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Francisco Ortiz Pinchetti

25/09/2015 - 12:01 am

“Tenemos a su perro”

Hay historias citadinas que parecen mentira, cuento o fantasía; pero que son absolutamente reales. Esta es una de esas. Se las platico tal cual. Miriam es una querida y admirada amiga mía que vive con su hijo de 13 años en una colonia clasemediera del Sur de la Ciudad de México. Tiene un pequeño y […]

Alguien Les Dijo Que Tuvieran Cuidado Porque Eran Comunes Las Llamadas Falsas De Extorsionadores Para Sacarle Dinero a Los Angustiados Dueños De Mascotas Foto Tomada De Internet
Alguien Les Dijo Que Tuvieran Cuidado Porque Eran Comunes Las Llamadas Falsas De Extorsionadores Para Sacarle Dinero a Los Angustiados Dueños De Mascotas Foto Tomada De Internet

Hay historias citadinas que parecen mentira, cuento o fantasía; pero que son absolutamente reales. Esta es una de esas. Se las platico tal cual. Miriam es una querida y admirada amiga mía que vive con su hijo de 13 años en una colonia clasemediera del Sur de la Ciudad de México. Tiene un pequeño y simpático perro de raza Yorkshire de color café y negro llamado Peluche. Baste decir que la mascota de tres años de edad se ha convertido en parte de la familia.

Hace unos días Peluche encontró un hueco en la reja del jardín y se fue de paseo. No era la primera vez que lo hacía, pero en las anteriores ocasiones siempre fue encontrado por sus dueños en las inmediaciones de la casa, o incluso un par de veces regresó por su propio pie. Esta vez no ocurrió así. Cuando Miriam y su hijo se percataron de su ausencia, recorrieron palmo a palmo la colonia toda. Fueron incluso a zonas adyacentes y espulgaron un centro comercial cercano. Y nada. Decidieron hacer pública su tragedia. Por un lado, imprimieron un cartel con la foto y los datos del perrito, además de los teléfonos de sus dueños, y le sacaron decenas de copias fotostáticas que pegaron en bardas, postes y aparadores de comercios. Por el otro, acudieron a la solidaridad –y la eficacia—de las redes sociales para divulgar la mala nueva. La llegada de la noche les trajo un sentimiento de desazón y  amargura.

Al día siguiente, sin embargo, reiniciaron desde temprano la búsqueda. Hicieron nuevas copias del cartel, al que le adicionaron una leyenda para ofrecer 500 pesos como recompensa a quién encontrara y entregara a Peluche. Para entonces, el caso corría profusamente por Facebook. Hacia las dos de la tarde de ese segundo día recibieron una llamada en casa. “Hablamos de Proyecto Mascota”, dijo a Miriam la voz de un hombre mayor. “Tenemos a su perro”. Mi amiga dice que pocas veces en su vida ha sentido la emoción que esa frase le causó. La voz al teléfono le dijo que era el “doctor Homero Guerra”. Que les habían llevado al animal, pero que necesitaban verificar la propiedad del mismo mediante algunas preguntas. Para ello, le dijo el Doctor Guerra, tenía que llamarle a su teléfono celular, cuyo número le dio.

Así lo hizo Miriam de inmediato. “Proyecto Mascota”, le contestaron. Pidió hablar con el Doctor Guerra. “Un momentito”, le dijeron. El Doctor Guerra estaba nuevamente al teléfono. “Le hablo para lo que mi perrito perdido, el Yorkshire”, dijo Miriam. –Ah, sí. –contestó el doctor, que enseguida pareció dirigirse a alguien que estaba a su lado. “Pásame por favor el expediente del Yorqui”. Y luego se dirigió a mi amiga, para hacerle una serie de preguntas sobre el color, las características del perro, el color de su collar, la forma de la placa que llevaba en el mismo, etcétera. “Muy bien”, asumió finalmente. “Quiero explicarle que el perrito no lo tenemos aquí; lo tiene la persona que lo encontró. Es la señora Carmen Rodríguez de Maldonado. Le doy su teléfono, pero llámele lo antes posible, porque tengo entendido que va a viajar mañana fuera de la ciudad”.

