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Jorge Zepeda Patterson

01/11/2015 - 12:01 am

Uso y abuso de un porro

Hay muchas y muy buenas razones para legalizar el consumo  marihuana con fines terapéuticos en México, como lo han hecho algunos estados de la Unión Americana. Pero descartemos desde ahora que esa medida ayudará a erradicar de manera notoria el poder de los cárteles de la droga. En México ya existe una despenalización parcial para […]

En Otras Palabras Nuestras Cárceles Están Llenas De Vendedores Y Portadores De Yerba En Su Mayoría mulas De Poca Monta Foto Cuartoscuro
En Otras Palabras Nuestras Cárceles Están Llenas De Vendedores Y Portadores De Yerba En Su Mayoría mulas De Poca Monta Foto Cuartoscuro

Hay muchas y muy buenas razones para legalizar el consumo  marihuana con fines terapéuticos en México, como lo han hecho algunos estados de la Unión Americana. Pero descartemos desde ahora que esa medida ayudará a erradicar de manera notoria el poder de los cárteles de la droga.

En México ya existe una despenalización parcial para el consumo en pequeñas cantidades de marihuana, pero la dosis máxima de consumo personal e inmediato es de 5 gramos, lo cual es poco menos que ridículo. Convierte en delincuente a cualquiera que posea tres cigarros o más, por no hablar de que el distribuidor que lo surte necesariamente es un criminal pues para cumplir su tarea tendría que poseer más que esa cantidad. La norma actual es surrealista porque permite al usuario estar en posesión de una cantidad mínima, pero en la práctica criminaliza el acto de conseguirla.

La propuesta del ministro Arturo Zaldívar en la Suprema Corte, y que será discutida en el pleno en los próximos días, implicaría un cambio radical al conceder a los ciudadanos el derecho constitucional para consumir marihuana igual que cualquier otra mercancía. Aunque aún no contempla todas las implicaciones relativas a la producción y la distribución, se entiende que el debate entre los ministros conducirá eventualmente a un foro más amplio que podría culminar en la despenalización de las actividades vinculadas a esta substancia, de la manera en que se ha hecho en Colorado o en California.

El impacto en nuestro sistema de justicia sería inmediato, toda vez que la mayor parte de las detenciones vinculadas al narcotráfico están relacionadas con la marihuana. En otras palabras, nuestras cárceles están llenas de vendedores y portadores de yerba, en su mayoría “mulas” de poca monta. Se dice rápido, pero simplemente ese hecho eliminaría una enorme dosis de sufrimientos para muchos mexicanos de a pie, que penan condenas absurdas por traficar con una sustancia que produce menos daños que el alcohol.

Por otra parte, al visibilizar el proceso de distribución, las autoridades podrían controlar mejor la manera en que circula entre los adolescentes y alrededor de las escuelas.  Por lo demás, el acceso abierto y legitimo de los jóvenes a la marihuana podría frenar de alguna forma el terrible e indiscriminado consumo de la metanfetaminas, aunque esa es una hipótesis que sólo la práctica podrá validar.

Lo que no va a hacer la legalización de la marihuana es erradicar a los cárteles de la droga. Me parece que cruzamos ese punto hace muchos años. Originalmente, en efecto, los narcotraficantes surgieron a partir de la producción y trasiego de marihuana a Estados Unidos. Pero en los noventas los capos mexicanos dieron un salto cuántico cuando incorporaron a sus actividades a la cocaína procedente de América del Sur. Y aquí un pequeño paréntesis. Durante la administración de Bill Clinton, en los años noventas, Estados Unidos decidió que la mejor manera de regular el ingreso de drogas consistía en clausurar las vías áreas y marítimas y allí concentraron sus esfuerzos. En poco tiempo lograron erradicar los flujos procedentes del Caribe, espacio hasta entonces utilizado por los cárteles colombianos para introducir la cocaína en territorio estadounidense. A partir de ese momento tuvieron que hacerlo por vía terrestre a través de sus colegas mexicanos. Sólo podemos especular el salto brutal que eso representó en materia de recursos para cárteles como el de Sinaloa o del Golfo, pero ciertamente los catapultó a otras ligas. El poder económico que adquirieron resultó una fuerza de corrupción irresistible y les permitió montar la infraestructura para conquistar una gran porción del territorio.

Lo cierto es que además de marihuana y cocaína, hoy trafican metanfetaminas y precursores de la heroína procedente de los cultivos de amapola. Substancias todas ellas que ofrecen márgenes de rentabilidad muy superiores a la marihuana.

Por lo demás, los cárteles han diversificado su portafolio de negocios a muchas otras actividades ilícitas. El control del territorio y la compra de autoridades que montaron para distribuir impunemente las drogas, es también la infraestructura perfecta para la industria de la extorsión a negocios y comercios, el secuestro, la piratería.

En suma, la despenalización de la marihuana entraña en mi opinión más beneficios que riesgos y sería más que deseable que nuestros jueces aborden el tema sin prejuicios. Pero desde luego, entre esos beneficios no se incluyen un supuesto debilitamiento del crimen organizado, que goza de cabal salud gracias a muchas otras actividades. Es un primer paso, pero tendrá que haber muchos otros para desmontar el terrible cáncer que nos ha crecido desde adentro.

Y no obstante, la simple posibilidad de que la despenalización de la marihuana saque de la cárcel a tantos miserables que penan sin necesidad, justifica por sí misma una decisión favorable. Por no hablar de asumir como una realidad el consumo regular de tantos millones de jóvenes a los que un anacronismo convierte en infractores de la ley.

@jorgezepedap
www.jorgezepda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.
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