Francisco Ortiz Pinchetti
09/10/2015 - 12:02 am
Los cálculos del Papa Pancho
El pronto anuncio de la visita del Papa Francisco a México apenas diez días después de concluido su viaje a Cuba y Estados Unidos, confirma que un aparente desdén hacia nuestro país al no aprovechar su estancia en el país de al lado para venir fue en realidad expresión de una decisión muy bien medida […]
El pronto anuncio de la visita del Papa Francisco a México apenas diez días después de concluido su viaje a Cuba y Estados Unidos, confirma que un aparente desdén hacia nuestro país al no aprovechar su estancia en el país de al lado para venir fue en realidad expresión de una decisión muy bien medida por el Pontífice. La justificación de que no incluiría a esta nación eminentemente católica en esa su tercera gira por América porque no tendría tiempo para visitar a la Virgen de Guadalupe parece ahora un pretexto deliberadamente evidente para que se entendiera que había otros motivos para evadir de momento la tierra que conquistara en sus cinco visitas pontificias su antecesor Juan Pablo II.
Un tema que sin duda influyó en el ánimo de mi tocayo fue su deseo de dar a su visita a Cuba y Estados Unidos toda la fuerza y todos los reflectores para culminar con ello su determinante mediación personal, privada, entre los hermanos Castro Ruz y el presidente Barack Obama para encontrar el camino de una apertura de ambas naciones hacia una nueva relación postergada a lo largo de medio siglo. Hoy, cuando cada uno de esos países ha abierto embajada en el otro, un cambio histórico en la relación bilateral parece inminente.
En los cálculos del Pontífice argentino debieron pesar de manera fundamental, por otro lado, las diferencias, cada vez más evidentes, entre él y el arzobispo primado mexicano, Norberto Rivera Carrera. No es casual la actitud pasiva y displicente de nuestro cuestionado cardenal, que prácticamente ha ignorado las atrevidas propuestas renovadoras del sucesor de Pedro, a las que ni siquiera ha dedicado una declaración de prensa. Evidentemente, el Chato no está en sintonía con la postura pontificia con respecto a las mujeres, el divorcio, los matrimonios entre homosexuales y, de manera muy especial, las condenas tronantes que ha proferido hacia los clérigos pederastas y sus solapadores. El tema toca sin duda a don Norberto, acusado precisamente de ser algo más que tolerante con religiosos mexicanos que cayeron en ese delito inaceptable. El Papa Bergoglio no habría querido precipitar un inevitable enfrentamiento, seguramente privado, con el representante de la Iglesia Mexicana, cuyo silencio ante el anuncio del Vaticano es más que elocuente.
Finalmente, la complicada situación económica, social y política actual de nuestro país, los temas tan delicados como la desaparición de los 43 normalistas en Iguala o la presunta ejecución extrajudicial ocurrida en Tlatlaya, así como los severos cuestionamientos inclusive de organismos internacionales sobre el escaso respeto del gobierno mexicano a los Derechos Humanos, tendrían también un peso definitorio en la negativa papal a incluir a México en su reciente viaje. Habría que calcular muy bien lo que su presencia significaría en cuanto a que pueda interpretarse como un respaldo al gobierno de Enrique Peña Nieto, en un año en el que tendrán lugar 13 procesos electorales locales, entre ellos los de 12 gubernaturas estatales –prácticamente a todo lo largo y lo ancho de todo el país– que podrían definir en buena medida la elección presidencial de 2018.
Al respecto, habrá que recordar que Juan Pablo II, hoy santo de la Iglesia Católica, realizó cinco viajes pontificios a nuestro país y todos ellos tuvieron una clara significación política. El primero de ellos, ocurrido en 1979 sin que existieran relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, fue bien capitalizado por un respetuoso José López Portillo, que recibió al pontífice de manera comedida y afectuosa para luego ponerlo “en manos de su jerarquía y de sus fieles”. En 1990, once años después, Carlos Salinas de Gortari aprovechó políticamente el dar al Papa polaco el trato de un jefe de Estado, un año después de que las relaciones diplomáticas se habían restablecido. Volvió Juan Pablo en 1993, un año políticamente crucial por ser al anterior al proceso sucesorio de 1994, cuando fue electo Ernesto Zedillo Ponce de León luego del asesinato en Tijuana del candidato presidencial priista Luis Donaldo Colosio Murrieta ocurrido el 23 de marzo de ese año fatídico.
El propio Presidente Zedillo recibiría al Papa Wojtyła en su cuarta visita, en enero de 1999, el año previo al del histórico triunfo del entonces panista Vicente Fox Quesada que marcó el inicio de la alternancia en nuestro país. Y sería el mismo mandatario guanajuatense quién daría la bienvenida a Su Santidad –a quien en controvertido arranque de devoción besó el anillo pontificio mientras hacía una genuflexión—, en su quinta y última gira por tierras mexicanas, en agosto de 2002. La presencia del hoy Papa emérito Benedicto XVI, que en marzo de 2012, en las postrimerías del mandato de Felipe Calderón Hinojosa, tocó solamente las ciudades de Silao, León y Guanajuato, tuvo una significación definitivamente menor.
Al hacer el miércoles pasado el anuncio de la visita de Francisco a nuestro país el año próximo, la Santa Sede aclaró que aún no hay fechas ni agenda definidas. Según algunas especulaciones, el viaje del Pontífice jesuita podría ocurrir en enero del año próximo, lo que pareciera demasiado pronto para lo delicado que como hemos repasado resulta su presencia en nuestro país. Es claro que el atrevido Papa quiera dar la mayor importancia a su visita a México. No sería difícil por ello que sus estrategas estén más bien pensando en el segundo semestre de 2016, precisamente cuando el proceso electoral haya concluido. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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