Miriam se comunicó con la señora Carmen. “Si, tengo el perrito”, dijo la mujer. “Pero tuve que adelantar mi viaje y ya estoy acá, en Nuevo Laredo (Tamaulipas). Mañana paso a Estados Unidos”. Es de imaginarse la angustia de mi amiga. “Por favor, señora, mándenos el perro”, suplicó. Pero recibió sólo excusas para no hacerlo. Miriam le propuso que unos parientes suyos, que viven en aquella frontera, podrían pasar por la mascota.

–Nooo, si yo no los conozco ¿cómo?

–Entonces mándelo por avión; ¡por favor señora!

–Es mucho problema. Ya tuve que pagar para traerlo, alquilé jaula, pagué vacunas…

–Le suplico: yo le pago todos los gastos.

–No, no, ya no es posible. Ayer los busqué pero no contestaron el teléfono. Ora ya ni modo.

–Señora, por favor.

–No… Bueno, llámeme en diez minutos. Voy a ver si hay alguna posibilidad.

Miriam, desesperada, volvió a llamarle al doctor Guerra:

–Doctor, hablé con esta señora, pero no quiere mandarlo… Me dijo que le llame en diez minutos. Hágame el favor, llámele y convénzala…

–A ver, un momentito.

Aparentemente el doctor Guerra se comunicó con la mujer. “Sí, se lo pido, es una persona mayor y necesita a su mascota”, oyó Miriam que dijo. Y luego se dirigió a mi amiga: “Ya hablé con doña Carmen. Dice que sí, que se lo va a mandar. Llámele para ponerse de acuerdo”.

La señora Carmen explicó a Miriam que no había vuelos desde Nuevo Laredo. Que ella tendría que ir personalmente hasta el aeropuerto de Monterrey (a media hora de camino) para embarcarlo por Aeroméxico. Apenas había tiempo. Le dio el número de vuelo (937), la hora de salida (19:22). Y le advirtió que tendría que depositarle dos mil 596 pesos de los gastos. “Muy bien, señora”, aceptó mi amiga, “pero qué garantía me da de que me va a mandar el perro”. Doña Carmen pareció molestarle: “Sólo hay dos posibilidades de que no le llegue su perro: que yo sea una ratera o que se caiga el avión”.

Mientras tanto, el hijo de Miriam checó por Internet los vuelos de Aeroméxico. Efectivamente, a esa hora (cerca de las 6 de la tarde) ya no había vuelos desde Nuevo Laredo a la ciudad de México. Y efectivamente también, el vuelo 937 salía de Monterrey a las 19:22, para llegar a México a las 21:02. Checaba todo.

Algo hizo dudar a Miriam: “Señora, sólo deme una seguridad de que me va a mandar el perro en cuanto le deposite el dinero”. La mujer enfureció. “No estoy para soportar sus dudas”, le dijo a mi amiga. Y colgó. Miriam recurrió de nuevo al doctor Guerra, que otra vez se comunicó aparentemente con doña Carmen. «No, está muy enojada”, dijo a Miriam. “Se molestó porque usted desconfió de ella. Dice que ya no le va a mandar el perro”. Miriam aceptó: “Bueno, pues ni modo”, dijo al doctor. No volvió a llamarles.

Sin embargo, ni ella ni su hijo se resignaron. Alguien les dijo que tuvieran cuidado porque eran comunes las llamadas falsas de extorsionadores para sacarle dinero a los angustiados dueños de mascotas. A la mañana siguiente estaban otra vez pegando carteles por todas partes, aunque ella confiesa ahora que sus esperanzas eran ya prácticamente nulas. Poco después del mediodía recibió una llamada en su celular: “Tengo a su perrito”, le dijo una voz femenina, amable. Habían pasado ya 72 horas desde que se percataron de la desaparición de Peluche. La mujer le dio algunas características de la mascota y pormenores del lugar donde, decía, había encontrado al animal desde la víspera. Coincidían. Se quedaron de ver en una esquina de la misma colonia, en diez minutos. Pasaron lentamente cinco, diez minutos interminables. A los 15 minutos apareció una señora de edad mediana que traía un perro Yorky con una correa. ¡Era Peluche!  Miriam abrazó a su perrito y casi le da de besos a la mujer que venía a devolvérselo. “Anoche lo tuve en mi casa y hoy, hace rato, vi uno de sus letreros… Así pude comunicarme”, le dijo. Mi amiga (cuyo nombre y el de Peluche fueron los únicos que cambié en mi relato) sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Juntó los billetes y le entregó 500 pesos a la mujer, que se fue satisfecha. Y colorín colorado. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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