Tomás Calvillo Unna
28/10/2015 - 12:00 am
Hacia una cultura de la interioridad
La disputa territorial del presente se da en el ámbito de la mente. El capitalismo expansivo y dominante se sustenta en la multiplicación del consumo, impulsando y aprovechando la investigación científica y sus aplicaciones tecnológicas para potenciar la ampliación de los mercados. Consumo y deseos van de la mano. La multiplicación de los deseos permite la […]
La disputa territorial del presente se da en el ámbito de la mente. El capitalismo expansivo y dominante se sustenta en la multiplicación del consumo, impulsando y aprovechando la investigación científica y sus aplicaciones tecnológicas para potenciar la ampliación de los mercados.
Consumo y deseos van de la mano. La multiplicación de los deseos permite la expansión del consumo. La política ha quedado atrapada en esa condición; por su función pública es un espectáculo definido por la oferta y la demanda del mercado, mismo que ha trastocado la naturaleza del poder político, transfiriendo los centros de gravedad de las urnas a las acciones de las casas de bolsa, son estas últimas las que día a día marcan los derroteros políticos, pero sobre todo los grandes corporativos que están detrás y moldean gustos, necesidades, y definen las estrategias económicas fundamentales. Su lógica se ha apoderado del lenguaje público.
La polis, origen de la política, ha mutado y la megalópolis y el ciberespacio que hoy se entrecruzan y yuxtaponen con las densidades físicas heredadas, se han vuelto dominantes, modificando sustancialmente la naturaleza de los espacios tradicionales: el lugar se ha virtualizado, siendo cada vez más un proceso comunicativo en expansión permanente.
En este ámbito los políticos se encuentran desfasados estructuralmente, ya no saben a ciencia cierta cuáles son sus funciones reales y terminan siendo “policías de la cotidianidad permisible”, se encargan de procesar un intercambio de necesidades y satisfactores en los cuales son cada vez más un actor secundario, su presencia está en el ámbito de lo simbólico, de una función imaginaria que permite creer en algo que ya no está: la representación de la llamada voluntad popular, una abstracción en vías de desuso.
Los políticos están siendo los enterradores oficiales del estado. No hay ideas por dónde ir, sólo repiten la mezcla heredada del pasado con la racionalidad estremecida del mercado, mismo que sufre sus propios embates al no lograr cumplir una responsabilidad social que lo rebasa, ya que su aliado estratégico la clase política, ha perdido presencia ante los ciudadanos que supuestamente representa.
Este fenómeno mundial expresa también un común denominador: el fin de los contenidos políticos en el quehacer de la política y la aparición de mercaderes que ocupan los espacios institucionales de representación, distantes de cualquier ilustración y hábiles técnicos en expandir negocios donde suelen incluirse; el lenguaje es un buen espejo de ello, hay que ver los discursos, los valores que se resaltan, los argumentos que se esgrimen, los escándalos que suscitan y los modelos a seguir usando hasta el agotamiento la propuesta del crecimiento, que como ya otros han explicado, es una quimera, a largo plazo disfuncional y caótica, a pesar de su pretendida vocación de orden.
En realidad el gran ordenador de la interconectividad ha detonado la enajenación colectiva; poblaciones abrumadas por el cúmulo de información y la exponencial cantidad de tareas, que provocan una presión cotidiana en millones de personas de distintos niveles económicos y oficios, acentuando así la urgencia por encontrar formas de distensión. En esta atmósfera social de precipitación, exaltación, tensión y demás, se relaciona y potencializa el consumo de todo tipo de drogas. La mente es también el territorio a disputar en esa dinámica y no sólo las calles donde se enfrentan carteles y fuerzas armadas convirtiendo las ciudades en laberintos de sombras.
En esta encrucijada, ¿dónde encontrar las fuentes que permiten entender y conceptualizar este vértigo, cuyos síntomas de violencia, amenazan a todos?, ¿cómo recuperar las mejores tradiciones políticas en el sentido de balance, justicia, dignidad, libertad y democracia real con adjetivos precisos?
La tradición filosófica en Occidente parte del asombro y el conocimiento de sí mismo. La desacralización del mundo acompañó el desarrollo científico y sus aplicaciones tecnológicas para el dominio de la naturaleza y su explotación; proceso que ahondó una ruptura epistemológica del propio ser al separarlo de su entorno vital como unidad primordial de existencia.
La crisis del siglo XXI evidencia esa dimensión que exige recuperar la íntima relación que desde la misma perspectiva científica se aprecia como una necesidad impostergable; el deterioro ecológico es una de sus expresiones más urgentes que impulsa a reencontrar el sentido y validez práctica de la interioridad de las tradiciones espirituales expresadas en diversas dimensiones de la cultura, desde practicas físicas mentales hasta concepciones artísticas y científicas.
En el centro de todo ello está la mente (hoy sustituye a la fábrica) como el lugar sustancial donde se disputan las opciones fundamentales. En las actuales condiciones se puede afirmar que la explosión económica del materialismo capitalista, asienta su imperio en el dominio paulatino de la operación y orientación de la mente, como en su momento lo pretendió hacer el llamado socialismo real encarnado en la Unión Soviética, con el uso del discurso ideológico totalitario. No obstante equivocó de origen sus posibilidades al ignorar la relación intrínseca entre la libertad y la creatividad, lo que deterioró su oferta social y erosionó sus posibilidades de multiplicar los panes y los peces, para una sociedad sumergida ya en una revolución científica tecnológica que rompía las fronteras y los esquemas cerrados.
La cultura de la interioridad se propone ahondar en las alternativas libertarias que proceden del conocimiento tradicional y de los avances científicos que postulan un encuentro de conocimiento compartido que busca traducirse en vida cotidiana. En ese camino tendrá que surgir un lenguaje político que pueda implementar propuestas concretas en los ámbitos sociales y construir comunidad como acción que expresa ya no postulados ideológicos adheridos a formas de poder, sino que enseña la experiencia compartida del conocimiento de sí mismos y comunitario. Es también de alguna manera una sociología de la interioridad cuya práctica puede renovar la propia tradición política como reconstrucción de las relaciones ciudadanas y el poder, y sobretodo disminuir la violencia que carcome el alma de los pueblos.
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