacional se esfumó al haberse plegado a las decisiones del entonces presidente de Estados Unidos George Bush), reconociendo y disculpándose por los errores cometidos en Iraq y sus consecuencias que no son del todo ajenas a lo que acontece hoy en Siria. Vale la pena en ese sentido recordar el voto de oposición a la intervención en Irak que ejerció México en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, voto que se debe a la actitud digna, valiente e inteligente del entonces embajador de nuestro país Adolfo Aguilar Zinzer.
Ojalá que las lecciones aprendidas, puedan ayudar a encontrar nuevas articulaciones en un espacio que se asemeja a un embudo donde todas las propuestas de solución posibles se asfixian. La democracia se encarna en tradiciones culturales específicas, en densidades históricas expresadas por diferencias étnicas, regionales; no es una fórmula para aplicarse indiscriminadamente, cuando así se realiza, la violencia ocupa su lugar y la vuelve una quimera.
El sufrimiento de millones en Siria cuestiona al régimen de Asad, a las diferentes fuerzas de oposición de Siria, a su misma sociedad, a la incapacidad de encontrar los cambios necesarios en forma pacífica, a las potencias como Estados Unidos y Europa, a la degradación extremista islámica y los poderes económicos que la sostienen: rostros anónimos de los nuevos fascismos.
Lo cierto es que en ese infierno donde el drama humano tiene escenas inenarrables de dolor, puede estar la semilla de la recomposición de una tierra en la que convergen Fes y conocimientos que construyeron importantes caminos de la actual civilización.
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