Benito Taibo
13/09/2015 - 12:01 am
El tucán
La divulgación de la ciencia es una materia relativamente nueva y que todavía muchos no saben enfrentar. Pero hay quienes la miran con el asombro estupefacto con el que tal vez el buen Cristóbal Colón, debió mirar por primera vez a un tucán. -¿Una cosa tan extraña y colorida será comestible?- Debió preguntarse en voz […]
La divulgación de la ciencia es una materia relativamente nueva y que todavía muchos no saben enfrentar.
Pero hay quienes la miran con el asombro estupefacto con el que tal vez el buen Cristóbal Colón, debió mirar por primera vez a un tucán.
-¿Una cosa tan extraña y colorida será comestible?- Debió preguntarse en voz alta.
Y antes de poder responderse, alguno de sus marineros, solícito, ya lo tenía en el caldero de la sopa. Sólo para comprobar que no todo lo que vuela se come.
Yo, que soy un curioso irredento, que he ido por la vida desarmando aparatos tan sólo por saber que tienen dentro, y luego me he quedado con piezas que me sobran entre las manos, agradezco que los científicos hayan salido de sus laboratorios, de sus gabinetes, de sus telescopios o microscopios, para contarnos de una manera sencilla y clara, de qué demonios está hecho un tucán, sí la luna es de queso, como nos aseguraban, o el significado de los sonidos que vienen del otro lado del universo.
Así, aprendo un poco más todos los días acerca de esos misterios que antes estaban vedados para los mortales comunes y corrientes como yo mismo, y reservado, en cambio para sesudos investigadores que muy pocas veces compartían los secretos y misterios de lo investigado.
Hace diez años, con excepción de unos cuantos y valiosos textos (claros y concisos) o biografías de científicos famosos, muy pocos textos de uso común, llegaban hasta nuestras manos. Los científicos hablaban para los científicos. Y hablaban en un lenguaje cifrado al que no podíamos acceder.
Esto ha cambiado. Afortunadamente.
Por lo menos, uno de cada tres libros que he adquirido este año, tienen que ver con divulgación de la ciencia o son ensayos sobre los más variados temas. Y esto se debe a que hay cada vez más textos sobre la materia. Me he transformado, de ser tan sólo un lector, en un usuario pleno de cultura escrita; y confieso que disfruto de esos escritos tanto como con una novela policiaca.
Somos animales del lenguaje, seres que sueñan, criaturas que leen y que van aprendiendo gracias a la estupenda invención de la palabra escrita, que el mundo es menos ancho de lo que aparentaba en tiempos de Colón, pero que en muchos casos todavía nos resulta del todo ajeno.
Ahora mismo (este domingo) estoy instalado en una breve vacación. Y tengo tres libros sobre la mesita de noche que me acompañan. Una novela, un ensayo y un texto de divulgación científica.
La novela se llama Regreso a la isla del tesoro de Andrew Motion. Una nueva versión de la ya clásica aventura escrita por Stevenson en el siglo XIX; una que comienza algunos años después de la caída de John “Long” Silver y que sirve para hacer que los sueños se prolonguen.
El ensayo es Una historia de la lectura de Alberto Manguel, que leí en su momento, pero que ahora, en la nueva edición de Almadía volvió a mí, como vuelven los viejos amores, a contarme de que estamos hechos (de palabras, como todos sabemos) y que es sin duda, una verdadera joya.
Y el texto de divulgación científica se titula El azar creador. La evolución de la vida compleja y de la inteligencia del biólogo español Ambrosio García Leal, que ofrece un nuevo concepto de la individualidad darwiniana, proponiendo que la integración de individuos en asociaciones cooperativas, son susceptibles de ser favorecidos por la selección natural.
Tengo pues, en la mesita, un universo.
Leeré por las noches la novela, por las tardes a Manguel y por las mañanas a García Leal, convencido que lo que allí se cuenta es tan apasionante como una aventura, tan emocionante como una intriga, tan conmovedor como una historia de amor, y sobre todo, esclarecedor, para aquellos que como yo, nos hemos quedado con un montón de piezas sueltas de artefactos en las manos, a lo largo de la vida.
La cultura, es eso que sirve no para contestar interrogantes, sino para hacerse nuevas y más complejas preguntas.
Esos hombres y mujeres (que cada vez son más) dedicados en cuerpo y alma a la ciencia, hoy, vienen a decirnos en palabras más sencillas, que hay un mundo dentro del mundo; que hay muchos mundos fuera del mundo, y que el mundo dentro de nuestra cabeza, se puede engrandecer a voluntad.
Desde la mesita de noche, el pájaro negro de pico brillante que se ha vuelto parte imprescindible de mi vida, porque significa metafóricamente todo aquello que no sé, y del cual mi sobrino Alonso, que tiene tres años me advirtió claramente: “Los tucanes son amigos, no comida”, me mira, preconizando que esos libros prometen unas vacaciones extraordinarias, repletas de nuevas preguntas.
Yo le sonrío.
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